Una parte de la sociedad nos declaramos anti-taurinos, pero, visto que
hay tantos defensores de "la fiesta", conviene observar una corrida desde fuera
con toda la objetividad posible para saber si nuestra posición está o no
fundamentada.
No suelo tener deseos de
comprobar mi aversión por la tauromaquia de forma voluntaria, pero hace unos
días la retransmisión en cuatro pantallas en el bar en el que estaba me dejó
pocas opciones de no repetir la experiencia. Me propuse ver una corrida entera
con ojos objetivos y ahora voy a intentar hablar de ello.
Lo primero que ocurre, es que
azuzan al toro antes de que salga al ruedo, supongo que con intención de que,
lo que normalmente es un pacífico herbívoro, salga a la arena en actitud
defensiva y agresiva. En esta fase, incluso le clavan una especie de insignia
en el lomo (no sé si con motivos decorativos). El toro sale a la arena aturdido,
lo que es lógico en un animal que ha vivido una existencia placentera y
contemplativa y que jamás ha sido agredido. No entiende lo que hace en un
recinto de arena rodeado de miles de humanos ruidosos, pero aun no llega a
sospechar lo que le ocurrirá en los próximos (y últimos) minutos de su vida.
Después le dan pases con el
capote y enseguida viene el turno del picador. Este va a caballo con una lanza
y su función consiste en clavarle al toro la "pica", la cual puede introducirse
hasta ocho centímetros en su carne. En
este momento, el toro ya intenta defenderse y arremete contra el caballo que, pese
a la relativa protección de sus flancos, puede ser empitonado por el toro en el
vientre y morir destripado en la arena. Esto es más común que cualquier daño
grave a los humanos que, a diferencia del caballo, intervienen voluntariamente en
la corrida.
Tras el picador, vuelven a marear
al toro con los capotes y aparecen los banderilleros. Estos increpan al toro
con gestos y gritos amenazantes para llamar su atención. La idea es que se les
acerque para poder clavarle las banderillas que se introducen entre seis y ocho centímetros en
la carne del animal, donde gracias a su forma de arpón quedan clavadas el resto
de la corrida desgarrando músculos, vasos sanguíneos y carne. Los banderilleros
pueden clavar hasta seis banderillas, aunque algunas pueden desgarrar la piel del
animal y terminar cayendo a la arena.
Finalmente, tras cansar los
subalternos con los capotes al toro, toca el turno del matador. Es la figura
central de la corrida y quien aparece en el cartel, también es quien se
enfrenta de una forma más directa con el toro. El animal está ya extenuado y
malherido pero es su momento más agresivo y lucha abiertamente por su vida, con
lo que es peligroso. En todo caso, no es un cuerpo a cuerpo justo ya que el torero siempre está apoyado por los subalternos y el toro, que se está
desangrando por efecto de pica y banderillas, está muy debilitado. El matador
intenta lucirse azuzando y atrayendo al toro y, tras agotarle, llega el momento
de matar.
Para matar al toro, el torero usa
una espada de hasta 80 centímetros, el toro, ya medio muerto, le recibe con la
cabeza agachada, el matador intenta clavar la espada entre los omoplatos y llegar
a la aorta, sin embargo, la mayoría de las veces no consigue matarlo de una vez
y ha de repetirlo sobre el agonizante animal. En algunos casos, no consigue
acabar con la vida del toro y los subalternos han de rematarlo clavándole un
cuchillo en las cervicales.
Si al público y las
personalidades les ha gustado lo que han visto, se le corta al cadáver del toro
las orejas o el rabo para dárselas al matador y el animal es retirado de la
arena.
Recuerdo que mi rechazo a la
tauromaquia procede de la infancia, cuando me llevaron a una corrida y no pude
entender por qué le hacían eso a la pobre "vaquita". Observé que, pese a que
pensaba que está prohibido, aún se sigue llevando a los niños a los toros.
Ver de nuevo una corrida ha
reafirmado mi rechazo a la tauromaquia y aunque puede que parte de la población
se vea atraída por un espectáculo en que sangre y muerte son los protagonistas,
no entiendo qué siga siendo un Tabú para nuestros gobernantes hablar
abiertamente contra ello. Quizá todos deberíamos plantearnos las siguientes
cuestiones: ¿de verdad la mayoría de la población disfruta con un espectáculo
semejante?, ¿Qué valores y experiencias puede aportar a los niños ver esto?,
¿es razonable invertir fondos en este polémico espectáculo mientras nos
quedamos sin sanidad, educación o pensiones?
Víctor García de Lucas
EcoQuijote