Que lo paguen Cristiano y Neymar
viernes 07 de junio de 2013, 21:50h
La custodia y la seguridad del público que asiste a los espectáculos
futbolísticos nos cuestan diez millones de euros anuales a los contribuyentes.
Esa es la factura que los cuerpos policiales del Estado despachan
periódicamente al erario nacional. Me parece un gasto que no deberíamos asumir
los ciudadanos y que podría emplearse en otras necesidades más acuciantes y
provechosas. Un desembolso así podría parecer el chocolate presupuestario del
loro, y un demagogo populista el escandalizado crítico que opina de esta forma;
pero en un país donde no queda un euro para becas de comedor en las escuelas o
se suprimen fondos destinados a la investigación oncológica, que financiemos
indirectamente la actividad de entidades deportivas que se gastan una millonada
en fichajes disparatados me parece un escándalo inasumible.
Las cantidades que se gastan los clubes de fútbol marean a cualquier
sufridor de las penurias impuestas y solo se pueden justificar desde un forofismo autista y alienante. Bueno
está que se potencie interesadamente el "pan y circo" imperial con el que se
distraía antiguamente al personal indignado y las hambrunas insoportables, pero
que los directivos futboleros hagan lo que les viene en gana y además los sufraguemos
con nuestros impuestos me parece un desatino institucional más propio de otros
tiempos felizmente archivados en la Historia. La mayoría de nuestros equipos no
tienen un euro en la caja y deben centenares de millones a la Agencia
Tributaria, a la caja común de la Seguridad Social, a los gobiernos
provinciales y a las instituciones municipales. Otros acumulan impagos y deudas
de tal magnitud que terminan intervenidos o simplemente quebrados. Mientras
cuelan los chanchullos dictatoriales de los presuntos dueños de las
organizaciones, cualquier operación puede ser posible: recalificación de
terrenos destinados al uso deportivo, operaciones urbanísticas consentidas por
la autoridad, contrataciones carísimas, ampliaciones fraudulentas de capital, ventas
a terceros o directivas fantasmas. Todo un arsenal de contabilidades
interpuestas y fraudulentas. Así van tirando los equipos, amparados en la épica
de un deporte que dejó de serlo hace muchos años y en el patriotismo
provinciano que asocia el color de una camiseta con la historia y el orgullo de
toda una ciudad: camelos y trágalas que permiten la supervivencia de muchísimos
golfos y de proyectos deportivos sin viabilidad alguna. El fútbol, como la
burbuja inmobiliaria o la corrupción política, es un ejemplo más de la quimera
del oro que nos ha llevado al desastre.
Nuestro fútbol, sin embargo, vive todavía en un Olimpo nebuloso donde
no llega el ruido de la crisis. Me dirán ustedes que algunas entidades, como el
Real Madrid y el Barcelona, se salvan del fracaso general y pueden vivir al
margen del drama nacional. Probablemente tengan razón, pero el resto no tiene
ni para pagar la cuenta de la luz. A pesar de todo, observo en el sector una
actividad febril que no soy capaz de justificar: se siguen fichando gladiadores
en calzoncillos a precios desorbitados, se derriban los viejos estadios y se
levantan otros nuevos, se incrementan los presupuestos y se renuevan las
equipaciones, los salarios de todos los protagonistas relacionados con el
fútbol de élite suben por encima de la media y todos parecen empeñados en
aparentar una vitalidad que no tienen. Aquí estamos saneando -con sangre, sudor
y lágrimas- el sector público, la banca, los servicios sociales, lo que no
funcionaba y también lo que funcionaba... pero el fútbol parece intocable.
Deberían pagar de inmediato todo lo que deben al Estado, acomodarse a la
austeridad impuesta y abandonar las prácticas mafiosas y chantajistas que
vienen aplicando en los últimos años. Para empezar, nuestro gobierno debería facturar
a la Liga Profesional de Fútbol lo que nos cuesta a todos garantizar la
seguridad en los espacios públicos donde están los estadios y otros servicios
que la Administración presta a los clubs de fútbol. Si no tienen los recursos
suficientes, que se lo pidan prestado a Cristiano o a Neymar, que son los
principales beneficiados en este circo de morosos.