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Vivo sin vivir en mí

Vivo sin vivir en mí

jueves 13 de junio de 2013, 19:56h
Lo decía Santa Teresa, ya saben, aquello de "vivo sin vivir en mi, y tan alta vida espero, que muero porque no muero", a lo que nosotros, jóvenes estudiantes de Bachillerato, respondiámos, "la gallina" como si el poema fuese una adivinanza ininteligible. Bueno, pues medio siglo después, uno comienza a entender el poema de la Santa de Ávila después de contemplar detenidamente el panorama político en el que nos movemos. Aquí hasta el más tonto de nuestros representantes vive sin vivir en él porque depende dirigente de turno que le coloque o no en las listas del partido para que pueda sair elegido y pueda formar parte de esa "tan alta vida espero" que le asegure el futuro suyo y de su familia hasta que le llegue el "muero porque no muero". Solo hay que echar un vistazo a nuestro representántes políticos en el Congreso de los Diputados, en el Senado o en los Parlamentos autonómicos para comprobar que una buena parte de ellos no tiene oficio ni beneficio y parecen haber nacido predestinados a vivir del cuento desde su más tierna infancia en la que entraron a formar parte de las juventudes del partido.

El resto ha sido coser y cantar. Basta colocarse de número tres o cuatro en las listas cremallera y sacar el acta de diputado por cuatro años. Y echarse a dormir. Buen sueldo, excelsas dietas, mínima cotización a la Seguridad Social y a esperar una jubilación que para sí la quisieran el resto de los españoles. Todo ello sin esfuerzo alguno, sin trabajo y sólo por el hecho de tener un carnet con el puño y la rosa, con la gaviota o con la hoz y el martillo. Eso es una carrera y no la de Ingeniero de Telecomunicaciones. Los hay en todas las fuerzas políticas, sean de derechas, de centro o de izquierdas ya que a esta clase de individuos lo que menos los define es su ideología. Van a lo que van, a vivir que es lo suyo y a medrar a costa de los presupuestos y de los impuestos del resto de los españoles.

Dicen que España es uno de los paises del mundo con mayor número de políticos, porcentualmente hablando. Algunas cifras barajadas en internet los cifran en 450.000, es decir, uno por cada cien habitantes, algo que otras fuentes desmiente rotúndamente. Me da igual que sean 300.000 o 450.000 porque se está comprobando fehacientemente que de ellos nos sobran la mitad. Y la culpa la tenemos todos. Todos los que nos empeñamos durante la transición en desmontar el estado centralista de la dictadura y en duplicar y triplicar cargos por culpa del Estado de las autonomías. Si de algo nos está sirviendo la actual crisis económica es en poner en cuestión el coste de las instituciones. Nos damos cuenta ahora que sobran las Diputaciones y las Mancomunidades, que sobra el Senado, que sobran los diecisiete Defensores autonómicos del Pueblo, que están inflados los Parlamentos regionales y que con la mitad de los políticos actuales tendríamos suficiente para que el Estado funcionara a la perfección.

Hay en marcha una movida en internet que busca las necesarias firmas para conseguir una iniciativa popular que pretende no sólo reducir el número de políticos sino, y sobre todo, que éstos tengan los mismos derechos y deberes que el resto de los ciudadanos. Que coticen como todos a la Seguridad Social, que paguen el IRPF a Hacienda, que no tengan rebajas en las comunicaciones ni en los gin tonics del bar del Congreso y que se jubilen con los 37 años cotizados y no con siete. Me parece de justicia porque, digan lo que digan, nadie les obliga a presentarse en las candidaturas y, por desgracia, la mayoría no sirven desde sus puestos al pueblo sino que se sirven del pueblo. Sí, ya sé que muchos de ustedes dirán que todo esto es pura demagogia, pero no lo es menos la que ellos exhiben a diario para justificar sus prebendas. El espectáculo que han dado estos días PSOE y PP con los acuerdos de Estado para defender unidos a España ante la troika no ha podido ser más deprimente. Tanto o más que el del presidente de la Junta de Andalucía, Pepe Griñán, intentando salvar los muebles del partido en el caso de los EREs fraudulentos. (Esta última frase va dedicada a todos aquellos que critican mi obsesión con los EREs, no iba a defraudarles, porque si hay alguien que hace suyo el poema de Santa Teresa, es Pepe Griñán, que desde hace tres años vive sin vivir en él).  
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