lunes 17 de junio de 2013, 09:43h
No comparto el entusiasmo bobalicón y
unánime por la inauguración del AVE entre Madrid y Alicante. Ha servido para
encarecer ese trayecto por tren, como todos los demás de la alta velocidad, sin
ofrecer otras alternativas ferroviarias y sin garantizar, por supuesto, que
resulte rentable.
Somos el país del mundo con la mayor
red de AVE por número de habitantes, sin que tanto derroche inversor responda a
necesidades objetivas sino a los caprichos sucesivos de Felipe González,
primero, con la unión de Sevilla a Madrid, y de Aznar, después, haciendo
lo propio con Valladolid.
¿Por qué esta orgía inversora cuando
somos una sociedad reacia al ferrocarril, el cual año a año pierde pasajeros y
resulta más deficitaria su explotación?
La culpa la tiene el fomento masivo del
uso del transporte individual frente al colectivo, y del automóvil, en
concreto, antes que cualquier otro medio de transporte. Así se ha beneficiado
una industria automovilística de las mayores de Europa y que, ahora, con la
crisis económica, las pasa canutas.
No tiene sentido, por consiguiente, el
exceso de infraestructuras viarias en nuestro país. Nos hemos gastado la tira
en hacer AVE para trayectos donde ya existen, no una, sino hasta tres
alternativas paralelas por carretera: autopista de peaje, autovía gratuita y
carretera nacional. ¿Quién podrá mantener todo esto en años sucesivos? ¿Y a qué
precio?
Quienes hayan viajado en automóvil por
cualquier país de Europa saben que no existe esa densidad viaria ni de coña,
entre otras cosas porque las administraciones públicas de esos países no tienen
dinero para su mantenimiento y para gastarlo además en educación, sanidad y
demás prestaciones sociales. Así que eligen y priorizan dónde hacer el gasto.
Para más inri, nuestras posibilidades
de transporte humano, que no de mercancías, por supuesto, se completan con 49
aeropuertos a lo largo y ancho del país, como si esto fuera Estados Unidos. La
mayoría de ellos son aeropuertos casi sin pasajeros, claro, y alguno de ellos
sin aviones. Pero, eso sí, que nos quiten lo gastado en todos ellos y lo que
aún nos queda por gastar.
Tras este somero repaso de nuestra
creciente hipoteca en infraestucturas costosas e innecesarias, permítanme que
no me alegre ya ante ningún nuevo dispendio que acabaremos por pagarlo con
sangre, sudor y lágrimas.
Diplomado en la Universidad de Stanford, lleva escribiendo casi cuarenta años. Sus artículos han aparecido en la mayor parte de los diarios españoles, en la revista italiana Terzo Mondo y en el periódico Noticias del Mundo de Nueva York.
Entre otros cargos, ha sido director de El Periódico de Barcelona, El Adelanto de Salamanca, y la edición de ABC en la Comunidad Valenciana, así como director general de publicaciones del Grupo Zeta y asesor de varias empresas de comunicación.
En los últimos años, ha alternado sus colaboraciones en prensa, radio y televisión con la literatura, habiendo obtenido varios premios en ambas labores, entre ellos el nacional de periodismo gastronómico Álvaro Cunqueiro (2004), el de Novela Corta Ategua (2005) y el de periodismo social de la Comunidad Valenciana, Convivir (2006).
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