lunes 15 de julio de 2013, 09:03h
Sobreviví
-es un decir- a dos ferias de San Fermín en los años 60. Desde entonces, no he
vuelto a asistir a unos festejos de tan bárbaro primitivismo, donde la épica y
retadora carrera ante los toros apenas dura unos minutos frente a la orgía
desatada durante el resto del día.
A mí
me pasa, seguramente, como a muchos pamploneses que aprovechan las festividades
sanfermineras para abandonar una
ciudad entregada en gran medida al ruido, al alcohol, a la promiscuidad y a lo
que se tercie.
En
eso, sobre todo, radica el éxito de unas fiestas cuyo balance final no se mide
por las gestas taurinas, los actos culturales realizados o la creatividad de
sus participantes, sino por los heridos atendidos, las broncas contabilizadas, los
comas etílicos producidos o las denuncias policiales presentadas.
Seguramente
exagero y nada de eso buscan en Pamplona los miles de visitantes atraídos por
la espontaneidad nada reprimida de sus fiestas. Pero es así.
En
la década de los 90, cuando las cadenas televisivas españolas pasaban de los
encierros de San Fermín, un canal norteamericano ofrecía con estricta
puntualidad el día a día de la efeméride: herencia, sin duda de la admiración
que había suscitado a Hemingway en
su novela Fiesta. Ahora, en cambio,
todo el mundo se apunta al espectáculo pamplonés y se escandaliza, incluso,
ante las imágenes de unas jóvenes sobeteadas por todo quisque. ¡Como si eso
fuese la excepción y no la norma del jocoso desmadre sanferminero!
No queramos creer, pues, que estos festejos son algo
distinto que lo que son y de aceptarlos hay que hacerlo con todas sus
consecuencias. Ya lo dijo en su día Julio
Cortázar -y antes que él el poeta francés Paul Valéry-: "El mundo no estaría mal del todo si
no fuese por culpa de las fiestas".
Pues eso.
Diplomado en la Universidad de Stanford, lleva escribiendo casi cuarenta años. Sus artículos han aparecido en la mayor parte de los diarios españoles, en la revista italiana Terzo Mondo y en el periódico Noticias del Mundo de Nueva York.
Entre otros cargos, ha sido director de El Periódico de Barcelona, El Adelanto de Salamanca, y la edición de ABC en la Comunidad Valenciana, así como director general de publicaciones del Grupo Zeta y asesor de varias empresas de comunicación.
En los últimos años, ha alternado sus colaboraciones en prensa, radio y televisión con la literatura, habiendo obtenido varios premios en ambas labores, entre ellos el nacional de periodismo gastronómico Álvaro Cunqueiro (2004), el de Novela Corta Ategua (2005) y el de periodismo social de la Comunidad Valenciana, Convivir (2006).
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