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Culturas

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sábado 03 de noviembre de 2007, 22:18h

2 de noviembre es el día de Los Difuntos, no hay que confundirlo con lo de ayer 1º, que fue el día de Todos los Santos. Diferenciarlos es dificil porque ya no existe una sociedad militante de los rituales que instalaron estas festividades hace chiquicientos años. Peor, a caballo entre ambas noches está Halloween, la fiesta de los druidas celtas y que llegó desde Estados Unidos de Norteamérica, con sus disfraces de esqueletos mexicanos, de manos de la globalización. Otras variantes: la pervivencia de tradiciones andinas o amazónicas a un lado y otro del país, que han de tener (si de buscar se trata) rasgos que nos remitan a sus orígenes asiáticos, de los primeros habitantes de nuestras américas, que gustan llamarse originarios.

En este fin de semana largo es tradicional instalar la discusión sobre lo que es nuestro (verdadero) y lo que es importado (alienante), defendiéndose lo primero, poniendo a pelear las tantahuahuas contra las calabazas, los disfraces de diabólicas brujas y el desfile tradicional en los templos. Los cultos cristianos no-católicos, o la mayoría de ellos, atacando las tradiciones iberoamericanas (que ahora resultan ser nuestras, incluido de los indianistas y los ateos) porque hacen culto de la muerte. Tenemos un cacao mental al respecto; ya nadie sabe lo que practica, lo que dice, lo que defiende y menos aún lo que disfruta con convencimiento de que es parte de su tradición, desde nuestros ancestros.

Lo que a mi me queda claro es que en este lío no queda nada de primigenio puro u riginario; como dicen Mujeres Creando: “aquí lo único originario es la papa”.

Una periodista en la Tv observaba enfática y fanáticamente, que los chicos de El Alto practican las tradiciones indoamericanas, mientras que los de Calacoto las anglosajonas (como decir los de la Villa 1º de Mayo y los de Equipetrol en Santa Cruz, imagino), lo que les otorgaba cualidades de verdadero o alienante por su ubicación geográfica. Eso no es ningún mérito para validar o no un rasgo cultural, porque los chicos del El Alto bailan hip hop que viene de lejos, mientras que los de Calacoto se dedican a las morenadas y los caporales que son chólamente nuestros, como el strongest, el blooming o el wilsterman.

Parte de la pelea es derrotar a los que creen que solo lo suyo tiene validez, mientras que lo de los demás no merece respeto. Somos tan variados y nos hemos mezclado tanto, que parecemos una sociedad del siglo xxi en la que no terminamos de reconocernos; hay distancia cultural de una esquina a la otra, entre barrios, entre ciudades. En eso consiste la riqueza del mundo global, en que te toca un chino de vecino, que te hace una fiesta asiatica disfrazado de dragón de un largo de no acabar, y al mes siguiente los ves saltando en la plaza junto a su comparsa en el carnaval de verdad, o disfrazado de pepino.

La riqueza de las culturas está en su capacidad de recepción, de intercambio, de conexión con los otros; sino miremos Nueva York, Madrid, Buenos Aires o el Cuzco –capital del viejo imperio– para no irnos muy lejos. La defensa de la cultura de cada quien no pasa por pelear en la UNESCO una declaratoria de patrimonio intangible, o la declaración de uno o varios parlamentos sobre si el charango es de ustedes o nuestro (que también tiene que hacerse), la defensa de la cultura pasa por producir cultura, por innovar, por expandir lo que nos es propio y llevarlo lejos (el Internet es un arma cargada de futuro) y saber apropiarse de lo que viene desde lejos en beneficio propio.

Podemos ser nosotros, haciendo rezar la mesa en el Cementerio Central, o disfrasados de calavera en la Casa del Terror que promociona Ketal en San Miguel. Sin complejos. ¿Cual es el problema?
 

Julio Aliaga Lairana
Tel movil (591) 772 25 841
e-mail: [email protected]
Blog: http://aliaga.lamatriz.org
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La Paz - Bolivia

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