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Unas gotas de autocrítica

Unas gotas de autocrítica

sábado 10 de agosto de 2013, 19:39h
Siempre me ha sorprendido el escaso poder de autocrítica que los naturales de un lugar, sobre todo si viven fuera de él, tienen para con sus paisanos. Posiblemente se deba a que tienen idealizado ese mundo en el que se desarrolló su niñez y donde pasaron los gratos momentos de su primera juventud. Después de pasar diez días en mi pueblo y cuando comienza a llegar la invasión de los "conejeros" a la llamada de las fiestas, sigo pensando que no hay nada peor que vivir encerrado en un mundo en el que importa más el "qué dirán" que el "digan lo que digan".  Es algo bastante consubstancial con la manera de ser de los andaluces, sobre todo en lugares pequeños donde las formas pueden con el fondo y donde cualquier actitud que se salga de las normas establecidas supone un verdadero anatema social. Cada vez que oigo a alguien afirmar sin ningún género de dudas que su pueblo, éste o cualquier otro de la Andalucía profunda, es el lugar idóneo para vivir, me pregunto si hablan o no en broma. Porque quienes ésto afirman son aquellos que tuvieron que abandonar sus raíces en busca de nuevos horizontes ante la falta de perspectivas de futuro. Y esta actitud de añoranza contrasta con la rebeldía de todos aquellos jóvenes que siguen anclados en el pueblo, hartos de coles, soñando con otros lugares donde poder plasmar sus esperanzas de futuro. Para ellos, el pueblo que tanto ensalzan sus mayores no es sino una especie de cárcel de la que están deseando escapar.

Si como muestra vale un botón, les contaré que  en este pueblo del que les hablo, sus cinco hijos más famosos tuvieron que emigrar para realizar sus sueños, desde el príncipe ibero Istirtil, a Helvia, la madre de Séneca, pasando por Ben Alhamar, fundador de la dinastía Nazarí, el general Serrano, regente con Isabel II o el novelista y premio Planeta, Juan Eslava Galán. Unos acabaron en Roma, otros en Madrid o Granada y alguno en Barcelona. Una amplia nómina para un pueblo de poco más de cinco mil habitantes que conoció mejores épocas de esplendor y que en estos momentos vive más del glorioso recuerdo del pasado que de las esperanzas de un futuro mejor. Todos ellos tienen su monumento o su calle y hay que reconocer que alguno, como es el caso de Helvia, ha sobrepasado con mucho la fama de su protagonista, alcanzando alturas excesivas. Lo curioso de todos estos personajes es que han aparecido en la historia como de repente. De pequeño uno sólo conocía el caso de Alhamar, por aquello de que fue el iniciador de las obras de la Alhambra, pero el resto había pasado como desapercibidos. Debe ser que las últimas Corporaciones municipales, todas ellas del mismo color político desde hace más de veinte años, tenían datos que el resto de los vecinos desconocíamos
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Sea como fuere, y pese a todo, estoy dispuesto a hacer una autocrítica a mis constantes diatribas veraniegas. Será porque me estoy acostumbrando muy a mi pesar. Uno contempla la vida de los pueblos desde la perspectiva de un urbanita acérrimo. Yo odio el campo, lo confieso. Como decía algún poeta francés, para mí el campo es una especie de lugar desagradable en el que los pollos corretean vivos y a sus anchas, plagado de mosquitos y bichos y, en este caso, de olivos, miles, millones de olivos que comienzan a dar sus prometidos frutos. Supongo que serán muchos los que defiendan que se trata de un lugar idílico en el que la vida transcurre plácidamente sin los consabidos agobios de las grandes ciudades. Puede que lleven razón. Es indudable que aquí la vida es más tranquila y barata que en la ciudad. Por algo más de un euro, te sientas en cualquier terraza, en la Cafetería, en los Galleros, en los kioscos del Paseo, y te tomas una cerveza con un aperitivo de huevos fritos con habitas, de sangre encebollada, de filete de cerdo a la plancha o de gambas al pil-pil, todo ello gratis y regado con buen aceite de oliva virgen extra. Son pequeños detalles que te hacen más soportable la monotonía y que levantan el asombro de aquellos invitados forasteros a los que alguna vez has traído a estas tierras y que siempre se van con ganas de volver.

Basten estas líneas para reconciliarme con el pueblo que me vio nacer hace sesenta años y al que todos los años vuelvo por estas fechas para contemplar las figuras de sus patronos, esos dos macizos ciudadanos romanos nacidos en Iliturgi, unos mártires que llevan por nombre Bonoso y Maximiano. "héroes invictos de la ley de Dios", como dice su himno.

P.D.Como decían en sus buenos tiempos Tip y Coll, la próxima semana hablaremos del Gobierno, de Pepe Griñán, de los EREs falsos y de Diego Falderas. Se lo prometo.
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