www.diariocritico.com
Vuelve, ay, la crónica parlamentaria

Vuelve, ay, la crónica parlamentaria

jueves 10 de octubre de 2013, 18:06h
La crónica parlamentaria es un viejo estilo periodístico, pleno de tradición y de gracia. Últimamente estaba desabastecido de material, porque reconozcamos que, en fin, el parlamentarismo de los tiempos más recientes se compadece poco con el castelarino, e incluso con aquel que, salido de la transición, congregó a tantos talentos políticos y periodísticos: ¿cómo olvidar, por ejemplo, a mi amigo Luis Carandell, maestro del humor ni siquiera ácido, sino algo compasivo con las debilidades de la España cañí que, quiérase o no, asoma en el verbo de Sus Señorías? Pero luego fue el letargo, el sinsabor, la atonía de los culiparlantes -término parlamentario donde los haya: los parlamentarios que votaban meramente asintiendo levantándose del escaño para decir 'sí', permaneciendo sentados para decir 'no'; esa era toda la habilidad dialéctica que se les conocía/conoce--.

¿Cómo diablos hacer una crónica brillante con tan escaso material? Así que los propios plumillas que frecuentábamos los pasillos del Congreso -e incluso, admírese usted, del Senado-también fuimos decayendo: nuestras crónicas se limitaban al 'dijo y 'añadió', sin más gracia ni salero que la que se echaba de menos en el discurso del orador de turno que salía, como un mal torero, a lidiar el morlaco desde la tribuna. Ha sido, es, este un parlamentarismo soso, en el que el atril solamente servía para sostener las hojas mecanografiadas del diputado que cumplía estrictamente las órdenes de su jefe de filas (y ay de él si se salía del guión: el que se mueve no sale en la foto). Así, la crónica parlamentaria fue perdiendo sabor, color y olor y se convirtió en mera reseña de lo que, carente del menor interés, se decía.

Ahora yo creo que vuelve no la crónica parlamentaria, sino la de sucesos: no se glosa la calidad del orador de turno  --se cuentan con los dedos de la mano los buenos, y sobran los dedos para contar los libres--, sino las cosas que van pasando al margen de la sesión. Por ejemplo, que se inunden los escaños merced a una restauración chapucera de la Cámara, o que unas señoritas más bien demenciadas, con perdón, acudan a desnudarse ante la cámara fija del canal parlamentario, que no les hace demasiado caso porque es eso: automático e insensible. El brillo del verbo, que tanto cultivaron los clásicos desde Atenas y Roma, sigue siendo tan romo, escaso y garbancero como antes; lo que cambia es la coyuntura y la periferia. Casi estoy por dar las gracias a esas jóvenes enfurecidas que, creyendo hacer un favor al feminismo -maaadre mía--, nos enseñan espléndidos torsos pintarrajeados con lemas que podían, incluso, tener razón en según qué circunstancias, pero que la pierden con las formas.

Es, entonces, el momento parlamentario de los cronistas taurinos, de los deportivos, de los de sucesos, géneros espléndidos en el periodismo de-toda-la-vida. Pero eso, ay, no es crónica parlamentaria, por mucho que me haya reído en las últimas horas con las ocurrencias de un par de compañeros geniales. Y el Parlamento, que es la base de cualquier democracia, está a punto de convertirse en ruedo de clowns, elefantes y domadores. Eso, claro, cuando no se inunda. En serio: salvemos al poder legislativo, que buena falta hace. Y, si es preciso, hasta podemos dar ideas acerca de cómo hacerlo. De veras:  no es tan difícil. Basta con hacer Política, con mayúscula.

- El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>
¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (2)    No(0)

+
2 comentarios