www.diariocritico.com
Desaparecidos

Desaparecidos

jueves 07 de noviembre de 2013, 15:15h
Muy cerca de mi domicilio, remodelada convenientemente, continua habitada la casa donde murió Pablo Iglesias, el primero de los socialistas que se sentó en el Congreso de los Diputados. El inmueble alberga ahora la sede central del PSOE. Pasarían desapercibidos si no fuera por los furgones policiales que custodian el lugar y por cierto tráfico de vehículos oficiales que entran y salen por el portalón del garaje. La tranquilidad de los vecinos sólo se ve perturbada por algunas manifestaciones de ultramontanos o por la concentración de medios y periodistas en fechas señalas. Dos calles más allá se localiza la agrupación socialista de mi barrio y puedo asegurarles que solo una vez, en más de diez años de residencia en la zona, vi abierto el cierre metálico que protege el local. Viven aislados de los ciudadanos a los que dicen representar y ahí radica el mal más grave que aqueja a la fuerza mayoritaria de la izquierda española.

Desde hace algunos años, demasiados ya, el PSOE sólo se activa cuando las campanas electorales tocan a arrebato, momento que eligen para asomarse a las calles y plazas de nuestra España. Mientras tanto, se amontonan donde no deben y se borran de las movilizaciones populares que reclaman su presencia. La Transición, bien encauzada por aquellos dirigentes que jubilaron a la vieja guardia, convirtió al PSOE en una formidable alternativa de poder. En aquellos días se anclaron en el Gobierno de la Nación, coyuntura que se ha repetido buena parte de nuestra historia más reciente. Modernizaron el país, reformaron todo lo que nos ataba al pasado, nos integraron en Europa, sacrificaron parte de su integrismo programático para alistarnos en la OTAN y aplicaron las formulas socialdemócratas más flexibles para inventarse nuestro particular estado del bienestar. Arrumbaron en el desván los trastos de otros festejos y practicaron un pragmatismo complaciente, tirabuzón extraordinario que les permitió ganar sucesivas elecciones a cambio de perder parte del apoyo de sus simpatizantes.

La llegada de Zapatero abrió los ventanales de las casas del pueblo y ventiló el aire enrarecido que se respiraba dentro. Colgado de su buena estrella, empujado por los errores estratégicos de Aznar, se merendó la cena de Rajoy y se instaló por sorpresa en la Moncloa. Los principios fueron buenos, alentadores, pero después se apuntó a los nacionalismos de su España plural, apadrinó una política radical y populista que encandilaba a la progresía aburguesada y se gastó hasta el último euro que guardaba la tesorería del Estado. Demonizado por sus colegas europeos, castigado por la crisis en el rincón de los disciplinados, terminó por facturar los efectos del desastre a los que menos culpa tenían de la quiebra del capitalismo multinacional. Zapatero condimentó un guiso ideológico que todavía digieren sus sucesores.

Las tormentas han desarbolado la nave socialista y desorientado a toda la tripulación. Ahora escudriñan las estrellas para volver a la playa y esperar allí la pleamar del voto progresista. Volverán a equivocarse si no se bajan a tierra firme y se mezclan con los que esperan un cambio político. Deberían personarse en las concentraciones obreras que preludian despidos masivos y cierres patronales, participar en las mareas cívicas contra los recortes sociales y las privatizaciones de lo público, indignarse con los jóvenes abandonados a su suerte,  aparecerse entre los estudiantes sin becas ni comedores escolares, apuntarse a los piquetes que impiden los desalojos y ofrecerse al gentío caído en el pozo negro de la pobreza. Bien convocada está su Conferencia Nacional, bien elaborada estará, supongo yo, la guía para los nuevos tiempos que se avecinan y colocados en sus puestos los protagonistas del debate, pero de nada les valdrá tanta asamblea si pretenden que otros salgan a la calle para hacerles su trabajo. Si así lo perpetran, continuarán desaparecidos.
¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (2)    No(0)

+
0 comentarios