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Efectos de una sentencia salomónica

jueves 08 de noviembre de 2007, 13:42h
En vísperas de darse a conocer la sentencia sobre el atentado del 11-M eran muchas las personas que creían que la relación de hechos probados, a tenor de los resultados de la práctica de pruebas en el plenario, acallarían para siempre a los defensores de la teoría de la conspiración. En esta idea participaban también muchos militantes del sector moderado del partido popular, que existe, aunque no lo parezca. Yo no lo creía, y así lo manifesté públicamente, porque los albaceas políticos de Aznar y él mismo –lo comprobamos ayer- han encontrado un filón demagógico que explotan con facilidad en personas sin criterio o con una gran carga de animosidad contra socialistas y nacionalistas. Cuando la situación económica es buena, cuando el empleo crece, cuando las políticas de libertad y avance social mejoran, quedan pocos resquicios para ensartar una efectiva política de oposición en estos campos. Si, además, los rectores  del partido popular han considerado que perdieron las elecciones como consecuencia del atentado del 11-M y su explotación política, que una porción mayoritaria de la población relacionó con la intervención en la guerra de Irak, puede entenderse que la labor de oposición se haya centrado en el papel de ETA en el atentado, en su inspiración y apoyos, y en las fracasadas conversaciones con la banda terrorista en búsqueda de la pacificación de Euzkadi.

Pero, a pesar de su valedores mediáticos, la labor de oposición del partido popular ha dado escasos resultados aunque mejoraran sus posiciones en las elecciones autonómicas y municipales. Todas las encuestas, con ligeras diferencias, apuntan a una estabilidad en las respectivas posiciones electorales y no parece que la situación pueda variar de forma sustancial. Por eso no se entiende que Aznar , aprovechando su tiempo libre, reavive los infundios de los desiertos próximos y las montañas cercanas en los qye se tramó la conspiración, rebajada de grado eso sí, al determinarse en la sentencia de modo irrebatible que no hubo ninguna intervención de la banda terrorista. No se entiende, salvo que se aproveche el silencio de la sentencia sobre los autores-inductores o la absolución de quienes se consideraban en  las calificaciones acusatorias como dirigentes, para lavar la cara de quienes durante más de tres años han estado dando la brasa con la existencia de una conspiración.

En tal sentido la sentencia ha sido salomónica porque, ignorando material probatorio intachable, como las cintas de video donde se reconoce la autoría y motivación de los atentados, ha preferido no entrar a dilucidar si existía una relación orgánica entre los autores materiales y la red de Al-Qaeda, verdadera probatio diabólica, ya que es impensable una orden expresa o unas instrucciones precisas para ejecutar los atentados. En tal sentido, el tribunal ha sido prudente y se ha sujetado a la redacción del código penal, que equipara a autores e inductores.

No ha bastado, sin embargo, que los términos del pronunciamiento hayan sido de una claridad meridiana: algunas personas del partido popular con Aznar a la cabeza, han aprovechado que el tribunal  soslayara pronunciarse sobre los inductores directos (que no los hay), para volver a insistir en que deben continuarse las investigaciones porque el caso se ha cerrado en falso. Para ellos no existe la cosa juzgada, ni los hechos probados, ni la presunción de acierto objetivo de las sentencias. Una sentencia que ha enterrado tantas manipulaciones y patrañas, solo ha servido para llevar la tranquilidad a un sector muy mayoritario de la sociedad española, que ha comprobado que con todos sus defectos, los tribunales funcionan con rigor e independencia. Pero hay otro sector liderado por los de siempre que tardarán poco en plantear nuevas dudas e investigar en los desiertos y montañas más próximos. Sembrar dudas es como sembrar calumnias: algo queda.
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