Soldados, diplomáticos y políticos
lunes 20 de enero de 2014, 10:27h
Hay
dos funciones capaces de representar emblemáticamente al Estado como ente
unitario que son el diplomático y el soldado. El diplomático en tiempos de
relaciones pacíficas y el soldado en tiempo de combate. Pero, en el interior de
la comunidad y fuera de las zonas de combate o de negociación, corresponde al
político encarnar la unidad nacional con una presunta capacidad de liderazgo. Los
problemas contra la unidad nacional emergen cuando es débil esta capacidad de
liderazgo y no es suficiente para armonizar el pluralismo de que toda sociedad
está compuesta con la identidad de conjunto de la patria. Cuando se produce
este déficit de liderazgo proliferan los etnocentrismos de que se alimentan los
micronacionalismos pueriles, sin base física real en una sociedad moderna,
intercomunicada y mestiza.
La
autoridad legítima de un estado democrático no puede admitir la existencia de
grupos armados partidistas que se convierten automáticamente en terrorismo. El
terrorismo es, sin embargo, el gran desafío de nuestra época a la autoridad del
Estado y la forma de practicar una guerra sinuosa por quienes son incapaces de
nutrir un ejército de masas o ganar unas elecciones generales. De ahí que la
lucha sin cuartel contra cualquier forma de terrorismo, sea sangriento o
simplemente vandálico, se haya convertido en una especie de lucha preventiva
para el mantenimiento de la paz y de los derechos de la sociedad civil. Cada
comunidad nacional debe apoyar a sus propias fuerzas de seguridad para
erradicar la violencia interior o exterior que pueda amenazarla. Resulta
sarcástico que una figura nada democrática, como Lenin, haya acuñado una frase
definidora y definitiva: -"No queremos destruir al que quiere destruirnos, sino
convertirlo a la tolerancia y a la paz". Pero doblegarse ante la presión de los
vándalos es seguir, como recordaba irónicamente Adenauer, que "el método
infalible para apaciguar a un tigre es dejarse devorar por él"
Esto
no parecen comprenderlo ciertos políticos que se muestran blandos con el
terrorismo o con la guerrilla urbana y que insisten en proponer respuestas
ambiguas o replicas insuficientes que, en algún grado, parecen justificar el
ejercicio de la violencia ilegal cuando esta pasa por una tregua de su
actividad delictiva. Este es y ha sido tradicionalmente el fallo doctrinal de
la izquierda, consistente en no asumir con toda convicción que existe una
prioridad de la Nación sobre las ideologías. El fallo del izquierdismo
simpatizante con cualquier rescoldo de subversión se acompaña con la cobardía y
el aplazamiento de los problemas de una derecha medrosa que se adormece con la
ilusión de que los gérmenes destructivos se atenúen con dádivas económicas,
cambios de palabras o aplazamiento de proyectos y distribuyendo competencias a
los niveles más bajos de las estructuras políticas. Llevamos demasiado tiempo
soportando ambas deficiencias y, por ello, hay guerrilla urbana hasta en
Gamonal. Las vacilaciones del poder público legítimo son elementos activadores
de conductas desordenadas que se desarrollan como un juego siniestro que los
políticamente disconformes con una situación no pueden confundir con la propia
voluntad alternativa de gobierno de una correcta izquierda digna de adjetivarse
española. Se engañaron a sí mismos los entusiastas de la Revolución Francesa
que no previeron que podría degenerar en el terror jacobino o en la dictadura
bonapartista y se engañan hoy quienes se complacen con las "manis" ambiguas,
los disturbios callejeros y los enfrentamientos con la policía que hacen las
delicias de los aficionados a la lucha libre, pero los auténticos políticos no
pueden fascinarse por el tumulto de los agitadores. No se pueden contemplar
plácidamente los daños colaterales que los rescoldos del terrorismo, las
conductas vandálicas o los "escraches" puedan provocar en el adversario sin
comprender que los mismos fenómenos esperan a quien gobierne en un futuro.
Cuando se rompe la convivencia los daños del incendio no van contra el gobierno
de turno sino contra los intereses de España. No se puede aceptar que los
discursos demagógicos o los delirios separatistas o los anarquismos de
pasamontañas reflejen la voluntad popular o condicionen el curso de los asuntos
públicos. Como saben hacer los embajadores o los soldados, los políticos deben
ser capaces de representar conjuntamente la unidad y seguridad más allá de la
competitividad de los partidos y de las querellas locales. Los coletazos
desesperados de una anarquía desahuciada o un separatismo sin salida que
pretenden utilizar los últimos capítulos de una crisis económica para alimentar
una crisis institucional, antes de que se superen las repercusiones sociales
negativas, no deben recibir cobertura ni tolerancia por parte de ninguna fuerza
política con bases democráticas de verdadero peso nacional, ni por debilidad de
la derecha ni por oportunismo de la izquierda.
Ex diputado y ex senador
Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
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