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El diálogo invisible

El diálogo invisible

viernes 31 de enero de 2014, 19:10h
Hay días que se encuentran en la vida y días que solo la muerte sabe dónde se encuentran. Quizá hay recuerdos que no saben morir, o se agazapan en la muerte agarrándola con su luz para que la muerte no pueda destrozarlos. Porque son hermosos. Porque creen en el amor. Porque sienten que sus hebras de vida son eternas, aunque la senda de la materia no pueda entenderlo. Y no se trata de entender o no entender. El entendimiento es un juego de neuronas, una extraña sinapsis que se pierde en su propia realidad de variables incognoscibles.

Se trata de sentir. De superar la razón con un deseo que queremos venga de cuando no éramos, y siga existiendo después, cuando nada seremos. Somos los únicos seres vivos que percibimos la muerte, y nos preguntamos por ella, y tenemos una escritura en el corazón (¿será divina?) que nos dice que podremos derrotarla.

Estamos llenos de palabras que quieren comprenderlo todo, pero también sabemos que hay cosas que no se pueden explicar con palabras. Esas cosas las sentimos y ya está. Los filósofos pierden la razón queriendo comprenderlas, pero no pueden. Los poetas se dejan el alma queriendo apresarlas, pero no pueden. Son cosas que llevamos escritas dentro y es imposible leerlas con los ojos de afuera. Al cabo somos hijos de un enigma que no podremos comprender, al menos aquí. Y tenemos una singularidad irrepetible, como demuestra la física cuántica, y con expresión literaria el poeta Cummings, cuando escribe que somos un misterio que no volverá a ocurrir. Quizá nuestra extraña unicidad sea un mensaje de luz en lo oscuro.

El sol nos llena cada día de luz. El aire llena nuestros pulmones de sangre. El cielo muestra un campo lejano en el que se produce un espectáculo de fuego y sombras. Es la cuna de la vida. Todo parece escrito por algo que no quiere descubrirse. Todo esconde una razón de ser que nos obliga a soñar que somos los espectadores necesarios de esa obra sublime. Somos el fotógrafo de Dios, como dice Ces Nooteboom. ¿Qué sentido tendría todo ese espectáculo en un teatro vacío?

Sería un derroche absurdo de luces. Y como todo espectador, tenemos el derecho a creernos dentro de la obra. En realidad lo estamos. Porque toda obra de arte dialoga con quien la contempla. El arte solo es arte dentro de los ojos que lo miran, como dice John Berger. Además el que ve la obra de arte la crea. 

Por eso me siento en el derecho de imaginar en algún lugar, o no-lugar, dentro o fuera de las estrellas, un diálogo invisible entre el actor José María Arcos y el poeta Félix Grande, quienes estuvieron hermanados en vida. Uno recita y el otro escribe. Mientras, un invisible público extasiado da gracias a Dios por haberlos repatriado. 
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