miércoles 19 de marzo de 2014, 08:00h
Como he dicho en distintos lugares, sitios y medios, el
primero que me llevó a Crimea fue Rudyard Kipling. El poema intitulado "Los
últimos de la Brigada
Ligera" se remontada a una guerra que transcurrió a mediados
del siglo XIX.
Crimea nunca fue Ucrania salvo en los últimos decenios.
Poblada por tártaros y otros hombres y mujeres, dominados, ahora por turcos,
ahora por rusos, los ciudadanos de Crimea bien seguro que desean la paz.
La URSS, por aquello de ahorrar adminsitración que le
sobraba por todos los poros, decidió a principios de los cincuenta anexionar
Crimea, toda ella llena de rusos tras las deportaciones de tártaros, a una
Ucrania en la que nunca estuvo.
Ucrania ahora, por su parte, es una nación dividida en dos.
Oeste y este. Unos son proeuropeos, los otros partidarios de Moscú. A un lado ganan
los partidos favorables a la integración en la Unión Europea, en
otro los afines a las relaciones con la Madre Rusia.
Así que, como ganaron de aquella manera los partidarios de
Rusia, aquel presidente -más parecido a un sátrapa-, evitó que la patria de
tantos escritores se decantara hacia Occidente. Hasta que estallaron las
calles.
En Europa, en Estados Unidos y, concretamente, en el oeste
de Ucrania, se vio con buenos ojos que se derrocara a un gobierno electo por la
presión precisamente de la
calle. Se impuso -nunca mejor dicho-, un gobierno occidental.
Así que, la parte rusa, digamos que el este, incluyendo
Crimea, se revolvió espantada por una especie de golpe popular no consagrado en
las urnas. Así que, por culpa de ir demasiado por delante, tenemos a Rusia y a
los ucranianos pendientes de si se va a producir, o no, una verdadera guerra
civil en Ucrania.
Éste es el riesgo: una guerra civil en Ucracia. En Crimea lo
veo bien difícil. Los rusos ya han aprobado la anexión, los norteamericanos
pensando en sanciones y los europeos a por uvas.
Una vez más se demuestra que los cambios, cuanto más
tranquilos, más inevitables. Si se decide tratar de desequilibrar una nación a
favor de esta parte, el otro lado de la cama puede no vernos con excesivos
buenos ojos.
Algunos argumentan -también lo he dicho-, que estamos en
presencia de un Putin reencarnando el "alma rusa". Un alma de la que tanto
escribieron Gógol o Berdiáyev, ambos, por cierto, ucranianos.
El único camino es la paz. Y el equilibrio que sostiene nuestro
entendimiento. Y la democracia como bálsamo, solución y futuro. @AntonioMiguelC