El coronel regresa a Macondo
viernes 18 de abril de 2014, 12:45h
Hace sesenta años nació Macondo dentro de uno de los cuentos de la Mamá
grande que Gabriel García Márquez escribió mientras hacía de reportero
por el mundo y preparaba su propia y ensoñadora biografía transmutado
en el coronel Aureliano Buendía, el patriarca de una familia que tras
cien años de soledades desaparecería en la misma selva de la que nació,
la selva convertida en metáfora de un Continente, de unas ambiciones y
sueños aplastados por una civilización de la que había intentado huir y
que alcanzó y destruyó a cada uno de sus miembros.
La muerte de Gabo estaba anunciada desde hacía meses y el México que le
había heredado desde mediados de los años setenta como un emigrante de
lujo desde su Colombia natal se preparaba para darle el último adiós
cuando se enteró de su ingreso en el hospital, perdido el combate final
contra el cáncer. El coronel tenía el billete para regresar a Macondo,
ligero de equipaje tal y como aprendió de Machado, otro emigrante con la
palabra en el hatillo como alimento de millones de mujeres y hombres a
los que la vida les golpea pero que nunca les vence.
El premio Nobel de Literatura, referencia obligada del siglo XX, transformó Aracataca, su pueblo natal, en el pueblo de millones de
lectores tras bautizarlo como Macondo y convertirlo a partir de 1967 en
el destino freudiano de todos aquellos que se enfrentan a sus fantasmas y
los conjuran mientras conviven con ellos, sabedores de lo imposible que
resulta dejarlos tranquilos en sus tumbas. Ahora regresa allí, a
conversar con sus propias criaturas. Con José Arcadio, con Ursula, con
Amaranta, para asegurarles que entendió sus palabras escritas, aquello y
esto de que " la buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con
la soledad", la misma que acompaña como un viejo vestido a todos los
Aurelianos de la estirpe Buendía.
García Márquez fue un heterodoxo hasta el final, preso y dueño de sus
propias contradicciones, las que le llevaron a ser amigo de Fidel Castro
y pregonero de la revolución cubana al mismo tiempo que denunciaba la
opresión de los pueblos de América del Sur a manos de la minoría
dirigente. Quedará para siempre su defensa de la palabra como método
contra el olvido, contra la ignorancia, contra la marginación. Tabla de
salvación de lo que consideramos civilización, único método para evitar
que los poderosos venzan a la crítica, ese instrumento al alcance de
todos hayan nacido en Aracataca o Nueva York. Al fin y al cabo, Macondo
se funda cada día en el corazón y existen unas gotas de sangre Buendía
en cada uno de nosotros. Ese era y es el gran secreto que escondían los
manuscritos de Melquiades, el gitano trashumante que vivo y muerto
siempre regresaba al pueblo que nació de un sueño.