miércoles 04 de junio de 2014, 07:41h
¿Cómo puede prosperar un rey en un reino sin monárquicos?
Sabedores de mis profundas convicciones republicanas, perplejos al principio y
acostumbrados después, mis buenos amigos y algún que otro familiar entrometido
contemplaron en mi casa durante bastantes años la foto enmarcada que los Reyes
me habían dedicado semanas después de neutralizarse el 23-F. Yo fui uno de los
periodistas radiofónicos que retransmitió el golpe de Tejero y los
acontecimientos que se fueron sucediendo aquella larguísima jornada, una
experiencia terrible y apasionante que comprometió a muchos profesionales con
la libertad y la democracia. Es muy posible que fuera entonces cuando la Casa
Real decidió remitirnos la fotografía caligrafiada de don Juan Carlos y doña
Sofía. Los míos se temieron lo peor cuando escucharon el tiroteo de los
golpistas y se pasaron la madrugada en vela esperando que la legalidad se
impusiera finalmente. No hubo, pues, discusión alguna y el regalo real se colocó
en un lugar estratégico del salón. Un buen día, víctima de una mudanza
repentina, acompañado de otros recuerdos, aquel retrato acabó en una caja que
todavía guardo sin abrir en un armario. Habrán deducido ya que pertenezco a esa
generación que se convirtió al juarcarlismo durante la Transición política.
Pocos episodios nacionales avalan la trayectoria
contemporánea de la monarquía española. Desde Carlos IV, que rindió su imperio
a Napoleón y terminó exiliado en Bayona, hasta la tristísima despedida de Alfonso
XIII en el puerto de Cartagena camino del destierro, las desventuras reales han
sido muchas, tantas como reyes se coronaron en ese período histórico. Fernando
VII nos impuso un reinado absolutista y para ello fusiló o represalió a los
constituyentes liberales que redactaron la primera constitución de Cádiz.
Después acabó con la incipiente modernidad que se respiraba en España y nos
devolvió al aislamiento, la pobreza y la incultura. Años después, derrocada violentamente la Primera República por un
salvador más de la patria, Isabel II recuperó su Palacio Real. El
advenimiento de la Reina, combatido por los partidarios dinásticos de Carlos
María de Borbón, provocó tres guerras civiles que sembraron de sangre, ruina y
miseria la España decimonónica.
Aquella restauración monárquica alumbró una farsa
representativa diseñada para que los liberales y los conservadores se
repartieran el poder sucesivamente. Ambas formaciones se identificaban
simétricamente con la burguesía mesetaria, con el caciquismo latifundista, con
la todopoderosa Iglesia y con las minorías ilustradas. Las clases populares,
formadas por trabajadores y campesinos, quedaron abandonadas a su destino y fuera del
sistema. La Corona participó en aquel invento despegándose definitivamente del
pueblo, apoyándose en los que más tenían
y dejándose adular por una nobleza retrograda y acaudalada, involucrándose en
los pronunciamientos palaciegos y castrenses que se organizaban a su sombra,
prolongándose en el tiempo a base de regencias y matrimonios endogámicos,
sirviéndose de infantes púberes
coronados y de cortesanos aprovechados. Cometió tantos errores, sucumbió a
tantos despropósitos para perpetuarse, que pagó finalmente sus pecados
originales. Aquellos que fueron maginados por las castas dominantes, se organizaron
mientras tanto en los sótanos de aquel infecundo entramado político y
terminaron por derribarlo el 14 de abril de 1931.
No recuerdo a ningún familiar próximo que hubiera sido monárquico antes de establecerse
en España la Segunda República. Algunos militaron en la Falange fundacional,
antimonárquica y anticlerical, fascista y nacionalista, orgánica y fundamentalista;
otros sintonizaron con el carlismo integrista, confesional y tradicionalista,
atávico y regionalista; y otros muchos
se confesaron republicanos convencidos, de derechas o de izquierdas, moderados
librepensadores o revolucionarios comprometidos. Ninguno de ellos, sobrevivientes
todos de la contienda civil provocada por Franco, deseaba la vuelta de los
Borbones a la Jefatura del Estado. Pero volvieron. Regresaron repatriados por
aquel General que pretendía eternizar con ellos su régimen dictatorial. Tal
operación resultaba tan inalcanzable y tan absurda, tan alejada de la realidad
europea, que don Juan Carlos la desmontó con pericia, valentía y talento. El
Rey nos devolvió las libertades públicas y privadas, recuperó los estatutos de
los territorios históricos, sancionó una Constitución moderna y progresista, y
sofocó felizmente un levantamiento militar que nos hubiera devuelto al pasado.
Por todo ello, sin moverme un centímetro del republicanismo, me hice
juancarlista y coloqué la foto de los Reyes en mi casa.
El Monarca acaba de abdicar y en un país como el nuestro,
donde la mayoría de monárquicos son en realidad juancarlistas, recupero de la
memoria aquella canción que cantaban los
españoles en el siglo pasado y como ellos me pregunto: ¿dónde vas, Felipe VI?