He esperado unos días a que pase el tsunami provocado por la
abdicación del rey y los miles y miles de pormenorizados análisis que han hecho
las clarividentes mentes de los habituales contertulios, para dar mi opinión
sobre lo que nos espera a los españoles en un futuro más o menos próximo. De
momento no estoy de acuerdo con todos aquellos que han visto en la renuncia de
Don
Juan Carlos una especie de contubernio pactado entre la Casa Real y los dos
partidos mayoritarios, PP y PSOE. Aquí somos muy dados a apuntarnos y desarrollar
teorías de la conspiración para explicar sucesos que deberían contemplarse como
normales en cualquier democracia. Así que, haya o no haya sido el momento mas
oportuno, que yo creo que sí lo ha sido, menos buscar tres pies al gato y
vayamos todos a contemplar esta novedosa situación política como un episodio
más, aunque muy importante, del sistema que nos dimos y aprobamos masivamente
hace ahora casi cuatro décadas. El Rey
Juan Carlos I se va tras 39 años
de reinado y le sustituye su heredero,
Felipe VI. Y no hay más tela que
cortar. Quien quiera otra cosa, tal y como ha dejado claro el presidente del
Gobierno,
Mariano Rajoy, que plantée en las Cortes una reforma de la
Constitución. Las leyes las tenemos para cumplirlas, y quien no quiera
cumplirlas no tiene más que emigrar a Corea del Norte, a Cuba o a Siria donde
la democracia republicana campa a sus anchas.
Y es que resulta curioso que las fuerzas más a la izquierda, desde la IU de
Cayo
Lara al Podemos de
Pablo Iglesias pasando por Equo, Amaiur y los de
los perros flauta, identifiquen la Monarquía parlamentaria con la dictadura y
la República con la democracia. Una falacia demagógica que no se sostiene ni
harto de vino. Porque no hay más que mirar al exterior y comprobar que hay
repúblicas dictatoriales, como Cuba o Venezuela, y monarquías democráticas como
Inglaterra o Suecia. Así que no traten de engañar al personal con sofismas,
media verdades o auténticas mentiras porque, por muy incultos que seamos los
españoles, la Wikipedia está al alcance de todos. Todos sabemos ya que estas
fuerzas solo buscan rentabilidades políticas a cort plazo y qué mejor que
aprovechar el rio revuelto de un cambio en la Jefatura del Estado para recoger
el botín de todos aquellos que sacan la tricolor en cualquier manifestación ya
sea política, sindical o deportiva. A mí todos estos "tontos de las
banderitas" que pueblan nuestras calles a la primera protesta de cambio me
parecen marionetas en manos de demagogos, pero allá ellos con sus enseñas y sus
colores. Lo que no permito es que por llevar esas banderas nos den lecciones de
democracia al resto de los ciudadanos a quienes la tricolor nos la trae al
fresco y nos parece un anacronismo fuera de lugar en pleno siglo XXI.
Pero, en fin, a lo que iba. Que me da la impresión de que estamos creando una
tormenta en un vaso de agua. El Rey estaba hasta la coronilla de aguantarnos,
de soportar pamplinas de unos y otros, de escuchar sesudas críticas de eruditos
tertulianos y de demagogos del "Salvame" y ha decidido irse y dejarle
el muerto a su hijo. Y punto. El problema de este país es que no estamos
acostumbrados a algo tan higiénico como es la dimisión. Aquí, pase lo que pase,
nadie dimite. Ni los políticos cogidos in fraganti metiendo la mano en la bolsa
ni los banqueros que se ponen indemnizaciones millonarias, ni los jueces que se
equivocan ni los empresarios o los sindicalistas que se lo llevan calentito de
los fondos de formación. Y es que dimitir, como dice el chiste, no es un nombre
ruso, es simplemente una decisión que tiene todo aquel que ostenta un cargo y
que debería de ser algo bastante habitual.
Así que menos darle vuetas y mas vueltas a una situación que era previsible que
se produjera un día de estos. Tenemos leyes que nos aseguran la continuidad
dinástica de la Monarquía parlamentaria que ratificamos mayoritariamente y que
nos ha dado, con sus luces y sus sombras, casi medio siglo de relativa
tranquilidad a un país en el que la malaleche y la gilipollez nos llevan a
matarnos entre sí por la mas simple de las chorradas. Esperemos que hayamos
aprendido algo en todos estos años y que no nos precipitemos de nuevo en
discusiones y debates banales que a nada nos conducen. El Rey ha dimitido (en
su caso. abdicado), pues nada, que ahora viva tranquilo con Doña Sofía y deje
el marrón en manos de su hijo Felipe VI, que éste sí que lo va a tener
complicado.
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