El lunes asistí a un almuerzo coloquio en el Club Antares con el que la
Cámara de Comercio de Sevilla, nueva propietaria de club, reinicia los
foros de opinión que tanto prestigio le dieron a esta institución en la
anterior etapa. La conferencia inaugural del nuevo curso corrió a cargo
de la ex ministra de Cultura, ex alcaldesa de Sevilla y actual Defensora
del Pueblo,
Soledad Becerril. Entre los asistentes, numerosas
personalidades de la vida política, empresarial, social y cultural de la
capital de Andalucía como el ex presidente de la Junta,
José Rodríguez de la Borbolla, el alcalde hispalense,
Juan Ignacio Zoido, el Defensor del Pueblo andaluz,
Jesús Maeztu y
varios diputados autonómicos y concejales del Ayuntamiento sevillano.
La presencia en este tipo de actos siempre es reconfortante porque las
conversaciones distendidas durante la comida, la sobremesa o el café dan
lugar a comentarios e informaciones que nunca se producirían en otras
situaciones más encorsetadas en las que los actores políticos y sociales
se muestran mucho más reservados.
Dejando al margen la conferencia de
Soledad Becerril y
el posterior coloquio que se centró en las miles quejas de los
ciudadanos contra la actuación de unas administraciones que en
demasiadas ocasiones abusan de su poder, cabría incidir que algunos
datos que puso sobre la mesa y que demuestran fehacientemente el por qué
no funcionan unas instituciones que parecen estar más dedicadas a
mirarse el ombligo y a crear problemas que a buscar soluciones a los
problemas diarios de los ciudadanos. La Justicia es una de estas
instituciones que más quejas recibe por su lentitud y su falta de
medios, y así nos enteramos que cada comunidad tiene un sistema
informático distinto con lo que una causa que se instruye en Andalucía
no puede transferirse a Madrid o Cataluña. Diecisiete comunidades y
diecisiete sistemas incompatibles entre sí. Demencial. Es sólo un botón
de muestra de unas administraciones que están más pendientes de ver a
quién se le concede un servicio, comisionistas incluidos, que de buscar
facilidades prácticas para los usuarios. No es de extrañar que la gente
está cada día más harta de una clase política inoperante y vividora que
parece estar cada día más alejada de la realidad que se sufre en la
calle.
Soledad Becerril reconoció que su institución tiene
escasas posibilidades de solucionar las miles de quejas que recibe al no
tener ningún poder ejecutivo. Su única arma, al final, es recurrir al
Fiscal General del Estado si alguna administración comete reiteradas
irregularidades y no hace caso a las advertencias.
Ustedes me
dirán que si el Defensor del Pueblo no puede solucionar las quejas que
recibe, ¿para qué sirve la institución dotada con un prepuesto de
catorce millones de euros en los presupuestos? Y podrían decir aún más.
Si es inoperante el Defensor del Pueblo español, ¿por qué, además de él,
tenemos otros doce más en otras tantas comunidades, además de varias
docenas en ayuntamientos? Y no les falta razón. Esta inflación de
cargos, esta reiteración y proliferación de instituciones similares es
algo bastante usual en nuestro sistema político que nos ha convertido en
uno de los países con más cargos públicos de todo el mundo, todos ellos
viviendo de unos presupuestos que no dan abasto y con unos privilegios
de aforamiento que son desconocidos en otras naciones. Y todavía hay
algún aforado gilipollas que se queja que el abdicado
Rey Don Juan Carlos pueda quedar también aforado en un futuro próximo. La necedad de algunos raya en lo sublime.
Por lo demás, las tertulias de los asistentes giraron entre la vacuidad magistralmente "vendida" de la presidenta andaluza,
Susana Díaz; sobre todo fuera de la comunidad; la falta de rumbo y de imagen pública del lider de la oposición,
Juanma Moreno, y el desnorte en el que se haya sumido el PP andaluz, y las anécdotas de
Borbolla o
Luismi Martín Rubio sobre
la conferenciante (cabra y gorila incluidos) a quien, pese a su fuerte
carácter y su seria actitud, muchos sevillanos echan de menos. En
resumen, un buen rato con muchos integrantes de la vieja guardia
política y periodística que, a estas alturas de la película de terror en
la que nos movemos, prefieren (preferimos) ver los toros desde la
barrera.
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