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Soledad sí tiene quien le escriba

Soledad sí tiene quien le escriba

martes 24 de junio de 2014, 08:10h
El lunes asistí a un almuerzo coloquio en el Club Antares con el que la Cámara de Comercio de Sevilla, nueva propietaria de club, reinicia los foros de opinión que tanto prestigio le dieron a esta institución en la anterior etapa. La conferencia inaugural del nuevo curso corrió a cargo de la ex ministra de Cultura, ex alcaldesa de Sevilla y actual Defensora del Pueblo, Soledad Becerril. Entre los asistentes, numerosas personalidades de la vida política, empresarial, social y cultural de la capital de Andalucía como el ex presidente de la Junta, José Rodríguez de la Borbolla, el alcalde hispalense, Juan Ignacio Zoido, el Defensor del Pueblo andaluz, Jesús Maeztu y varios diputados autonómicos y concejales del Ayuntamiento sevillano. La presencia en este tipo de actos siempre es reconfortante porque las conversaciones distendidas durante la comida, la sobremesa o el café dan lugar a comentarios e informaciones que nunca se producirían en otras situaciones más encorsetadas en las que los actores políticos y sociales se muestran mucho más reservados.

Dejando al margen la conferencia de Soledad Becerril y el posterior coloquio que se centró en las miles quejas de los ciudadanos contra la actuación de unas administraciones que en demasiadas ocasiones abusan de su poder, cabría incidir que algunos datos que puso sobre la mesa y que demuestran fehacientemente el por qué no funcionan unas instituciones que parecen estar más dedicadas a mirarse el ombligo y a crear problemas que a buscar soluciones a los problemas diarios de los ciudadanos. La Justicia es una de estas instituciones que más quejas recibe por su lentitud y su falta de medios, y así nos enteramos que cada comunidad tiene un sistema informático distinto con lo que una causa que se instruye en Andalucía no puede transferirse a Madrid o Cataluña. Diecisiete comunidades y diecisiete sistemas incompatibles entre sí. Demencial. Es sólo un botón de muestra de unas administraciones que están más pendientes de ver a quién se le concede un servicio, comisionistas incluidos, que de buscar facilidades prácticas para los usuarios. No es de extrañar que la gente está cada día más harta de una clase política inoperante y vividora que parece estar cada día más alejada de la realidad que se sufre en la calle. Soledad Becerril reconoció que su institución tiene escasas posibilidades de solucionar las miles de quejas que recibe al no tener ningún poder ejecutivo. Su única arma, al final, es recurrir al Fiscal General del Estado si alguna administración comete reiteradas irregularidades y no hace caso a las advertencias.

Ustedes me dirán que si el Defensor del Pueblo no puede solucionar las quejas que recibe, ¿para qué sirve la institución dotada con un prepuesto de catorce millones de euros en los presupuestos? Y podrían decir aún más. Si es inoperante el Defensor del Pueblo español, ¿por qué, además de él, tenemos otros doce más en otras tantas comunidades, además de varias docenas en ayuntamientos? Y no les falta razón. Esta inflación de cargos, esta reiteración y proliferación de instituciones similares es algo bastante usual en nuestro sistema político que nos ha convertido en uno de los países con más cargos públicos de todo el mundo, todos ellos viviendo de unos presupuestos que no dan abasto y con unos privilegios de aforamiento que son desconocidos en otras naciones. Y todavía hay algún aforado gilipollas que se queja que el abdicado Rey Don Juan Carlos pueda quedar también aforado en un futuro próximo. La necedad de algunos raya en lo sublime.

Por lo demás, las tertulias de los asistentes giraron entre la vacuidad magistralmente "vendida" de la presidenta andaluza, Susana Díaz; sobre todo fuera de la comunidad; la falta de rumbo y de imagen pública del lider de la oposición, Juanma Moreno, y el desnorte en el que se haya sumido el PP andaluz, y las anécdotas de Borbolla o Luismi Martín Rubio sobre la conferenciante (cabra y gorila incluidos) a quien, pese a su fuerte carácter y su seria actitud, muchos sevillanos echan de menos. En resumen, un buen rato con muchos integrantes de la vieja guardia política y periodística que, a estas alturas de la película de terror en la que nos movemos, prefieren (preferimos) ver los toros desde la barrera.

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