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Crisis? What crisis?

Crisis? What crisis?

martes 05 de agosto de 2014, 12:10h
Comienzo la primera semana de aislamiento en mi retiro agosteño. Por fortuna he podido solucionar unos problemillas que me había dado el ordenador y que me impedía conectarme a internet y, por lo tanto, contactar con todos mis escasos pero fieles lectores. Hubiese sido todo un desastre que añadir a la monotonía reinante en este pueblo al que, poco a poco, comienza a llegar la invasión anual de "conejeros" de Fiestasantos que duplicarán su población en torno al 21 de agosto. Dicen que la tan cacareada crisis ha provocado el retorno de muchos españoles al "turismo rural", entiéndase éste como un eufemismo del ansiado regreso al pueblo natal a pasar las vacaciones familiares en casa de los padres o los suegros o los primos, gratis total, que siempre salen bastante más baratas que en un apartamento u hotel de cualquier playa. Pero puede ser que Rajoy tenga algo de razón al afirmar que estamos superando la crisis porque es un hecho evidente que este año el personal parece más dispuesto a soltar la tela y rascarse el bolsillo que en anteriores veranos en los que no se gastaban ni bromas. Pese a que aquí, en Jaén, el panorama del olivar pinta bastante crudo para el próximo invierno (la cosecha de aceite de oliva, pieza clave en la economía local, amenaza con ser desastrosa) se nota algo más de alegría en el gasto y en el consumo, pero sin pasarse.

Un consumo que, desde luego, aquí suele ser mínimo ya que las clásicas tapitas en los bares, a veces bastante generosas, son gratis con la cerveza o el tinto de verano. Vamos, que uno, con unos diez euros en el bolsillo, puede hasta permitirse el lujo de invitar a los amigos y quedar como un magnate del petróleo. Por eso me pregunto, como hacía el grupo británico Supertramp allá por mediados de los setenta del pasado siglo, "¿Crisis? ¿Qué crisis?". Aquí, si uno anda listo y no comete demasiados excesos, el mes de vacaciones puede pasarlo con menos de quinientos euros de gastos, incluyendo, claro, los donativos a los Hermanos de los Santos y la consiguiente compra de Lotería, llaveritos y regalos culinarios "made in Arjona" que este año se ubicarán en la antigua zapatería de Pepe, junto a la barandilla de la Plaza de los Coches, de mano de las Carrero y la Hermandad del Santo Entierro. Un bujío pequeño pero estratégico con delicatessen de la zona, aceites incluidos, ante el que se pueden formar enormes colas de forasteros en los días claves de las Fiestasantos.

Con todo advierto a aquellos que no conozcan la campiña jiennense que esta zona, cercana a Andújar, suele alcanzar fácilmente los cuarentaytantos grados en plena canícula y si a ello sumamos las interminables cuestas que conforman su fisonomía, hay que echarle redaños a plantarse en Arjona por más curiosidad turística que se tenga. Aunque, eso sí, hay que reconocer que estas Fiestas tienen su conque. Primero por las imágenes de San Bonoso y San Maximiano, dos romanos macizos que parecen salidos de un péplum del Hollywood de los años sesenta como Quo Vadis y sus reliquias, una calavera y varios huesos dentro de una urna dorada, que recorren las calles en la noche y madrugada del día 21 al son ininterrumpido del Himno de los Santos cantado a voz en grito por sus porteadores que continuamente levantan las andas sobre sus brazos extendidos. Algo digno de contemplarse junto al rito de las banderas que cubren las cabezas de los arjoneros siguiendo antiguas melodías procedentes del Carnaval como "El gallo de Tranquillas" o "Cuatro patas tiene un gato", en busca del necesario donativo. Un espectáculo, mezcla de folcklore y tradición antropológica, único; como es también único el uniforme negro, frac, chaleco y gorro con plumas, de los Hermanos de los Santos que presiden la procesión. Si a toda esta parafernalia le unimos la enorme devoción de los arjoneros a sus Santos, es comprensible que ese día se triplique la población habitual que habitualmente se sitúa en torno a los cinco mil habitantes.

Así que ya lo saben. Si quieren enfrascase unas horas en un rito singular y centenario que, cuando menos, les sorprenderá positivamente, llegando a emocionarles, no dejen de acercarse ese día por mi pueblo. Serán bienvenidos, y tanto su espíritu como sus estómagos se lo agradecerán durante muchos años.
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