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Una fiesta que deja huella

Una fiesta que deja huella

sábado 23 de agosto de 2014, 09:55h
Es 21 de agosto. Ha llegado el gran día. Me desperté temprano y, para hacer tiempo hasta mediodía, decidí acercarme al Santuario de la Virgen de la Cabeza que me coge a pocos kilómetros del hotel donde me alojo en Andújar. Tras desayunar una tostada con aceite de oliva virgen extra (ya me han enseñado a diferenciarlo de los otros aceites de peor calidad) me dirigí a la Sierra Morena, pasé las Viñas y llegué al Cabezo donde se eleva el Santuario de la Morenita, una pequeña Virgen negra que, al igual que la del Rocío, suscita la devoción de casi toda Andalucía. Cuentan que este lugar fue el escenario de una de las gestas más renombradas de la Guerra Civil española. Como no tengo mucho tiempo, me encamino hacia Arjona donde, a las doce del mediodía me espera un grupo de amigos en Santa María. Hemos quedado después en la Plaza de los Coches para tomar un aperitivo, ellos lo llaman ligar, y posteriormente ir a una casa de la Cantera, la de los Jiménez, a comernos un arroz con conejo que guisa Isabelita Carrero, toda una experta en la materia. Me han dicho que vamos a juntarnos más de cincuenta entre amigos y familiares. Ya hay que tener mano y cálculo para cocinar bien un arroz de ese tamaño.

Tal y como me anunciaron decido dejar el coche en el Paseo Nuevo y caminar, pese a las condenadas cuestas, hasta Santa María desde cuya altura se puede contemplar media provincia de Jaén. Desde el llamado Cementerio de los Santos se ve Andújar, La Higuera y Sierra  Morena, a las espaldas de Santa María, junto al monumento a los Santos, uno contempla extasiado la Peña de Martos y los montes que rodean la capital de la provincia sobre un inmenso bosque de olivos que cubre de verde plateado toda la campiña. Uno, acostumbrado a los paisajes verdes y húmedos de Gran Bretaña, a la niebla y la lluvia, se queda perplejo ante este radiante sol que baña el paisaje. Estoy seguro que los arjoneros no valoran en su justa dimensión el magnífico regalo que les ha dado la naturaleza. Se me viene a la mente el poema de Miguel Hernández, "Andaluces de Jaén, aceituneros altivos, decidme en el alma quién ¿quién levantó los olivos? No los levantó la nada, ni el dinero ni el Señor, sino la tierra callada, el trabajo y el sudor. Unidos al agua pura y a los planetas unidos, los tres dieron la hermosura de los troncos retorcidos". Y no comprendo cómo los arjoneros, que viven fundamentalmente de ese oro líquido que produce el olivo, fuente de riqueza, sabor y salud, no buscan nuevas formas de producción y de comercialización, de calidad en suma, para darlo a conocer en todos los rincones del mundo. Es una pena que mis paisanos cocinen con mantequilla. No saben lo que se pierden.

Tras el exquisito arroz, los flamenquines, los roscos de vino y una reparadora siesta en un sofá prestado, me encamino hacia la Confitería de Campos donde me aseguran que puedo adquirir dulces típicos de la tierra. Compro un par de cajas de bizcochos de los Santos y otra de unos cortadillos de hojaldre que algunos llaman "arjonitos". También tienen un original postre, el Dulce Sefardí, típico de la comunidad judía, que ha ganado diversos premios, y una especie de natillas espesas parecidas al tocino de cielo que denominan "dulce del obispo"  y que están para chuparse los dedos. Qué pena que no pueda transportarlo a Inglaterra. No sé, pero como me quede aquí un par de días mas no voy a tener mas remedio que ponerme a dieta porque si no Iberia me va a cobrar una tasa especial por el sobrepeso en el avión de vuelta a mi tierra. Compro también en una tienda en las "escalericas" que ha puesto la Hermandad del Santo Entierro, un par de botellas de aceite Cortijo de la Torre, unas mermeladas artesanas hechas por la familia Carrero y unas camisetas con el nombre de Arjona. Ya estoy dispuesto para ver la procesión de los Santos.

En Santa María no cabe un alfiler. La plaza es un hervidero a la espera del comienzo de la procesión. Música, gritos y cohetes resuenan por todas partes. Ya salen las imágenes de los dos mártires romanos y la urna con sus Sagradas Reliquias por la ojiva de la iglesia. Suena el Himno de los Santos. "Gloria, gloria, San Bonoso y Maximiano, héroes invictos de la ley de Dios...", un himno, entonado por cientos de voces, que no parará ya hasta que se encierre la procesión. Una vez en la plaza, las imágenes son levantadas a pulso por los anderos, todos ellos con polo blanco y su medalla al cuello, y giran en redondo a los sones del Himno y de los gritos "¡Viva San Bonoso, Viva San Maximiano, Vivan sus Sagradas Reliquias, Vivan los Santos de Arjona, Vivan los arjoneros, Vivan los forasteros!". Miembros de la Hermandad de los Santos, portando unas rojas banderas comienzan a posarlas sobre la gente mientras unos músicos entonan coplas populares como "El gallo de Tranquillas" o "Cuatro patas tiene un gato, Manuel" y ponen sus bolsas para recoger los donativos. Se me acercan con las banderas y nos cubren. A mi lado, alguien llora de alegría, casi todas las besan y yo, ajeno al rito pero contagiado del entusiasmo, el fervor y el sentimiento generalizdo, siento como se me pone la piel de gallina y las lágrimas afloran a mis ojos. Reconozco que no soy creyente, pero esta ceremonia, esta fiesta tiene algo que llega muy dentro y que deja huella por más agnóstico que se sea.

La procesión continúa por San Juán, la Plaza de los Coches, con sonora traca incluida, el Paseo del General Muñoz Coco, San Martín, la Cantera, donde unos motetes entonados por un grupo de arjoneras saludan a los Santos, la calle de los Martires con un espectáculo impresionante de fuego y sonido, las escalericas y, a eso de las tres de la madrugada, San Bonoso, San Maximiano y las Reliquias vuelven a Santa María. Todo ha acabado y ahora comienza la fiesta popular durante tres días. Mi cuerpo, después de tantas emociones y ajetreos no da para más. Regreso a Andújar. Le agradezco a todos los arjoneros lo bien que se han portado conmigo y les prometo que volveré el próximo año para contarles nuevas historias de este pueblo, esta pequeña ciudad de Jaén, Arjona, que deja una imborrable huella en todos los que la visitan. Se lo asegura Peter Brown, un amigo de esta incomparable tierra andaluza empeñado en descubrir nuevos rincones poco conocidos. Así que ya lo sabe. Si puede, pase por Arjona  a mediados de agosto. No se arrepentirá.


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