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El controlador descontrolado

El controlador descontrolado

Conocí personalmente a Gaspar Zarrías en las Navidades de 1986, en una cena que el PSOE dio a los periodistas políticos en la Venta de Antequera. Hasta entonces Gaspar, a quien los periodistas le llamaban "el albondiguilla", no se había puesto en contacto directo conmigo pese a que había presionado a todos los niveles, desde al entonces subdirector del periódico, Antonio Burgos, hasta a mi redactor jefe, Bonifacio Rodríguez Cañibano, y mis compañeros en la información política, José Antonio Carrizosa y Reyes Lama, para que dejara de informar de la crisis que asolaba al presidente José Rodríguez de la Borbolla, enfilado por el sector guerrista de Manolo del Valle, Carlos Sanjuán y Leocadio Marín para frenar sus pretendidas ansias autonomistas y que acabaría defenestrándole  finalmente de la presidencia de la Junta y de la Secretaría General del PSOE-A unos años después. Gaspar utilizó entonces los medios que acostumbraba a esgrimir. En lugar de ponerse en contacto conmigo para tratar de contrarrestar con argumentos la información que yo daba diariamente procedente del sector guerrista del partido, utilizó presiones externas para tratar de anularme. No lo consiguió entonces gracias a la tozudez y la entereza del director del periódico, Francisco Giménez Alemán, para quien el trabajo de sus redactores estaba por encima de cualquier otra circunstancia, ni lo hizo años después cuando pretendió que los directivos de Vocento me callaran la pluma de mis artículos críticos con el presidente Manuel Chaves, amenazándoles con no concederle a las productoras de la casa contratos con programas estrella para Canal Sur.

Después de aquella cena de hace casi treinta años, en la que apenas cruzamos unas frases de cortesía, mi relación con Gaspar Zarrías ha sido bastante más estrecha aunque nunca ha sido de amistad. De hecho nuestro común origen jiennense nos acercó en actos en la Casa de Jaén en Sevilla y en los numerosos ágapes que la Junta, el PSOE y el Parlamento (era la época de las vacas gordas) daban entonces por los más diversos moticos e incluso en alguna que otra comida privada en la que se han deslizado algunas confidencias y, sobre todo, bromas de bastante calado. Incluso fui a verle, acompañado por el director de este grupo, Fernando Jaúregui, a su despacho de secretario de Estado de  Cooperación Territorial, en el Paseo de la Castellana de Madrid, al poco de nacer "Andalucía Crítica". "Paisano, qué mala leche tienes", me decía a menudo. Y yo le conestaba, "me limito a aprender de ti". Y es que esa relación nada tenía que ver con mis asiduas críticas en el periódico en las que ponía de manifiesto el exhaustivo control que Zarrías tenía sobre todo aquello que ocurría en la Junta y en el PSOE andaluz, desde las finanzas del partido a la política mediática. De hecho, toda la operación de Prensa Sur en la que El País se hizo con varios periódicos andaluces, fue diseñada por Gaspàr quien también controlaba directa y estrictamente la política informativa de Canal Sur. Se decía entonces que en Andalucía no se movía un papel sin el permiso de Zarrías. Y era literalmente cierto. Gaspar controlaba todo lo que se hacía en la Junta a través del "consejillo" que se celebraba un día antes del Consejo de Gobierno y, a la vez, movía sus hilos en la calle San Vicente, sede del PSOE andaluz, para tner todos los peces en la misma red. A ello había que añadir su estrecho seguimiento de lo que ocurría en su provincia, Jaén, donde sus "validos" vigilaban a alcaldes, diputados y parlamentarios para que nadie se saliera de madre.

Pero, como dice el refrán, no hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo resista. Y a Gaspar Zarrías, como a Chaves y después a Griñán, le llegó la época de las vacas flacas a finales del 2010. La renovación del partido emprendida por Griñán con el beneplácito de Zapatero, hizo que Chaves y él se vieran obligados a dejar la Junta de Andalucía y emigrar a Madrid con una "patada hacia arriba" que los encumbraba en el Gobierno de la nación pero les separaba definitivamente de lo que había sido durante treinta años su feudo, su cortijo particular, donde ambos, y más Gaspar que Chaves. habían hecho y deshecho a su antojo. Que ahora la UCO de la Guardia Civil informe a la juez Mercedes Alaya que el famoso "conseguidor" de los EREs fraudulentos, Juan Lanzas, estaba a las órdenes de Gaspar Zarrías no es ninguna novedad para cualquiera que haya seguido de cerca los avatares de la política andaluza en los últimos treinta años. A las órdenes de Gaspar Zarrías no solo estaba Lanzas y todo el Consejo de Gobierno sino practicamente toda la Junta y el partido, incluídos sus presidentes y secretarios generales, ya se llamaran José Rodríguez de la Borbolla o Manuel Chaves.

A estas alturas de la película, cuando Alaya está a la espera de que el Tribunal Supremo decida sobre la imputación de Chaves y Griñán, y cuando el virrey de Cazalilla afronta sus casi sesenta tacos, parece que la suerte está echada. Ocurra lo que ocurra, sea o no imputado en el Caso de los EREs, la amplia vida política de Gaspar Zarrías toca a su fin. La nueva capo socialista, Susana Díaz, no cuenta con él ni tampoco su alter ego Pedro Sánchez. El controlador está descontrolado y ya no controla casi nada, ni tan siquiera lo que ocurre en su reino, Jaén, donde muy posiblemente se retire a pasar sus úlimos años antes de la jubilación. Ya veremos si, al final, no tiene que responder ante los tribunales de muchos de los excesos cometidos.