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Desacelerar

Desacelerar

domingo 18 de noviembre de 2007, 14:28h

Mucho se habló, durante los últimos meses, acerca de la necesidad de desacelerar el crecimiento de la economía argentina frente  a  la evidente muestra de excesos de demanda en varios sectores de actividad.

Exceso de demanda que se ha traducido en una aceleración de la tasa de inflación y de un fuerte crecimiento de las importaciones que, dada la política de “peso débil”, implicó también importar no solo bienes, sino inflación.

Esa necesidad de “aflojar” con la explosión de gasto público y con los incentivos al gasto privado, vía tasas de interés negativas y aumentos salariales de dos dígitos, fue permanentemente desmentida por el kirchnerismo durante la campaña electoral.

Es más, se acusó a los economistas de la oposición y a las recomendaciones del Fondo y otros organismos internacionales de querer aplicar las “recetas ortodoxas” de enfriar la economía y perjudicar al pueblo. Obviamente, para los sectores de la oposición fue muy difícil explicar la diferencia entre “desaceleración” y “ajuste”. De la misma manera que en matemáticas, es muy difícil explicar el concepto de “la segunda derivada”. Desacelerar es crecer menos, no caer. Pero la interpretación popular, fogoneada insistentemente por la campaña oficial y por los medios cuasi oficiales, fue que se sugería, y proponía, una especie de “recesión inducida” como mecanismo de freno a la inflación desatada y los evidentes desequilibrios entre oferta y demanda.

Por supuesto, la “alternativa K”, mucho más fácil de ser explicada a los votantes era: “Si el problema es que hay más demanda que oferta, en lugar de frenar la demanda, como proponen los ortodoxos, aumentemos la oferta”.
Mirá que fácil.

EL “pequeño detalle”, por supuesto, es que gran parte de los oferentes están trabajando a plena capacidad, o requieren de proveedores de insumos que también están trabajando a pleno. E importar la “diferencia”, como comentara, con el peso atado a un dólar débil, implica importar a precios superiores a los locales. Y, en todo caso, la importación sirve para los bienes comerciables pero no para la mayoría de los serviocios o bienes cuyo costo de transporte los convierte en cuasi no comerciables.

Por lo tanto, la solución “K”, como casi todas las soluciones K, ha servido durante la campaña, pero claramente no sirve para la acción.

En todo caso, un aumento de oferta se logrará con nuevas inversiones que madurarán en su momento, pero que, en el corto plazo, le agregarán “fuego” a la demanda sin mejorar la oferta.

Pero sucede que, más allá de las maniobras con el INDEC y los llamados de mi querido amigo Moreno para callar “todas las voces todas”, los desequilibrios existen, la tasa de inflación se ha acelerado, los asalariados empiezan a expresar sus temores de que el poder de compra del salario nominal sea desbordado por el aumento de los precios y la economía necesita ser “reequilibrada”, ya sea por las buenas o por las malas.

Frente a esto, el Ministerio de Economía Néstor ha optado por retomar el exitoso camino de sus primeros años de gobierno:”ortodoxia” fiscal y “heterodoxia” cambiaria y monetaria.

En el primer aspecto, ya se han anunciado incrementos de impuestos a la exportación que se sumarán a los aumentos de recaudación derivados del efecto “fin de lo quebrantos” en Ganancias y otras modificaciones que seguramente veremos en bases imponibles de Ganancias y otros impuestos.

Estas medidas, sumadas al, todavía, efecto benéfico de la inflación, en la medida que infla los ingresos nominales frente a gastos, por ahora, no indexados permitiría recuperar el superávit fiscal perdido, eso sí, restándole una masa de poder de gasto importante al sector privado.

Esta ortodoxia fiscal debería verse reforzada con un incremento gradual y diferencial de tarifas de servicios públicos para desalentar demanda, inducir cierta inversión privada en el sector y, a la vez, reforzar las cuentas públicas al reducir el monto de los subsidios, o al menos, no tener que aumentarlos.

La contrapartida de este “retome” ortodoxo post electoral se complementa con el sostenimiento de una política cambiaria que no “aprecie” el peso al ritmo de las monedas regionales o el Euro, sino que lo mantenga atado en forma cuasi fija con el dólar y una política monetaria y crediticia, “blanda” con predominio de tasas de interés negativas, frente a las verdadera inflación.

Como puede apreciarse una vuelta a la “vieja economía K”, que predominó entre 2003 y mediados del 2006.

Sin embargo, así como “nunca te bañarás dos veces con el mismo río” (y mucho menos si es el Río Uruguay), tampoco en economía “nunca podrás repetir las mismas medidas”, esperando idénticos resultados, dado que las condiciones y el contexto en que se desenvuelven cambian permanentemente.
Repasando.
La política fiscal “dura” y la política monetaria y cambiaria “blanda” del período 2003-2006 se dieron en un contexto de alta capacidad ociosa, bajo desempleo y por ende con más aumento de cantidades que de precios. En un contexto internacional de buenos precios internacionales de los commodities, dólar débil y un marco financiero “amistoso” para la región. El ciclo política fiscal blanda y política monetaria blanda, llevó a la economía al cuasi empleo y pleno uso de la capacidad instalada, en el marco de un escenario internacional que se mantuvo similar, con más debilidad del dólar aún, pero ahora con un panorama financiero mucho más duro. El resultado: alto crecimiento, elevada inflación y restricciones crediticias crecientes.

El nuevo endurecimiento de la política fiscal, en la medida que se “ahorren” los mayores ingresos, o se pague deuda al exterior que no “vuelva” en forma de ingreso de capitales, permitirá restarle fondos al consumo privado y a la inversión. La “negada” desaceleración. Sin ahorro externo, y con tasas negativas que desalientan el ahorro local, sin embargo, financiar la mayor inversión que se requiere para mantener un ritmo aceptable de crecimiento de la oferta implica menor crecimiento del consumo aún. Es decir mayor desaceleración todavía. O el uso de los recursos de las AFJP, el Banco del Sur, o el prometido “Banco de Desarrollo” con fondos públicos. (Lo que como se dijo, presionaría sobre la tasa de inflación).

Sin embargo, no queda claro el grado de “desaceleración” requerido para “quebrar” las expectativas de tasa de inflación creciente. Al parecer, el diagnóstico oficial es que una manera de evitar demasiada desaceleración de la demanda es torcer las expectativas inflacionarias con el Pacto Social. Todo esto, sin considerar los naturales límites a la expansión de la oferta, derivados del déficit de inversión en energía general.

Con este panorama entonces, en los próximos meses, se verá si una moderada desaceleración de la demanda, junto al Pacto Social, y el ancla cambiaria, alcanzan para estabilizar la tasa de inflación y alentar, a la vez, mayores inversiones, pese a la menor rentabilidad y a la falta de “clima” para atraer ahorro externo, y las limitaciones de crédito interno de largo plazo y déficit energético. O si, por el contrario, la desaceleración se da un marco de inflación creciente, que termina desacelerando aun más la economía y achicando la brecha entre oferta y demanda, mas por el lado de la demanda que de la oferta. Obligando, tarde o temprano, a un “ablandamiento” de la política fiscal por menor crecimiento de los ingresos y presiones sobre la indexación del gasto. Y entrando en un camino peligroso ya conocido.

Por ahora, por lo expuesto hasta aquí, hasta para un gobierno progre reelecto rige el viejo”Teorema de Baglini”. Pasada la campaña electoral, la “ortodoxia” se impone, aunque el discurso y el Acuerdo Social sirvan, políticamente, para disfrazarla de heterodoxia.

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