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No podemos

No podemos

Por Gabriel Elorriaga F.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
lunes 27 de octubre de 2014, 08:06h
             En algunas naciones europeas han nacido, como hongos venenosos después de la tormenta, movimientos reactivos alimentados por el chaparrón de desencanto y desesperación de la crisis socioeconómica, bien abonados por el estiércol de la corrupción, como frutos utópicos y rencorosos de una pradera política despoblada de valores morales. En Inglaterra se presentan como euroescépticos, en Francia como extrema derecha, en España como extrema izquierda y en Italia como claramente bufonescos. Todos tienen un común denominador demagógico, populista y antisistemático. Ninguna de estas corrientes está en condiciones de que se les entregue la llave de la despensa de Europa ni el mando de sus aparatos de seguridad y defensa. Pero están presentes, dando la tabarra en los medios informativos y las redes sociales con sus arcaicos mensajes disfrazados de juventud cochambrosa. No ofrecen soluciones realistas para nada, pero cultivan la sensación de ofrecerse como caminos hacia un horizonte idílico e impreciso como el predicado en todos los tiempos por los agitadores de la antipolítica que nunca han aportado nada positivo sobre la tierra salvo el ascenso de algunos predicadores a los rangos de la casta política a la que decían repudiar.

            Junto a Beppe Grillo, Marine Le Pen, Alexis Tsiripas o Nigel Farage, también entre nosotros ha germinado una secta menor que, quizá por ello, se tiñe con algún pigmento latinoamericano y algún resentimiento guerracivilista a la española, buscando un espacio electoral entre los escombros de una izquierda desfondada y algunos jóvenes inexpertos tentados a corretear como outsiders de la política. Han encontrado un espacio en el típico campo experimental de las elecciones europeas y en las simulaciones de las encuestas sin garantías de tiempo, terreno o candidatos definidos. Precisamente por esto, el mensaje se ha extendido sin concentrarse suficientemente en sus propuestas, mediando a costa de recortar sentimentalmente los votos del PSOE y de Izquierda Unida y supervalorados por la gran abstención de la derecha. Aquella noche del 25 de mayo de 2014, al famoso Pablo Iglesias le salió a relucir ese poso de sentido crítico natural de su amargura universitaria y, cuando sus amigos se sentían eufóricos por los inesperados cinco escaños en el Parlamento Europeo, les echó un jarro de agua fría al decir: "No estamos satisfechos con esto. Hemos perdido estas elecciones europeas y el Partido Popular las ha ganado". Una vez sentado en su nuevo escaño, podría contemplar esta realidad con ocasión de la confirmación del comisario Arias Cañete y del gobierno Juncker, ocasión en que, a pesar del papel esperpéntico del socialismo español alineado con toda la marabunta populista europea, comprobaría la impotencia de jugar por los extremos sin tener delantero ni portero.

            Sin consistencia técnica, apoyos fácticos ni infraestructura popular estable no es imaginable una expectativa de poder en un Estado democrático medianamente organizado. Es posible condenar a un socialismo indeciso a convertirse en un partido regional recluido en Andalucía y traicionado en Cataluña que sirva igual para un roto que para un descosido. Lo mismo para coaligarse con el centro-derecha como "gauche divine" que para capitanear un "frente" de izquierdas en el que "Podemos" sería algo así como lo que fue el anarquismo en el rompecabezas republicano. Vistas así las cosas, debe comprenderse que la gran mayoría silenciosa no puede poner sus esperanzas en este engendro. Por ello se presiente que los ciudadanos les dirán "no podemos", a pesar de lo hartos que están de tantas indecencias e inoperancias.
 
            No podemos propiciar que esta Nación, ni sus Comunidades Autónomas, ni sus Ayuntamientos, sean gobernados con propuestas desacreditadas por fracasos pasados y por perspectivas económicas catastróficas. No podemos desear la huida de los inversores y la desconfianza de los mercados. No podemos correr el riesgo de contradicciones radicales entre distintas instituciones o en el seno de las mismas. No podemos aspirar a competir en el mundo trabajando menos y gastando más. No podemos poner a nuestros mejores profesionales en la tentación de emigrar para conseguir mejores niveles de vida ni empujar a las empresas que sobrevivan a seguir los caminos de la deslocalización. No podemos imaginar la pesadilla que sería sustituir a los sindicatos burocráticamente adormecidos por los comisarios controladores salidos de asambleas de adolescentes iracundos. No podemos volver a inchar el sector público para que renueven sus vicios y sus inercias nuevas promociones de gestores intervencionistas. No podemos amenazar con nacionalizaciones a las empresas españolas que están alcanzando proyección internacional. No podemos poner en peligro el difícil equilibrio de nuestra Seguridad Social con dispendios no compensados por el crecimiento de la producción. No podemos regresar a niveles tercermundistas después de haber recuperado un rango de nación europea envidiado por los profetas del neoindigenismo artificial del gusto viajero de "Podemos". No podemos admitir unas ofertas cuya implantación supondrían grandes dosis de coacción y vulneración de derechos y libertades. No podemos, y esto lo saben bien casi todos los españoles, incluso gran parte de ese millón y medio de votos que llevó a ciertos indocumentados al Parlamento Europeo, con la ilusión de que era mejor verlos entretenidos lejos que molestando cerca. No podemos estimular el galope hacia la demolición de la más estable arquitectura constitucional de nuestra historia. No podemos poner el timón de una gran nave tripulada por cuarenta y siete millones de personas en las manos de un arcaico postcomunismo regresivo que aún se recrea en la majadería de Karl Marx de que "El cielo se toma por asalto". Por mucho asco que produzca la corrupción cleptocrática presente no podemos depurarla alimentando la corrupción intelectual de una demagogia populista.

Gabriel Elorriaga F.

Ex diputado y ex senador

Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.

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