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El Estado sufre una quiebra; es el momento de los estadistas

El Estado sufre una quiebra; es el momento de los estadistas

lunes 10 de noviembre de 2014, 08:31h
Las cifras de las urnas son inapelables: a Artur Mas le salió bastante bien la jornada del 9-n. Una votación de más de dos millones doscientas mil personas, de las que el ochenta por ciento dijeron 'sí' a la independencia, tiene que hacer meditar al atribulado inquilino de La Moncloa. Y a todos nosotros. Que Mariano Rajoy se la jugó este domingo de extraña, atípica, no oficialmente reconocida, votación en Cataluña, es obvio. Aunque no se la ha jugado tanto como Artur Mas, de quien nadie sabe muy bien qué hará a partir de este lunes, una jornada  que habría de marcar el inicio 'formal' de una negociación entre la Generalitat y la Presidencia del Gobierno central (porque informalmente siempre ha existido tal negociación, claro está). ¿Se lanzará ahora Mas de cabeza a la búsqueda de la independencia? Creo que no podría cometer mayor error. También creo que es bastante probable que lo cometa.
 
En apariencia, los dos, Rajoy y Mas, han logrado  salvar la cara para llegar más o menos vivos hasta el 9-N: el primero ha logrado que no se dé ese 'referéndum secesionista' que el president de la Generalitat anunció incluso por carta a los primeros ministros europeos; Mas ha salido mejor parado: consiguió que, al menos, hubiese urnas en los colegios, que no se reprimiese a los voluntarios que organizaron la jornada electoral y tampoco a los catalanes que quisieron ejercer su 'derecho al voto', impulsado por las instancias oficiales y por los medios de comunicación 'catalanistas'. Al final de la jornada, el president de la Generalitat, acompañado por la vicepresidenta, Joana Ortega, pudo salir triunfante ante los micrófonos: era su momento de exigir, ahora sí, un referéndum 'formal' a Madrid, cuya "miopía política" lamentó.
 
En Madrid, tan solo aparecía ante los medios, y sin responder a pregunta alguna, el flamante ministro de Justicia, para tachar el 9-n de "simulacro estéril" sin validez. Una reacción muy liviana y descomprometida ante la avalancha de votantes que pude ver en las largas colas que aguardaban para ejercer su 'derecho al voto' en los colegios catalanes. Pienso que el Gobierno central no se esperaba estos resultados de un lluvioso 9 de noviembre. Alguien cercano al Ejecutivo me confesó anoche que el Estado, al menos en su concepción tradicional, acababa de sufrir un quebranto. Es la hora de los estadistas para remendarlo.
 
Pero ninguno de los dos, ni Mas ni Rajoy, ha mostrado ser un estadista. Tendrán que procurar serlo ahora, tras la jornada 'electoral' de suficiente normalidad y bastante escasez de incidentes de este domingo, en el que casi lo de menos ha sido el alto grado de participación de la gente en un acto sin trascendencia jurídica alguna, pero con un significado indudable: lo más llamativo es que sí se votó y que se ha sentado un precedente. Ambos, Rajoy y Mas, se han dejado pelos en la gatera, como no podía ser de otra manera. Rajoy ha hecho gala de prudencia, de contención, de mesura, pero no de ideas para liderar una situación que, reconozcámoslo, le ha estallado en las manos sin haberla provocado, más allá de sus errores de comunicación con Mas ya a raíz de aquella Diada de 2012. Artur Mas se ha alejado de sus socios, Esquerra republicana e ICV, ha provocado grietas en la coalición con Unió y tensiones internas en su partido, Convergencia, que ahora aparece en las encuestas como claramente minoritaria frente a Esquerra, una Esquerra recelosa y mosqueada ante las informaciones que hablan de que la negociación entre Generalitat y Gobierno central no se ha interrumpido en ningún momento.
 
Si Artur Mas logra evitar una convocatoria anticipada a unas elecciones autonómicas, que es de temer que ganaría Esquerra, se podrá ir tejiendo un mantel de normalidad que tape tensiones secesionistas y otorgue algunas 'cosas buenas' a Cataluña: ahí están, sobre la mesa e intocadas, las veintitrés peticiones que Mas se llevó a Madrid en su cita monclovita de finales de julio pasado. Hay que hacer algo, desde 'Madrid', que le sirva a Mas para blandirlo ante el electorado, ahora que ha salido bastante triunfante de la prueba, recuperando terreno frente a la intransigencia de ERC, que es el auténtico peligro para Convergencia, para Unió, para el Estado central y, desde luego, para la empresa, la burguesía y las clases medias catalanas: ¿qué sería de Cataluña con un Govern exclusivamente en manos de Esquerra? Eso, en Barcelona, desde donde escribo, se lo preguntan todos. Menos, claro está, ciertos portavoces institucionales, algunos medios y las sedicentes representantes de una parte de la sociedad civil.
 
Esa será precisamente una de las bazas negociadoras: que las 'esteladas' en los balcones sirven, lo mismo que la Diada, para una jornada festiva en la que la gente se acerca a los 'colegios electorales' en medio del paseo dominical. Pero luego viene la dura realidad, la economía, la necesidad de mantener el estado de bienestar, la 'marca Cataluña' en el mundo, las buenas relaciones con los vecinos aragoneses, valencianos, con el resto de los españoles, que compran productos catalanes, establecen oficinas en Barcelona y hasta, como ha ocurrido este fin de semana desde un recinto especializado en Madrid, 'exportan' ejemplares de aves en peligro de extinción a las montañas catalanas. Las relaciones, a todos los niveles de la vida civil, existen y florecen, pese al clima enrarecido oficialmente.
 
Es decir, ahora habrá que gestionar, desde la anormalidad máxima que hemos vivido, la normalidad. Que el Rey pueda visitar cualquier localidad catalana sin incidentes ni gritos, que Rajoy pueda acudir a Sant Jaume lo mismo que Mas a La Moncloa, que los ministros inauguren cosas en tierras catalanas, que los parlamentarios catalanes en las Cortes se produzcan sin estridencia alguna. Que funcionen las instituciones autonómicas, todo lo reforzadas que ustedes quieran, pero que son parte del Estado autonómico al fin. Y que las familias catalanas puedan, de nuevo, hablar de política en la paz del hogar entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre hermanos y hermanos, entre amigos de toda la vida que ahora callaban ante ciertos temas o se enemistaban por esos mismos temas.
 
¿Qué hace falta para conseguirlo? No mucho, la verdad. Diálogo, diálogo, diálogo, sin aferrarse a ese incómodo 'legalidad, legalidad, legalidad' tan empleado por Rajoy, ni a ese 'sí o sí', tan cazurro, de Mas, el hasta ahora rehén de Oriol Junqueras...aunque negociaba secretamente, bajo cuerda, con 'Madrid', es decir, con, entre otros, el todopoderoso asesor de Rajoy, Pedro Arriola. Dígame usted, amable lector, si no hay motivos para un cauto optimismo: nada puede ser peor, por lo que tendrá que mejorar a partir de ahora. Mucho depende, claro, de ese Rajoy de quien los viajeros a La Moncloa dicen que está acorralado y pensando no tanto ya en las elecciones municipales y autonómicas cuanto, mucho más a corto plazo, en esa comparecencia parlamentaria del próximo día 27 -otra valla en la carrera-para detallar cómo diablos va a luchar contra la corrupción quien no ha podido lograr ni la dimisión del viajero extremeño Monago.
 
Y mucho depende también, desde luego, de ese Artur Mas desgastado -aunque, con la euforia del domingo noche, él no se haya dado cuenta aún--, que no ha hecho, contra lo que él piensa, ningún favor a Cataluña con todo lo que ha montado, aunque aún pueda obtener algunas ventajas para esta Comunidad. Realismo, realismo, realismo, ha de ser ahora, por fin, la consigna.  Aunque, vistas las cosas sobre un pedestal de dos millones doscientos cincuenta mil votos, la realidad pueda deformarse un tanto.

- El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'>>
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