jueves 13 de noviembre de 2014, 07:55h
Cualquiera podría pensar que Mariano Rajoy sucumbe
cotidianamente a la comodidad intelectual de "verlas venir". Yo no tengo
pruebas que corroboren una sospecha tan perturbadora, pero las desapariciones
repetidas del Presidente avalan a los ciudadanos que temen una actitud tan pusilánime. El fundador
del Opus aseguraba a sus discípulos que los asuntos urgentes podían esperar y
los muy urgentes debían esperar, recomendación que Rajoy sigue al pie de la
letra, aunque nunca se le haya relacionado directamente con la Obra. Es posible
también que algún consejero áulico le haya dicho que ciertos expedientes se
resuelven guardándolos en un cajón, que la mejor manera de sobrevivir en la
batalla es hacerse el muerto o que las botas de plomo evitan las caídas,
argumentos que ciertos asesores utilizan cuando observan al dilatante pasearse cabizbajo por
su despacho oficial. Tales consejos calman la angustia del pensador, pero de
nada sirven al dirigente que tiene la obligación de tomar decisiones.
Los que rodean a Rajoy aseguran que se toma su tiempo antes
de enfrentarse a las coyunturas más comprometidas, otorgándole así un sentido
de la prudencia extraordinario; los que
habitan en la periferia de la Moncloa apenas disimulan el desconcierto que
provoca en ellos tanta dejación, temiéndose que Rajoy se haya convertido en una
estatua de sal. La inoperancia del Jefe se ha extendido a su gobierno y solo
aparecen en escena la imprescindible Soraya y los ministros de Economía,
Hacienda y Exteriores. El resto del gabinete parece recluido en el mismo
convento donde reflexiona Rajoy. "Cada maestrillo tiene su librillo, los
partidos duran noventa minutos y siempre hacemos lo que debemos y a su debido
tiempo", excusas y más excusas improvisadas que se utilizan para explicarnos lo
inexplicable, que podrían colar en circunstancias normales, pero que resultan
inaceptables en la encrucijada donde permanecemos parados. Ya no podemos
permitirnos un presidente que teje y desteje el manto con el que se cubre la
cara.
Aunque los esperpentos políticos se representan en muchos
teatros nacionales, destaquemos dos de las últimas funciones: una alcaldesa del
PP, doblemente imputada, saluda a los Reyes en Alicante y en Cataluña se
consuma un golpe de mano contra la legalidad democrática. Nada se había hecho
para evitar ambos desatinos. Nunca se apartó de las instituciones a los electos
corrompidos y los que podían hacerlo no abortaron a tiempo la conspiración
secesionista que se iba madurando en Cataluña. La regidora se mantiene en su poltrona
municipal y Más continúa gobernando el Principado. En el segundo de los casos,
se ha permitido a un arribista desleal, cautivo de Esquerra Republicana,
Presidente de la Generalitat y representante del Estado por delegación
constitucional, dinamitar los pilares jurídicos que garantizan la autonomía de
la comunidad que preside. Ignorado el Imperio de la Ley, violentado el Estado
de Derecho que nos ampara a todos, financiada la movilización partidista con
fondos públicos, ocupados ilegalmente los locales oficiales, ¿cuántas felonías
más del caballero tendremos que contemplar aún?
Todo tiene un límite, pero sólo Rajoy conoce hasta donde
llegan la proporcionalidad y la mesura con las que dice enfrentarse a las
provocaciones de Más y los suyos. España necesita un presidente fuerte y
decidido, que se anticipe a los hechos consumados, que gobierne con agilidad y
contundencia y que comparezca cuando la ocasión lo requiera. Señor
Presidente, demasiado tiempo viéndolas
venir.