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El mantra de Pedro Sánchez

El mantra de Pedro Sánchez

miércoles 10 de diciembre de 2014, 14:08h
En España se ha puesto muy complicado renovarse el documento nacional de progresista. No basta ya con pertrecharse de los correspondientes impresos bien cumplimentados y aportar las mejores referencias, hay que comulgar además con las ruedas de molino que suministran los creativos de la nueva izquierda. Así de claro.

Cuando se defiende la vigencia de la Constitución del Consenso o se critican las propuestas inviables de los renacentistas izquierdosos, te miran fijamente y te señalan la puerta de salida. "No apto para los nuevos tiempos", apuntan en tu expediente personal y luego te dan de baja. Así se las gastan los recién llegados a la lucha final. Conviven en las vanguardias neófitas de la izquierda dos tipos de liquidadores: aquellos que enarbolan las banderas de la renovación y la juventud como símbolos imprescindibles del cambio y los que confunden el combate de clases con una pelea tabernaria de castas.

Pongamos bajo el foco de las candilejas nacionales a Pedro Sánchez, el quinto de los secretarios generales del PSOE contemporáneo, elegido por los suyos para recomponer la descompuesta maquinaria socialista, emparedado entre los novísimos de Podemos y las ambigüedades programáticas de su partido, defendiendo con uñas y dientes el espacio público que siempre ocuparon. Para conseguirlo, ha hecho de la reforma constitucional el eje de sus planteamientos políticos, como si tal apuesta fuera la pomada magistral que todo lo cura. Escuchándole el mismo mantra una y otra vez podría deducirse que los constituyentes de 1978 olvidaron en el tintero alguna que otra garantía fundamental y que de tales carencias nos vienen los muchos males que hoy padecemos. Mire usted, señor Sánchez, aunque los socialistas y todos los que se colocan a su siniestra me tachen de nostálgico inmovilista, este escribidor tiene que enmendarle la plana y recordarle que con esas herramientas que ahora pretende sustituir, han gobernado ustedes seis legislaturas y tres más sus adversarios del Partido Popular, relevándose en la presidencia de la nación, sin ataduras ni cortapisas legales.

Hablamos por lo tanto de un texto constitucional abierto y flexible, ideado para regular nuestra convivencia ciudadana, cualquiera que sea la opción que los electores voten mayoritariamente. Nuestra Constitución garantiza los derechos individuales y colectivos del pueblo soberano, el imperio de la ley y la vertebración de las nacionalidades españolas en un proceso singular de descentralización del Estado. También proclama la solidaridad interterritorial, la redistribución de la riqueza nacional, el apoyo a los sectores sociales más desfavorecidos y el derecho que todos tenemos al trabajo, la educación, la sanidad y la vivienda. Los mandamientos constitucionales siguen ahí, negro sobre blanco, perfectamente ordenados y definidos, reclamando que se respeten y se cumplan. No debemos culpar a la Constitución del estrepitoso desmoronamiento de nuestro entramado institucional, por mucho que algunos pretendan modificar lo construido o cambiar los pilares maestros que sostienen el edificio.

En una reglamentación moderna y avanzada, equiparable con otras que ya han acreditado perdurabilidad y eficacia, no caben los nacionalismos separatistas que predican la autodeterminación de una parte de la geografía nacional, como tampoco encajan los pensamientos únicos, los populismos trasnochados, los igualitarismos forzados y las ideologías excluyentes que marginan a la ciudadanía que no comparte sus objetivos totalitarios. El PSOE modernizó España cuando tuvo la ocasión de hacerlo y lo hizo utilizando los instrumentos que la Constitución contempla. Ahora quiere intentarlo de nuevo pero antes tendrá que ganar las próximas elecciones generales y buscarse después los compañeros de viaje adecuados. Para conseguirlo, señor Sánchez, nadie le obliga a competir en los mercadillos callejeros donde se vende la luna en porciones, basta con ofrecerse a los votantes con un programa creíble, pensado para cambiar la coyuntura actual. Yo escribo lo que pienso, aunque algunos me pidan después que devuelva el carné de progresista.
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