2014, cierre de edición

El año empezó en miércoles y en miércoles acabará. Ha sido un año tan pletórico y decepcionante como todos, pero deja un poco de luz, acaso de esperanza.
En este año se cumplieron diez de la infamia de marzo en Madrid, doscientos de la caída de Napoleón y cien de la Gran Guerra. A todos regalamos un ápice de nuestros recuerdos y, al final, el año se va como cualquier otro.

Nuestras esperanzas, una vez más, miran al año que viene. Es como un pequeño gran rito planetario en el que todos pasamos la semana cincuentaidós recordando el año que se va y decididos a esperar las más grandes cosas del viniente y siempre, siempre, ineludiblemente, el año nuevo envejece rápido y resulta tan decepcionante como todos los demás. Sin embargo, hoy algo sí parece haber cambiado.

Noto un rayo de esperanza en gentes hasta ahora resignadas o cabreadas, sentimientos negativos que ahora parecen cruzar alguna línea mental que los transmuta en expectativa de cambio, acaso en estela de ¿esperanza? casi palpable.

Puede que sea la chispa que encienda el consumo -parece que estas navidades vamos a gastar de lo lindo, más o menos el mismo promedio que en 2004 y sin necesidad de viajes cuánticos- y haga que el IPC interanual suba una centésima. O una décima para rajoycijo de Moncloa.

Puede que sea solo el destello de una ilusión lejana, acaso quimérica, que en las casas donde no hay nada -750.000 hogares sin ingresos- esa nada con papas haga de estas unas navidades más cálidas.

2014 quedará como el año que dijimos basta a la mangancia. Tenemos la fortuna de que nuestros funcionarios públicos no están corrompidos y, por tanto, el mucílago se atrinchera en las cúpulas de empresas y partidos.

Nos han robado a espuertas y lo hemos tolerado como sociedad, mas se acabó. Este año, por saturación, porque las válvulas de escape al uso -el cabreo en los bares, las tertulias políticas, Telecinco y su basura cerebral- no han funcionado como bálsamo. O simplemente porque se nos han inflado los bemoles y este año demos dicho basta incluso antes de que Pablo Iglesias saque la escoba a pasear: la mayoría de instituciones se ha puesto a escamondar sus interioridades, unos con más fruición y énfasis que otros.

Es innegable el revulsivo que la aparición de Podemos y su fuerza de ilusión y cambio ha supuesto en la sociedad española, pero no es suficiente explicación para los cambios, reales, que estamos viendo en muchas instituciones. No es menor el impacto de un Papa que lleva el cristianismo por bandera y que ha conseguido sentar a Raúl Castro y a Obama para dar luz y vida a Cuba. O, en otros órdenes, la casi total derrota y desarme de ETA o las conversaciones avanzadas entre  FARC y el gobierno de Juan Manuel Santos en pro de la paz en Colombia.

No todo son parabienes por más navideña que sea la semana: en el lado oscuro de la fuerza tenemos un gobierno sostenido por un partido que no se atreve a dar el paso necesario para limpiar sus propias heces y que, al estar empezando a notarse en el ambiente los baldeos ajenos, su propia suciedad huele peor y es todavía más visible.

Tampoco puedo olvidar la actividad de los monstruos Boko Haram y Estado Islámico, unos secuestrando, violando y asesinando niñas solo por ir a la escuela y otros haciendo de la barbarie spot publicitario en el que degüellan periodistas y cooperantes o vuelan por los aires instalaciones occidentales. Son una plaga compitiendo por la mayor salvajada.

Y entre las plagas no puedo dejar de mencionar el ébola, causado por nuestra desidia, o los muertos de hepatitis C cuyas almas claman ante un gobierno insensible que les ha negado la cura hasta que ha diezmado la población afectada.

En fin, con mis 700 palabras de limitación, el mensaje es que este año no ha sido distinto a otros, pero hubo cosas en él consoladoras, acaso simientes que germinen en un 2015 en el que recuperemos algo de sensatez, mucho de honestidad y en el que ningún diputado crea "que se ha puesto muy alto el listón anticorrupción".