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Contra gula, templanza

Contra gula, templanza

jueves 22 de noviembre de 2007, 21:09h
TITO B. DIAGONAL
Barcelonés de alta cuna y más alto standing financiero, muy apreciado en anteriores etapas de este diario, vuelve a ilustrarnos sobre los entresijos de las clases pudientes.

Junto con la pereza y la lujuria, la gula es una de las madres de todos los demás vicios. No hace falta militar en la fracción alimentaria de los políticamente correctos para darse cuenta de que una de las consecuencias de la gula es la obesidad.

Hoy, Día Nacional Contra la Obesidad, amadísimos, globalizados, megaletileonorisofiados y hedonistas niños y niñas que me leéis, las estadísticas hablan por sí solas: el 50% de los españoles está aquejado de sobrepeso, y un 15% sufre obesidad. Ni que decir tiene que es un fenómeno no sólo interclasista, sino multirracial.

Lo mismo que el pecado de gula. Interclasismo y multirracialidad a tope. Fijaos sino en las idénticas expresiones faciales de un cliente de Incosol (blanco y económicamente pudiente) burlando una cura de adelgazamiento y un subsahariano (pobre de pedir) desembarcado de una patera ante un simple paquetito de galletas a punto de caducar. ¿Le importa a ambos la condición sanitaria de lo que es, en sus respectivas y desesperadas situaciones, un apetitoso manjar? Evidentemente, no.  Se lanzan a devorarlo con el mismo entusiasmo que una manda de hienas del Kalahari ante los despojos putrefactos de un antílope. Cliente a dieta de Incosol y pobre subsahariano pasajero de cayuco, cuando introducen en su cavidad bucal la primera galleta, salivan o, mejor dicho, babean con igual intensidad líquida y viscosa que un reportero de la prensa visceral al toparse a Ana Obregón dándose el lote con su polaco. El refocile de los consumidores de la galleta no tiene parangón. Sus ojos relucen con brillo animal, la respiración de ambos se acelera, mientras de sus gargantas salen gruñidos de satisfacción. Pensad en un gallego emigrante ante un plato de lacón con grelos. Es la viva imagen de la gula, como el náufrago subsahariano con el paquetito de galletas a punto de caducar. O como el paciente de Incosol que sigue una dieta de adelgazamiento, con un menú que, por encima del tiempo y del lugar, le hermana, en cuanto a contenidos calóricos, con el de los internados en el campo de Mathaussen. Pero hasta estas víctimas del nazismo, cuando recibían el diario mendrugo y el plato de aguada sopa de restos de verdura, experimentaban un estremecimiento goloso al ingerir el comistrajo.

Claro que, pequeñines/as míos/as, esto ya no ocurre en la España de ZetaPé. Lo de las tres comidas diarias, más el tentempié de las once y la merienda de media tarde, ha hecho que, hasta las clases populares –especialmente las más bajas de ellas--, estén sobrealimentadas y camino de la obesidad colectiva. ¡Mal, muy mal!. Junto a la nueva Educación para la Ciudadanía, debería haber otra asignatura obligatoria, la de la Educación para la Delgadez.

Occidente anda mal. La obesidad desencadena diabetes, hipertensión y hasta enfermedades cardiovasculares. Un excesivo gasto sanitario. Un derroche de recursos públicos. Tal es así que, según me comenta mi buena amiga la doctora Barbara Thomas (ya me gustaría saber, como al Jáuregui, qué vé esta bella dama estadounidense en el malvado del Vilariño), el signo distintivo de los pobres en U.S.A. es la gordura, la obesidad. Porque los desperdicios alimenticios de los cubos de basura de los que se nutren, son ricos en hidratos de carbono, proteínas y tienen un exceso de grasas, tanto las saturadas como las insaturadas –mono y poli—, así como azúcares.

O sea, amadísimos/as de mi paterno corazón, que se impone la templanza, la moderación en el comer y en el beber. Se imponen las dietas hipocalóricas. Es más, son todas ellas necesarias. Es preciso cambiar los hábitos sociales. Es preciso, por cuestiones de Salud Pública, rebajar los salarios hasta unos límites racionales, aquellos que al obrero/a le hagan elegir entre diarias ingestas pantagruélicas o el seguir pagando la letra del coche y los recibos de la hipoteca.

No existen datos fiables al respecto, pero, como me apunta Horacio Carballeira, mi dircom, no sería de extrañar que un notable porcentaje de los/las  obesos/as españoles/as de las clases y medias y bajas se encuadrasen en el segmento de aquellos que no tienen hipoteca o la liquidaron hace años. Y, a todo esto, Marianito Rajoy queriendo bajar los impuestos... ¡Ni se te ocurra, que luego los mileuristas y pensionistas se lo gastan todo en comida!...

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