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La culpa no es del cha-cha-cha

lunes 07 de septiembre de 2015, 21:31h

Había un poema de Miguel Hernández en sus Vientos del Pueblo que estaba dedicado a Los cobardes y decía ·”Hombres veo, que de hombres, solo tienen, solo gastan el parecer y el cigarro, el pantalón y la barba. En el corazón son liebres, gallinas en las entrañas, galgos de rápido vientre que en época de paz, ladran, y en época de cañones, desaparecen del mapa”. Un poema que se puede aplicar en estos momentos a muchas personas que tratan de escurrir el bulto ante situaciones verdaderamente críticas por las que atraviesa la sociedad. Aunque suene políticamente incorrecto, aunque me tachen de fascista, no acabo de entender el masivo éxodo de refugiados que, huyendo de Siria, Irak o Afganistan acuden a Europa en busca de esa tierra prometida. Puedo comprender que ancianos, mujeres y niños traten de escapar de esas situaciones bélicas que viven sus países de origen. Lo que no me parece tan comprensivo es que decenas de miles de hombres hechos y derechos no asuman un papel protagonista en la crítica situación de sus naciones y luchen y hasta den la vida si hace falta en defensa del futuro que le están arrebatando tanto a ellos como a sus hijos.

Y puedo comprender aún menos que la Europa rica y sus amigos americanos se limiten a acoger a unos miles de refugiados como si fuesen una ONG, pretendiendo lavar así sus culpas. Porque de todo lo que ha ocurrido y va a ocurrir a corto y medio plazo en Oriente, desde Afganistán a Yemen y desde Siria a Irak pasando por el Líbano, Túnez, Argelia, Egipto o Libia los únicos culpables somos este primer mundo, las dos grandes potencia, Estados Unidos y la Unión Europea, que se creen dueños del resto del universo y poseedores de la verdad absoluta. Como dice el anuncio de televisión ¿qué sabe nadie lo que ansían sirios, iraquíes o afganos para sus propios países? ¿creen que una democracia del estilo occidental, laica y consumista, cuadra con su ancestral modo de entender la vida? Nuestra herencia judeo cristiana que ha conformado las democracias occidentales actuales poco o nada tiene que ver con la idiosincracia y las raíces sociales e ideológicas de otras civilizaciones muy lejanas a la nuestra. Querer imponerles nuestras condiciones de vida derrocando a dictadores, promoviendo revueltas populares o invadiendo y bombardeando sus territorios sólo nos llevan a provocar desastres humanitarios como los que estamos asistiendo en estos momentos. Y dar lugar a reacciones viscerales capaces de dar marcha atrás en el reloj del tiempo y hacer renacer diversos grupos integristas como el llamado Estado Islámico que ponen en jaque no solo a sus propios paises sino al resto del entramado mundial.

Ni guerras como la de Afganistán o Irak, que tantas adhesiones provocaron en Occidente y cuyos motivos estuvieron más en cuestiones económicas y geoestratégicas que en la amenaza, ni la chorrada zapateriana de la Alianza de Civilizaciones van a conseguir ese encuentro entre Oriente y Occidente, dos mundos enfrentados durante siglos y separados por una visión de la vida completamente distinta y distante. ¿Por qué nadie se ha planteado de momento una coalición internacional que acabe con el Estado Islámico, instaure la paz en la zona y ponga fin a su política del terror? Simplemente porque no existen suculentos bocados económicos que le apetezcan poner sobre su mesa a las potencias occidentales o a los grupos de presión que mueven los hilos de la macroeconomía.

La convivenca así entre estos dos conceptos de la sociedad es algo imposible por más buena voluntad que algunos estadistas pongan sobre la mesa. Lo ideal sería que cada uno siguiera su camino sin interposiciones de los otros. Pero eso, en el actual mundo cada día más globalizado, es algo casi imposible de conseguir. Porque no nos engañemos, al final son los intereses económicos de los estados y de las multinacionales quienes marcan la hoja de ruta de las decisiones políticas que deciden o no la intervención militar en éste u otro territorio. Ya verán como si reaccionan si algún día el llamado Estado Islámico decide atacar Arabia Saudía o los Emiratos.

Pero, en fin, a lo que iba, que nuestra cómoda y bien instalada sociedad actual devora las noticias como pinchitos morunos, como palomitas en el cine. Se puede quedar impactada con los trenes cargados hasta los topes de refugiados sirios, de familias que llegan a Austria o Alemania con lo puesto tras pasar el calvario de Hungría, se sensibiliza con la dramática fotografía del pequeño muerto en la playa o con los cientos de cadáveres de subsaharianos en las costas de Sicilia o Grecia, pero poco más. Al cabo de unos días, esta misma sociedad, tan solidaria y generosa, se puede volver en contra de todos ellos si a alguno de los refugiados o a cualquier sirio le da por colocar una bomba en el Metro de París, de Londres o de Berlín. Es lo que hay. Y soluciones, lo que se dice soluciones a este problema, existen bastantes pocas por más mensajes alentadores que emitan las autoridades occidentales. Todo teatro, puro teatro.

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