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El mundo es un polvorín

sábado 14 de noviembre de 2015, 17:20h

El mundo es un polvorín. Esta premisa (yo lo digo así más que como afirmación indudable) puede parecer alarmante y exagerada, pero si lo miramos desde una perspectiva cósmica vemos que viajamos a no sé cuántos millones de kilómetros por hora sobre una bola de fuego. La brasa es tan grande que tardará miles de millones de años en enfriarse. Además, de nuestro viaje solemos decir que no sabemos ni de dónde venimos ni adónde vamos, cosa lógica pues viajamos en círculo quizá para ahorrarnos saber el principio y el final, y así disfrutar con atención del día a día. Si observamos la premisa desde un punto de vista antropológico tampoco podrá parecernos exagerada, pues no hace tanto que se descubrió que es mejor el amor para las relaciones humanas, y no andarse con lanzas, cachiporras, espadas, cañones y demás formas de comunicación agresiva.

Si el mundo es un polvorín también lo es el universo. Es como la madre de todos los polvorines. El Big Band (canom creativo hasta que se descubra qué había antes de la explosión) es como si billones de cohetes y petardos explotaran por el cielo de la noche, además en tal cantidad que tardaría en llegar muchos billones de años otra vez la oscuridad. Y habrá quien piense que la oscuridad es como la tumba del fuego, o su dormitorio, pero más bien parece que ocurre, como dice Lawrence M. Kraus en “El universo de la nada”, que es otro polvorín, pues es en donde la antimateria guerrea en persistentes suicidios para crear la materia. En el principio fue la oscuridad, dice un aserto mitológico falso, pues la oscuridad no existe. Ocurre que la luz que hay dentro de lo oscuro es tan pequeña que no podemos verla con nuestros ojos.

Este mundo es un polvorín que explosiona sobre la bondad, el mayor descubrimiento del ser humano para poder persistir, e incluso ser feliz, nada más y nada menos. La maldad es un polvorín con la mecha siempre dispuesta. Quiere quemar hasta la sombra. Y también es un polvorín el mundo que sobrevive en la miseria y se alimenta con su hambre. Este fuego estallará algún día en las mesas de occidente. A ver si el liberalismo económico aprende de una puñetera vez que la tierra no es solo un mercado, o mercadillo, en donde se cumple la función básica de fabricar y consumir, y así un año sobre otro hasta que no haya mente.

El Islamismo, decía, es un agónico polvorín. Las confesiones de Blair nos hablan de errores trágicos que han encendido la mecha a toda esa dinamita. Van como kamicaces para nada, esos locos de Alá. Crean un dolor que solo alimenta el dolor. El mundo es un polvorín que estalla con la dinamita de la incultura, verdadera plaga del tiempo que no cesa de mantener encendido un dolor sin esperanza.

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