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Cataluña, un problema irresoluble

miércoles 18 de noviembre de 2015, 08:16h

Como ya les he contado en alguna ocasión, una vez al mes me reúno con un grupo de personas la mayoría de ellas de preclaras mentes, mejorando lo presente, que conforman una tertulia llamada Agora Hispalense. Se trata de una tertulia abierta y dispar formada por profesionales de distintas ocupaciones (ex políticos, médicos, abogados, ingenieros, arquitectos, empresarios y algún errático periodista) que solo pretenden analizar los problemas más importantes de la actualidad y proponer soluciones o, al menos, buscar puntos en común y aportar ideas que pudieran servir a la sociedad. Desde que llegué a ella, me pidieron que, dado mi amplio historial periodístico, me encargara de hacer un resumen de lo que se decía en las más de tres horas que transcurre el almuerzo en cuestión. Lo hice una vez en la que sólo asistimos ocho contertulios y en la que no se formaron los habituales corrillos que impiden que las ideas esgrimidas fluyan por toda la mesa y por todos los oídos presentes. Y a ello me dispongo a dedicar este artículo.

El pasado martes cambiamos el escenario habitual de la calle Cuna y nos reunimos dieciseis o dieciocho personas en una mesa alargada en la Plaza del Salvador. Un guirigai, un desastre. Un absoluto desastre que sólo se salvó a los postres cuando el presidente, José María Ferre, tomó cartas en el asunto y propuso que, por órden de lugar, cada uno de los asistentes opinara sobre el futuro de Cataluña y España. Sería prolijo hacer un resumen de todas las intervenciones pero sí he de decir que la mayoría de las intervenciones dejaban asomar un alto punto de pesimismo. Es verdad que algunos defendimos que el reto secesionista de Mas y compañía solo era una vuelta de tuerca más a la que nos tiene acostumbrados el nacionalismo, que no llegaría a ningún puerto y que. antes o después, darían marcha atrás, sobre todo si el Gobierno de Mariano Rajoy les cerraba el grifo del dinero público. Pero también es verdad que casi todos estábamos de acuerdo con que el problema catalán es un quiste que España viene sufriendo y soportando desde hace siglos y que, aunque en esta ocasión puedan verse obligados a retroceder en sus aspiraciones independentistas, éstas volverán a aparecer, con más fuerza si cabe, dentro de pocos años.

Y es que una de las claves del problema está en la educación, un arma cargada de futuro, como diría el poeta. En la educación para los jóvenes, en la Justicia y en los medios de comunicación catalanes, sobre todo las televisiones, que son quienes avivan diariamente la llama del secesionismo entre la población que no ha sido adoctrinada de antemano. Que sean las zonas rurales, Barcelona y su cinturón industrial quienes concentren el ochenta por ciento de los independentistas, da una idea de lo que se está cociendo. Los dos millones y el 48 por ciento de los secesionistas actuales pueden ser, en el plazo de pocos años, cuatro millones y el ochenta por ciento de la población catalana. Se trata de algo imparable y de un problema irresoluble dentro de una sociedad democrática, como la española, que respeta las leyes fundamentales...aunque muchas veces no las cumpla.

Definido el problema y sus causas, ¿cuáles son las soluciones para abordarlo, al menos, a corto y medio plazo? Dejando al margen alguna intervención exaltada que abogaba por la entrada de los tanques por la Diagonal, ahí sí estábamos casi todos de acuerdo: la aplicación de la ley. Y, si llegara el caso, del artículo 155 de la Constitución que es la ley que aprobamos todos los españoles, incluídos los catalanes, por una inmensa mayoría. Suspender una autonomía díscola que no cumple las leyes y que el Estado tome las riendas de la misma hasta reconducir el sistema no es algo que esté fuera de la normalidad. De hecho ya ha habido algún que otro consejero del Gobierno en funciones de la Generalitat que, viéndolas venir, ha apostado por dialogar para buscar una salida pactada al laberinto en el que se acaban de meter.

Para acabar les cuento una anécdota que presencié hace unos días en un autobús de Tussam. Un señor de unos 50 años con chaqueta y corbata iba agarrado a la barra con su mano izquierda y llevaba la derecha en el bolsillo. En su reloj se observaba una pegatina con la bandera española. Justo al lado, un chaval jóven con sudadera y vaqueros, se fija en el reloj y le suelta: “¿Qué, del PP?” Y el interpelado le contesta. “No. Sólo español. Con la mano derecha estoy agarrando el capullo y no por eso soy del PSOE”. A buen entendedor...

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