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La ley del más débil

Por Gabriel Elorriaga F.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
lunes 07 de diciembre de 2015, 09:24h

Una sentencia, sólida y clara, del Tribunal Constitucional ha anulado la resolución independentista promovida por un combinado de diputados autónomos catalanes, tan mal avenidos entre sí que, hasta ahora, no han sido capaces de elegir presidente o formar un gobierno. Estos diputados regionales abandonaron el cauce del Derecho de forma unilateral, ignorando cuáles son sus competencias y de que normas estatutarias y constitucionales deriva la condición que les habilita para ejercer funciones representativas y utilizar los medios y edificios propios de sus cargos parlamentarios. Lo que puedan hacer o decir fuera del marco competencial, como ciudadanos libres, no tiene otros límites que los de la libertad de expresión o de manifestación, pero sus actuaciones como tales diputados, dentro de una Cámara en la que han ingresado voluntariamente, apoyados por el voto de unos electores que, a su vez, también sabían que elegían a determinadas personas para desempeñar determinadas funciones previstas por la ley, son otra cosa sometida a la legalidad y al reglamento. Por tanto, si persisten en sus empeños, lo correcto sería, además de dar por anuladas sus declaraciones, ponerlos en la calle, donde son muy dueños de seguir predicando lo que les venga en gana, pero sin cobertura institucional.

Lo más absurdo es que, aún situándose fuera del Derecho, esta extravagante agrupación de cofradías no se apoya en la ley del más fuerte, como sucedió en tantos episodios antidemocráticos de la historia, sino que pretenden imponer la ley de la minoría. No decimos esto por el hecho evidente de que carecen de una mayoría del voto popular, ni por que pretendan doblegar al pluralismo de la sociedad catalana a un planteamiento uniformista de su concepto de país; ni porque sueñen con la caricatura de un Estado español tan débil que sea incapaz de defender, además de la unidad del territorio propio, a la mayoría de habitantes de Cataluña que no desean ser sometidos a las estrecheces de otro Estado de nueva creación y aventurero futuro. Todo eso, siendo mucho, es poco en relación con el espectáculo que tales diputados están representando en las tablas de un edificio público.

Sucede que todo el grupo de los llamados “Junts pel sí”, que resultaron ser menos de lo que esperaban, a pesar de los medios y campañas en favor de sus tesis durante décadas, están bailando a los compases de otro grupo de diez diputados del llamado CUP, de inclinación anarquista, con el que solo tienen en común su desprecio a la legalidad constitucional. “¡Alerta Convergencia, se nos acaba la paciencia!” gritan esos frikis de la política cuando consideran que sus hipotéticos asociados no cumplen todas sus exigencias. Artur Mas, con su antiguo partido roto y sin saber qué apoyo conservará en el futuro, sigue empecinado en continuar en la cúspide de un tinglado contradictorio y sin base ponderable. Todos los menguantes exconvergentes y los expectantes de Izquierda Republicana están en el juego de amoldarse a las pretensiones disparatadas de diez diputados. Es la fuerza del más débil la que negocia para imponerse a toda costa a los grupos mayores del “Junts pel sí” y, a través de claudicaciones vergonzantes, conseguir que sus criterios minoritarios de antisistema se impongan a la sociedad catalana, dentro de la cual la CUP es un corpúsculo anarcoide, cuya caótica clientela puede ser absorbida por el emergente “En Comú Podem”.

Podemos encontrar antecedentes en la historia de independencias conseguidas por la fuerza de las armas, por conmociones revolucionarias o por una masa arrolladora de pueblos sedientos de liberación. Lo que nunca se ha visto es pretender un soberanismo dictado por la fuerza del más débil, del más pequeño y de quien más rechazo social provoca. Esta es la gran paradoja que se contempla en el parlamento catalán de nuestros días. Es la apuesta de diez diputados contra una mitad de la Cámara que no comparte su pasión separatista, a la vez que el forcejeo contra la otra mitad que, tampoco, comparte su visión socioeconómica. Pero, a pesar de todo, el gobierno catalán en funciones sigue vacilando en torno a las ocurrencias mantenidas como extorsiones de esos diez diputados. No cabe mayor fracaso para un delirio nacionalista que acabar dependiente de la ley del más débil, del más pequeño numéricamente y del menos valorado doctrinalmente por los catalanes. Es decir, que no solo están planteando situaciones al margen del Derecho y de la Constitución sino que, para mayor disparate, pretenden continuar un proceso al margen del Derecho reduciendo su fuerza de hecho con la tara de su sumisión a los criterios de una minoría débil dentro del complejo mapa político de Cataluña. El ofuscado Artur Mas ha dicho que la sentencia del Tribunal Constitucional no anula la voluntad del pueblo. Es cierto, la sentencia anula toda eficacia jurídica de la resolución pero no lo que piensen los ciudadanos. Pero lo que sucede es que los ciudadanos no le han dado a Artur Mas una manifestación de voluntad a través de las elecciones y, mucho menos, está representada la voluntad del pueblo por el criterio de los diez diputados de CUP que imponen unas condiciones por el método de la extorsión. Un proyecto político condicionado por la más débil minoría no es la voluntad del pueblo catalán, ni de los que votaron a los partidos de “Junts pel sí” ni a los que votaron en contra.

Gabriel Elorriaga F.

Ex diputado y ex senador

Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.

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