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El laberinto de la corbata

domingo 17 de enero de 2016, 10:29h

Un día tomé la decisión de no volver a ponerme corbata. Fue como hace tres o cuatro años. La fecha da igual, pues el hecho en sí carece de importancia lo que no es óbice para que intente, como con cualquier otro asunto, transformarlo en literatura. Me vi frente al espejo ese día. Llevaba traje azul oscuro, camisa color cielo y una corbata rojiza que me apretaba el gaznate como un cíngulo carcelario. Sentía como si unas manos me cogieran el cuello. Entonces me hice la gran pregunta. ¿Llevaba corbata porque lo deseaba o porque algo exterior me obligaba a ello? La respuesta fue clara. La segunda opción.

Entonces me dije que el mundo no tenía derecho a obligarme a llevar corbata, que era absurdo. Y que podía permitirme un acto propio que afirmara mi libertad, o mi sensación de libertad. ¿Por qué me visto como quiere la gente me dije, si lo que siento es que tengo que darle al mundo algo más que una imagen? ¿Si en el fondo soy un ácrata pacífico me pregunté, porqué he de atender a tal convencionalismo opresivo? Entonces me quité la corbata y jamás me la he vuelto a poner. Sentí que me había despojado de una cadena de tela.

Ese día asistí a un acto público en el que todo el mundo iba con corbata. Y la verdad es que de mucha gente que había solo unos cuantos repararon en que no la llevaba. Eran tipos de traza antañona. Enseguida cayeron en que estaba descamisado y me hablaron del rollo protocolario, incluso dijeron sentirse de algún modo ofendidos. Lo mismo que yo respeto a quien lleva corbata, o me da igual, les dije, yo ya no quiero llevarla, así que respetadme. ¿Y cuál es la razón de que estés en contra de la corbata?, me contestó uno de cuello tan gordo que apenas si podía abrocharse la suya. Solo estoy en contra de ponérmela yo les contesté, los demás me dan igual; he estado un montón de años poniéndomela y la verdad es que jamás me ha gustado.

Esta mañana, les expuse con aire mandón, la he mandado a tomar vientos, es una prenda muy incómoda, para mí es como una garra que me envolviera el cuello y hoy acabo de descubrir que no había razón para sufrirla. A la vejez viruela, me dijo uno y me miraron como a un raro. Era gente que se preocupaba demasiado por como visten los demás, estilo Celia Villalobos. Entonces antes de que dijeran algo más les apreté sus corbatas con garbo y me fui con una sonrisa. Gran injusticia es juzgar a los demás por cómo se visten o se peinan. Allá cada uno con su ropero y su espejo. Por eso no salgo de mi estupor cuando veo a gente ofendida por esa explosión de libertad formal que se ha producido con los nuevos diputados. El Congreso debe parecerse al pueblo, no a una convención de pingüinos. Digo con todo mis respeto para ellos y su corbata.

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