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La izquierda no da una a derechas

martes 28 de junio de 2016, 11:45h
Entre los muchos análisis que se pueden hacer acerca del resultado de las elecciones del domingo, la pérdida de influencia de la izquierda y de la izquierda-a-la-izquierda-de-la-izquierda es, acaso, el más significativo y, para muchos, preocupante. Quien suscribe hace tiempo que piensa que la delimitación de los márgenes entre centro, centroderecha y centroizquierda es prácticamente imposible, y que los perfiles de la derecha ‘civilizada’ y de la izquierda dentro del sistema, que son las que se incluyen en el arco político español, se detienen en la frontera de Bruselas, donde toda voluntad se impone por encima de ideologías convencionales.

Así que me parece ocioso insistir, como Pedro Sánchez hace, en que el PSOE es la fuerza hegemónica de la izquierda, y la misma inutilidad creo que producen esos pronunciamientos vanagloriándose de ser la socialdemocracia pura o el comunismo ortodoxo: parece haber quedado claro que eso al elector le importa poco y le confunde mucho. ‘Programa, programa, programa’ es lo que hace falta y de lo que más hemos carecido en la pasada campaña.

Digo todo esto porque a quienes de una manera vaga nos gustaría sentirnos dentro de un ansia progresista, nos interesa mucho la reconstrucción de un pensamiento reformista, regeneracionista, avanzado, igualitario. No sé si todo eso es patrimonio exclusivo de la izquierda o si puede –y puede, por supuesto- ser asumido también por eso que convencionalmente aún llamamos ‘la derecha’: veremos qué programa ofrece Rajoy en sus pretensiones de lograr esa gran coalición que a algunos, muchos, les/nos parece todavía la única salida coherente del atolladero en el que nos han metido quienes aspiran a representarnos.

Desde ese punto de vista, me parece indiferente hablar de gran coalición o de ayuda para sacar adelante un Gobierno reformista, que obviamente debe, por la ley de los votos, estar presidido por Rajoy. Creo que Pedro Sánchez y quienes componen su sanedrín pagarían muy caro seguir oponiéndose a participar en ese cambio posible, presidido -qué le vamos a hacer: han ganado- por el PP: desde una vicepresidencia ‘no Popular’ en un Gobierno conjunto se pueden impulsar muchas reformas que, bajo la exclusiva batuta de Rajoy, parecerían imposibles o se retrasarían de manera intolerable.

Pero Sánchez está dispuesto a no dar una a derechas, pese a los avisos que comienzan a llegarle, tímidos aún, de los ‘barones’ de su partido. Instalado en el ‘no, nunca, jamás’, en la vieja política de las dos Españas, la de ‘derechas’ y la ‘de izquierdas’, parece no querer comprender lo que los ciudadanos le indicaron en las urnas el domingo. Ni lo entendió antes de las elecciones del 20 de diciembre, ni lo entendió el 26 de junio, ni parece entenderlo ahora, cuando ya incluso empiezan a disiparse los vapores de la resaca -y no lo digo por nada, conste- de la noche electoral.

No, pedir algo semejante a un gran pacto entre las principales fuerzas nacionales -no lo llame usted gran coalición, si quiere, y llámelo abstención para facilitar una investidura- nada tiene que ver, como en una ocasión me acusó alguien en la dirección podemita, con ser ‘un carca de derechas’. Todo lo contrario: hay que abogar por el cambio posible, no por ese cambio utópico que perdió millón y medio de votos el pasado domingo. Creo que eso que convencionalmente se llama izquierda ha de replantearse, no solamente a escala española, claro está, muchas cosas, como tiene que hacerlo la ‘derecha’ si no quiere caer en manos de los más extremistas; pero eso hoy no toca abordarlo aquí. Hoy, aquí, hablamos de Pedro Sánchez, de Pablo Iglesias y de los ‘estados mayores’ que rodean a ambos. No sé si el relevo de caras es lo más indicado ahora; desde luego, sí lo es el relevo de ideas.

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