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El triunfo de un sistema

Por Gabriel Elorriaga F.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
viernes 01 de julio de 2016, 11:00h
Pasado el trance de las segundas elecciones generales del año 2016, los españoles, aliviados, podemos confiar en nuestro futuro sin preocuparnos excesivamente por los tejemanejes que intentan tejerse para formar gobierno. Habrá que esperar lo que sea preciso para que se establezca una fórmula de gobernación acorde con los resultados que legitiman el protagonismo del partido más votado como base principal de gobierno. Pero lo verdaderamente importante es que, una vez más, el sistema constitucional que nos dimos los españoles, como consecuencia de una reforma democrática ordenada y consensuada, ha mantenido su primacía.

El proceso, iniciado hace más de medio siglo, ha sido puesto a prueba por una crisis socioeconómica de dimensiones internacionales que ha repercutido en España con especial gravedad. La necesidad de apretarse el cinturón, que algunos llamaron “austericidio” y su desgraciada coincidencia con un rosario de casos de corrupción que ensuciaron la imagen de la política, crearon un caldo de cultivo propicio a la indignación y el asco que fue aprovechado, como es costumbre, para alimentar la emergencia de oportunistas, improvisadores y populismos manipulados por el rencor de los eternamente derrotados y la ingenuidad de los novatos. En España, como en otras naciones, no fueron atacadas las situaciones de malestar o las corruptelas para corregirlas sino para utilizarlas como armas destructivas contra sistemas abiertos y reformables, pero no para mejorarlos sino para sustituirlos por reacciones presentadas como “cambios” y regresar a la peor de las demagogias. Se tiñesen de izquierda o de derecha, estas posiciones tienen en común el rechazo a las instituciones vigentes sin aclarar por cuales pretendían sustituirlas.

La madurez del pueblo español y los recursos de su sistema constitucional frenaron, sin brusquedad, el primer intento de introducir gérmenes infecciosos en las estructuras operativas del Estado, bloqueando la formación de cualquier tipo de gobierno ocasional contaminado de ideologías totalitarias. En una segunda convocatoria electoral, con mayor margen para la reflexión y con la evidencia de los desastrosos ensayos municipales a la “bolivariana”, a lo “valenciano” o a lo “chisgarabís”, los electores redujeron el espacio de quienes pretendían asaltar el poder con su apariencia de turbamulta indefinida, dejándolos sin “sorpasso” pero con sus coletas, sus rastas y sus biberones y sin permitirles infiltrar como diputado a su ridículo general de cuatro estrellas mortecinas. En su ceremonia de fin de campaña entonaron, una vez más, su liturgia neocomunista y su grito de “no pasarán” que es el grito derrotista de quienes no pueden avanzar por cuenta propia y se conforman con retrasar los avances ajenos. Como siempre, entre sus globos y pancartas, alguna bandera tricolor que pretende evocar la equivocada enseña que tanto perjudicó a la imagen de la efímera II República. Pero como aquel color morado de pendón comunero en desuso no es habitual en los tintes industriales contemporáneos, es sustituido por un azul oscuro que da a tal bandera el aspecto de pabellón de un incógnito país recién descolonizado. Triste bandera de un fracaso histórico. Un Partido Socialista, lastrado con los peores resultados de su reciente historia, no ha podido ser sobrepasado por esa falsa socialdemocracia reparcheada de comunismo y becada por extraños mecenazgos. Un Partido Popular al que consideraban viejuno y aburguesado les sacó una diferencia de 137 a 71 escaños. El viejo tic-tac de resorte del reloj comunista no alcanza la marcha silenciosa del reloj de pilas constitucionales.

Si predominase el sentido común, los dos partidos tradicionales sumarían, por sí solos, una mayoría absolutísima que triplicaría los escaños de los “ni unidos podemos”. El bipartidismo que algunos daban por agotado está hoy más vivo que nunca y, así como el Partido Popular se presenta como la única base sobre la que establecer cualquier fórmula de gobierno, el Partido Socialista, a pesar de su disminución, es la única bandera capaz de reanimar una alternativa socialdemócrata. Cuando, tras este paréntesis, ambos partidos sean capaces de renovarse y regenerarse, volverán a ser las dos opciones de gobierno de un futuro alejado de la crisis, en una Europa más asentada y ajustada en su proyecto comunitario. Hasta entonces, dentro del área económica del euro y la estructura de seguridad e la OTAN, el sistema político de España “constituida en Reino” seguirá siendo un factor estratégico de estabilidad y progreso dentro del mundo atlántico.

Gabriel Elorriaga F.

Ex diputado y ex senador

Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.

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