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Rajoy: acertada estrategia, errores tácticos

lunes 18 de septiembre de 2017, 18:00h

El sector más rancio de la derecha española está poniendo verde a Rajoy por lo que consideran una estrategia de consentimiento, postergación y debilidad. Ese el discurso crítico, por ejemplo, del expresidente Aznar. La exigencia a Rajoy es que hace tiempo que debía haber mostrado los dientes del Estado y, como mínimo, aplicar el artículo 155. Frente a estas presiones, Mariano Rajoy prefiere la estrategia gallega de la serenidad, la mesura y la proporcionalidad de las respuestas al desafío independentista. Desde luego, la procesión va por dentro y Rajoy está pagando esta crisis con un gran desasosiego interno, dificultad para dormir y otras muestras de profunda preocupación, según comentan sus allegados. Pero hacia fuera se muestra firme, impávido, con cara de póker (aunque unas progresivas ojeras le estén traicionando).

Soy de los muchos que pensamos, dentro y fuera de España, que la estrategia de Rajoy es acertada, porque piensa no sólo en la situación actual sino en las secuelas que tendría mañana una acción más dura. Sin embargo, es cada día más evidente que se hace necesario diferenciar claramente entre una estrategia de moderación y proporcionalidad y otra de inmovilismo y postergación. Sobre todo, de cara al independentismo, para quien las muestras de mesura son un indicador de que pueden seguir en su avance unilateral arrasador.

Para ilustrar esa necesaria diferencia podría ponerse el ejemplo de un combate de boxeo. El Gobierno español tiene enfrente un púgil de menor estatura, como menos capacidades pero fuerte en su musculatura, que juega a una doble estrategia: no recibir golpes graves para mantenerse firme sobre el cuadrilátero o bien entrar en una pelea cuerpo a cuerpo, de choque directo y con todo, para ver quien cae primero. Rajoy hace bien en evitar esa pelea a corta distancia, pero debe saber cómo golpear y responder con energía cuando es oportuno. En caso contrario, las muestras de serenidad pueden ser entendidas como falta de coraje, lo que incrementa la confianza en sí mismo del oponente.

Por otra parte, Rajoy debe tener claro que el independentismo ya ha pasado su punto de no retorno. No esta mal que siga haciendo llamados a la Generalitat acerca de que todavía es tiempo de recapacitar; siempre y cuando no se crea que eso puede tener algún efecto práctico. También somos muchos –dentro y fuera de España- que estamos convencidos que Puigdemont no puede retroceder a estas alturas. Tiene que seguir adelante hasta el choque final.

Siguiendo con el ejemplo boxístico, ya no estamos en los primeros rounds de reconocimiento, sino en el último de resolución, sin que el oponente este dispuesto a tirar la toalla, entre otras razones porque sigue pensando que el combate aún no está decidido.

Así las cosas, aunque la estrategia de desgaste haya sido acertada, la táctica ahora debe ser diferente. Ante las acciones aparatosas del independentismo es necesario aprovechar el clima momentáneo para reaccionar con contundencia. Un ejemplo positivo de esto es la decisión de Hacienda de sustituir la gestión de las cuentas públicas de la Generalitat por la gestión del Estado, ante la muestra de insubordinación de Junqueras de no remitir la información oportunamente.

Pero un ejemplo negativo es el que se produjo con motivo de la aprobación en el Parlament de las leyes de referendum y desconexión. En las cuarenta y ocho horas que siguieron a esos actos impresentables se extendió por Cataluña un estupor que afectó incluso a las filas de los partidos soberanistas. Sin embargo, buscando un efecto de unanimidad y prudencia, el Tribunal Constitucional sólo anuló las resoluciones del Parlament y dejó a los máximos responsables sin sanción alguna. A la vista de la cortedad del golpe, la Generalitat no perdió el tiempo y convocó a los alcaldes a facilitar la organización del referéndum. Algo que se ha traducido en un golpe de efecto de una contundencia imprevista. Hoy los alcaldes favorables al referéndum se han convertido en el principal rédito político de la Generalitat.

Rajoy debe ser consciente de que se perdió una oportunidad de oro. Y si eso lo conecta con la imposibilidad política que tiene Puigdemont de rectificar, debe darse cuenta que la inhabilitación de Puigdemont, Junqueras y Forcadell son inevitables, por vía directa o en relación con la aplicación del 155. Sólo es necesario esperar una nueva muestra palmaria de desobediencia que, sin duda, la Generalitat y el independentismo van a dar. Pero las cartas ya están echadas. Es preferible una acción contundente, con el costo social inevitable, a la posibilidad de que haya finalmente algún tipo de votación el primero de octubre y el costo social acabe siendo mayor a medio plazo.

En una nota anterior mencioné que Rajoy incluso estaba dispuesto a permitir algún tipo de votación y luego desconocer su naturaleza normativa. Pero eso ahora tiene un alto riesgo. La Generalitat sabe que el referéndum que pretende no tiene garantías procesales, además de las jurídicas. Pero eso no los detiene. Están dispuestos incluso al fraude electoral que representa el hecho de que sólo puedan contarse una cantidad muy reducida de votos, entre otras razones porque la mayoría de la ciudadanía no se acerque a las pocas urnas que estén disponibles. Pueden emitirse sólo doscientos mil votos, de los cuales la inmensa mayoría serían partidarios del SI, que la Generalitat mostrará el enorme porcentaje de ciudadanos partidarios de la independencia. Es decir, ahora ya se hace necesario impedir la consulta en serio, o mostrar sin lugar a dudas que refleja una votación efectivamente marginal y clandestina. Pero incluso si esa votación marginal se produce, el delito de sedición se habría consumado y el Estado no tendría más remedio que castigarlo con rotundidad.

Como se ha insistido, Rajoy se juega su futuro político en esta encrucijada catalana. Debe mostrar que sabe diferenciar entre una estrategia inmovilista y permisiva y otra que sabe medir con propiedad la proporcionalidad de las acciones de respuesta en términos directamente políticos. No puede arriesgarse a cometer más errores tácticos que pongan en cuestión su acertada estrategia general de serenidad frente al independentismo.
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