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El populismo antieuropeo de Puigdemont no es el verdadero problema

lunes 27 de noviembre de 2017, 18:09h

Algunos observadores no salen de su asombro ante la monumental metedura de pata de Carles Puigdemont al declarar públicamente que la Unión Europea es “un club de países decadentes”, con palabras similares a las utilizadas por los populistas eurófobos Nigel Farange o Marine Lepen. Como sugieren algunos medios catalanes, incluso si lo pensara en serio, nunca debió haberlo dicho y menos en medio de una campaña electoral.

Sin embargo, creo que la explicación no es tan difícil: Puigdemont no tiene precisamente una formación sólida, apenas es otra cosa que un político de provincias aupado por las circunstancias a un poder importante y su aislamiento personal en Bélgica le inclina poderosamente hacia una conciencia de reyezuelo exilado, fácilmente contagiable de los aires eurófobos de Flandes. Pero nunca se arrepentirá lo suficiente de sus inoportunas palabras.

Ahora bien, el resbalón de Puigdemont no me parece el problema de fondo. Creo que cuando Albert Rivera comentó el hecho y dijo eso de que “nacionalismo y populismo son las dos caras de la misma moneda”, estaba apuntando mucho más directamente al meollo del asunto. Porque la cuestión no es la última ocurrencia de Puigdemont, sino el hecho constatado de que cientos de miles de catalanes han abrazado el nacionalismo populista. Ese es el verdadero problema de fondo.

En otras palabras, el problema serio refiere a la cultura política existente en Cataluña. En mi nota anterior (por cierto, publicada antes de la guinda de Puigdemont) concluía que la cultura política catalana está escindida entre una ciudadanía formal, profundamente desinteresada de la vida política catalana, y una ciudadanía activa soberanista que había crecido al margen del respeto por las reglas del juego democrático. Es decir, un contexto característico de los procesos populistas.

Dicho con ejemplos distintos, el problema no son las patochadas que puedan decir un Mussolini, un Maduro o incluso un Trump; la cuestión es la cantidad de seguidores que los ha llevado y los mantiene en el poder. Lamentablemente, el estudio de la dinámica sociopolítica, de la cultura política de un país, difícilmente llega a los medios de comunicación, cada vez más calientes, pero también más superficiales. Sin embargo, es ahí donde residen buena parte de las claves que explican los fenómenos políticos.

No obstante, tengo que admitir que hacer un buen diagnóstico de la cultura política catalana sólo es una parte de la solución. La mayor dificultad va a consistir en encontrar las fórmulas para sacar al nacionalismo populista de esa cultura política. ¿Cómo lograr el desplazamiento del relato populista por una ciudadanía sustantiva, que se sienta sujeta de derechos y al mismo tiempo que respete y defienda las reglas del juego democrático? Y en el corto plazo ¿cómo revertir tanta falsificación histórica, tanta unilateralidad mediática, tanta postverdad digital?

Desde luego, para emprender esa tarea será imprescindible primero identificar los núcleos críticos de la cultura política catalana. Comprobar si es cierto que guarda relación con una percepción supremacista de su identidad, de un desprecio por una España en crisis, de algunos de los varios supuestos que circulan en las reflexiones al respecto. Realmente, el nacionalismo populista catalán es un ámbito privilegiado para la investigación a realizar por la sociología política.

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