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Camisetas y pitos

lunes 23 de abril de 2018, 11:32h

Pocas cosas hay más peligrosas, quién lo duda, que una camiseta o una bufanda de color amarillo. Todo el mundo sabe que las carga el diablo, que, con ellas, se puede subvertir a todo un país y que ese color tan estridente queda feo en la grada de un estadio. Además, desde hace siglos sabemos, porque los romanos nos lo enseñaron, que, con muchas piedrecitas, aparentemente insignificantes, se puede escribir y se pueden componer imágenes, imágenes que, en el caso que nos ocupa, la final de la Copa del rey en el nuevo Metropolitano, podían herir la sensibilidad de Felipe VI o, más fácil de creer, la de las almas sensibles a las que ofende el ejercicio de la libertad de expresión.

Quizá por ello, el despliegue policial de la tarde noche del sábado en los alrededores del estadio tenía entre sus fines el de encontrar y requisar sin orden ni concierto varios miles de peligrosas camisetas y bufandas de color amarillos que sus propietarios, pacíficamente, fueron depositando en contenedores sin que, que yo sepa, les fuese firmado recibo alguno por ellas, como si de un cortaúñas o un frasco de perfume más voluminosos de los permitido requisado en un aeropuerto se tratara. Una medida arbitraria que sólo es posible adoptar cuando previamente se ha domesticado a la ciudadanía para que, en aras de una presunta seguridad, ante cualquier medida de este tipo y bajo el chantaje de que, de no mostrar la docilidad requerida, perderán su avión o la final tanto tempo esperada.

¿Dónde han ido a parar todas esas prendas incautadas, dónde van a parar los cortaúñas de Barajas? ¿Se queman, se destruyen o se donan a una ONG para que los distribuya en países necesitados? No lo sé ni creo que lo llegue a saber nunca, pero he ahí un bonito reportaje para el que quiera desarrollarlo, un reportaje digno de "Equipo de Investigación" de La Sexta. Mientras tanto, creo que el safari del sábado sólo responde a un calentón, otro, del ministro Zoido que, una vez más, ha conseguido salir en las portadas y las cabeceras de los telediarios por todo lo contrario de lo que pretendía. No sé si el ministro sevillano es consciente de ello, pero lo de la caza del culé de amarillo ha tenido el mismo efecto que lo del crucero disfrazado de Piolín: le ha puesto en evidencia otra vez ante propios y extraños, dejando claro que en ese ministerio algunas decisiones se toman sin meditarlas demasiado.

Lo que no pudieron evitar Zoido ni el coro de comentaristas y correveidiles de siempre es que el himno español se llevase otra sonora, valga la redundancia, pitada, pese a los esfuerzos del DJ del estadio que subió el volumen del himno hasta límites peligrosos para los tímpanos o de los cantores del "lolo lolo", empeñados de acallar los pitos.

¿No se dan cuenta de que la principal función de los símbolos, y el himno es uno de ellos, es el de ser pitados o abucheados, ni de que pitar a un himno o una bandera es una sana manera de descargar toda esa adrenalina que, de quedarse dentro, entonces sí, puede transformarse en violencia? ¿Cuál será la próxima ocurrencia? ¿Quizá colocar bozales a quienes lleven escrito en la mirada que piensan pitar al himno, la bandera o al rey o amputarles uno de los labios, para que no puedan silbar, como en la Edad Media se amputaba un par de dedos a los prisioneros para impedir que pudiesen volver a disparar un arco el resto de sus vidas?

Lo del sábado fue tan ridículo como crueles eran las salvajadas medievales y, además, completamente ineficaz, porque, aunque el árbitro y sus ayudantes fueron los únicos que pudieron "pasar" legalmente camisetas amarillas, irónicamente fue el color escogido para pitar la final, y silbatos, el "ruido" de la patochada policial aún resuena.

Por cierto, hubo justicia poética, porque el ministro Zoido, conocido sevillista, no acabó bien la noche, porque tuvo que ver a su equipo del alma derrotado por un humillante 0-5.

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