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Queremos retransmitir los debates

domingo 23 de diciembre de 2007, 14:53h
Quienes han conocido las entretelas de las negociaciones de los pasados debates televisados entre un presidente del Gobierno y el candidato (es decir, entre Felipe González y Aznar; después, nada), saben bien de los pactos vergonzosos, de los egoísmos bilaterales, del mayor interés por la imagen del propio que por el esclarecimiento de los ciudadanos que se emplea en el cambalache entre partidos y medios. Se pacta desde la intensidad de los focos hasta la altura de las sillas y las mesas o el fondo del decorado donde el debate se celebra. Y no hablemos ya de la cadena televisiva en la que el ‘combate’ ha de tener lugar: si solamente va a haber, porque así se ha pactado, dos debates, ¿a quién le tocará la lotería?

Rajoy cometió un sonado y aireado error inicial, al rechazar debatir en Televisión Española, donde el PP entiende que no se juega del todo limpio, olvidando acaso que fue el PP quien aceptó la propuesta de la persona que ‘manda’ en la Corporación y a la que ahora se acusa de manipulación, a cambio de otras sinecuras: es el signo de nuestra política de ‘do ut des’, carente de grandes principios ideológicos y de estrategias a medio plazo.

Pero, en fin, llegados a este punto de mercadeo, ¿para quién los debates? Parecería lógico que la televisión pública fuese una de las agraciadas. Y otra privada. ¿Antena 3, tan cercana ahora –los intereses mandan y hacen variar las veletas—a los ‘populares’? ¿Telecinco? ¿La Cuatro, la Seis, las locales, solamente ciertas locales, las autonómicas? ¿Por qué unas se verán beneficiadas con uno de los debatazos y no otras? ¿Por qué no se debate también en las radios?

Y más: ¿por qué no debates en todos los foros que se presten a ello desde una posición de independencia?¿Por qué no se someten los candidatos a las preguntas del público, o de varios periodistas de diversas tendencias, para animar el panorama y para evitar, en su caso, pactos subterráneos?

Ya sabemos, ya, que en los bastidores se está jugando una terrible batalla, en la que unas cadenas amenazan con contraprogramar si no son agraciadas con uno de los dos debatazos y otras hasta sugieren que podrían variar sus líneas editoriales en plena campaña si desde La Moncloa o desde Génova no se apoya sus pretensiones.

Claro que nadie piensa en el interés general en medio de esta ley de la selva audiovisual, que ya viene durando demasiado tiempo. Ni en el beneficio de los espectadores, vistos apenas como electores o como share. Es urgente un pacto de regeneración de estas costumbres en las que el chantaje y los egoísmos particulares predominan sobre otros valores. Si realmente se trata de que el mensaje de los candidatos llegue claro y nítido a todos los rincones, incluidos todos los países, ¿Por qué no arbitrar un foro neutral, digamos un Instituto intelectual, una Asociación de la Prensa, el Parlamento, desde el que las cadenas de televisión que así lo quieran puedan conectar la señal del debate? Ello permitiría, además, transmitir este importantísimo acto de campaña a través de Internet, que es una realidad que llega a las partes más remotas del mundo. Incluyendo esa América donde dicen que existen tantos miles de votos para los candidatos españoles.

Pero ya vemos que los llamamientos a la modernidad, la puesta en marcha de vistosas webs de candidatos, las promesas electorales de colocar ordenadores en todos los pupitres, chocan con la cutre realidad. Internet sigue sin ser considerada de verdad en las campañas electorales españolas. Se retransmite a través de Internet en directo la puesta en marcha de tramos del AVE, se facilita la señal desde las Cortes, desde el Consejo de Ministros, para que los periódicos y medios de comunicación en la Red  ofrezcan la información ‘on line’; algún partido inaugura –con mayor o menor fortuna—una televisión por Internet propia. Pero cuando nos damos de bruces con los intereses del share, o sea, de la publicidad, ahí acaban las utopías y los bellos sueños.

Queremos retransmitir los debates desde Internet, libremente y sin trabas ni demoras. Está claro que nosotros seguiremos dando la batalla con nuestras humildes fuerzas, aunque, una vez más, sea en solitario. Como ya dimos la batalla para ser incluidos en la agenda de comunicación que edita, con los impuestos que pagamos todos, La Moncloa. Como la dimos para ser incluidos, como un medio de comunicación más, en las acreditaciones de instituciones oficiales. O como la daremos para entrar en ese ‘reparto’ propagandístico que es la publicidad oficial  de la que se benefician, aunque criticándola, los medios ‘tradicionales’.

Por muchos que los ‘grandes’ de la tierra se empeñen en minimizar este hecho consumado y tozudo que es la información a través de Internet, esa información existe, interesa cada día a más gente e influye cada vez más en mayor número de ciudadanos, que participan, con su crítica o sus aportaciones, en la elaboración de esa información. Claro que Internet tiene aún graves deficiencias, que no todo lo que se vende en el paño es oro. Pero consideremos cierta programación televisiva alienante, las parcialidades de alguna prensa de papel, los increíbles programas desinformativos de al menos una cierta cadena de radio ligada a lo que deberían ser intereses espirituales: ¿es, globalmente hablando, peor la información a veces arriesgada, muchas veces desinhibida, irreverente sin duda, que nos ofrecen los medios de Internet que las demasías que se cometen desde algunos micrófonos o desde ciertos editoriales?

Guste o no guste, ahí estamos. Y reclamamos nuestro derecho a participar en la retransmisión de los debates electorales, que es un bien de interés público, como alegaban quienes luego nos engañaron con la retransmisión de los partidos de futbol. Al menos, queremos participar desde el plató de esa Televisión Española, televisión pública, que pagamos como los demás. ¿O no?
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