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Desafíos del periodista ante un país confrontado

Desafíos del periodista ante un país confrontado

lunes 24 de diciembre de 2007, 03:23h

“Todo tiempo pasado fue mejor”. La frase se repite en toda época, desde los romanos, como una nostálgica evocación ilusoria de que atrás quedó lo mejor. Por eso los italianos decían que se estaba mejor cuando se estaba peor. Yo no idealizo el pasado y creo que él nos ofrece las luces que ayudan a reconocer nuestro presente y avanzar mejor hacia el futuro. En reconocimiento a los destellos, que son las experiencias ricas de ese pasado que cuando es presente apenas lo aferramos, prefiero hacer eco a mis amigos brasileños cuando dicen: “Yo era feliz y ni siquiera lo sabía”.

Ese era mi tiempo pasado feliz que tuvo cobija aquí. En estas alturas se construyó una atalaya desde la que se avizoraba el país en sus grandezas y su pobreza, en sus angustias y sus esperanzas. Con el timón en las manos firmes de un periodista recio como Huáscar Cajías, mi generación, la generación de muchos de los aquí presentes, se embarcó en el navío de esta carrera siempre fascinante. Desde sus proas y todos sus espacios mirábamos el horizonte con la certidumbre que, a pesar de todo, como país avanzábamos, avanzábamos bajo una sola bandera, la tricolor de Bolivia.

EL ESCENARIO

Llegar a Bolivia después de 27 años de ausencia profesional y querer verla de nuevo con ojos profesionales ha sido para mí un desafío colosal e incesante. Son casi 12 meses en mi patria y veo que el desafío sigue intacto. Ni un rasguño.

Salí de un país encadenado por una dictadura implacable y he vuelto a otro atenazado por visiones opuestas en el que la aproximación y la reconciliación parecen estar a distancias siderales.

Dentro de este enorme campo veo la labor de los periodistas atrapada con alarmante frecuencia en un fuego cruzado de disputas políticas e ideológicas. El blanco al cual apuntar parece el periodista, al que se considera el enemigo. El enemigo es el mensajero, no el mensaje ni su contenido. Es un fenómeno que se repite en muchos lugares, en algunos con más intensidad que en otros, dependiendo de la madurez de las sociedades en las que actúan y del conocimiento que tienen los actores de la tarea de la prensa. Esta tarea es a menudo reducida al campo estrecho de odios, rencores y resentimientos personales o de grupo.

Esos actores del hostigamiento son a menudo intolerantes y, peor todavía, ignorantes de la función de la prensa en una sociedad, a través de sus diversos géneros, desde el radial-televisivo hasta el escrito en papel y el que pasa invisible electrónicamente a velocidades que no alcanzamos a aferrar. Por eso, Thomas Jefferson, uno de los padres fundadores de los Estados Unidos y de la democracia moderna, decía: “Nuestra libertad depende de la libertad de prensa”. Y los que narran los acontecimientos diariamente son sus principales usuarios, los que la ponen a prueba y le confieren la calidad de valor en una sociedad.

Los periodistas, hay que admitirlo con preocupación, son el blanco indefenso del fragor de conflictos que el mandato profesional les ordena cubrir y sobre ellos informar al público.
Vean las siguientes cifras: a lo largo del año pasado murieron 75 periodistas en el cumplimiento de su deber en distintas áreas de conflicto en el mundo. En los nueve años precedentes, habían muerto alrededor de 600, de acuerdo a datos compilados por la Asociación Mundial de Periódicos (WAN). Y este 2007 que se nos acaba no se queda corto: hasta fines de noviembre habían muerto 110.

BOLIVIA NO ES EXCEPCION

El fenómeno, pues, es mundial, con muy pocos oasis en los que se comprende y se respeta el trabajo del periodista.

Bolivia, desgraciadamente, no es uno de esos pocos oasis. Es, al contrario, un centro en el que la libertad del periodista de informar está frecuentemente intimidada.

Este año nos ha tocado ver escenas de violencia contra periodistas en casi todos los lugares donde ha habido conflictos. Cochabamba, San Julián, Tarija, Sucre y también Cobija nos han mostrado la incomprensión, proveniente a menudo de la fuerza policial y de sectores que apoyan al gobierno. Aún retumban los gritos de ”Muera la Prensa” divulgados internacionalmente y lanzados frente al Palacio Legislativo cuando se desarrollaba una marcha de inaudita presión sobre el Senado.

Pero debo decir que esa incomprensión también ha sido manifiesta y destructora entre quienes se oponen al gobierno y están disconformes con la cobertura de los medios gubernamentales de información.

¿Qué hacer?, me han preguntado algunos colegas estos días.

Una premisa, como lo dicen todos los textos serios sobre periodismo, debe guiar nuestra conducta: Tenemos el deber de informar. Un periodista no puede excusarse de ese deber ni dejar de informar responsable y tan verazmente como su condición humana y profesional lo permita. A pesar de “mueras” envenenados frente a ellos de cualquiera de los sectores en algún conflicto. No olvidemos, como decimos sin arrogancia alguna entre los periodistas, que el periodismo escribe siempre el primer borrador de la historia.

Es lo mismo que un médico: no puede dejar de atender pacientes con el pretexto de estar ante una epidemia que implica riesgos para su propia salud.

Se suele afirmar que en la mayoría de los conflictos internos y las guerras abiertas una de las primeras víctimas es la verdad. ¿Recuerdan Uds. hace unos cuatro años cómo se afirmaba ante el mundo, con mapas y fotografías aparentemente irrefutables, la existencia de armas de destrucción masiva en Irak? O cómo las autoridades de la ex Unión Soviética en aquel mismo foro mundial negaban con vehemencia que tuviesen bases nucleares en Cuba?

Más cerca tenemos un caso escandaloso de hace más de 60 años. Un escritor de pluma firme le puso un título: “Una carta en busca de autor”. Augusto Céspedes nos contó la historia de una carta que procuraba socavar al régimen nacionalista de Gualberto Villarroel presentándolo como nazista con un putsch en preparación.
Pero el tiempo se encarga de restablecer el equilibrio y de mostrar dónde está la verdad, aún mucho más rápidamente cuando las mentiras son burdamente fraguadas.
Cuando no están amarradas a la verdad, las afirmaciones falsas corren con muy poco aliento. Quieren tapar el sol con un dedo y tienen las piernas cortas. Acaban cayéndose.

Permítanme sólo unas palabras más sobre este tema: la mentira en boca de los líderes es moralmente más grave pues de ellos debe partir el ejemplo y la consecuencia con la verdad.

Autoridades y líderes que se proponen trabajar por su pueblo no deben temer a la prensa. Deben temer a la oscuridad que le imponen sus círculos más inmediatos. No deben, como se atribuye haber afirmado a Napoléon, temer a tres periódicos más que a cien mil bayonetas. (Honestamente, creo que los periódicos y los periodistas en Bolivia empezamos a temer a esas cien mil bayonetas cada vez que evocamos las imágenes de violencia que han conmovido al país a lo largo de este año.)

¿Cómo persistir en la objetivad y evitar caer en la desinformación? Creo que la mejor manera de evitar que la verdad muera o que se afinque la mentira, o la mentira camuflada en la desinformación, es el sexto sentido que tiene todo periodista: verificar, indagar, consultar fuentes, acudir a los archivos y cruzar la información. Oigamos a Walter Lippmann, uno de los héroes del periodismo de Estados Unidos: “No puede haber una ley superior en el periodismo que decir la verdad…”. O como decía otro columnista famoso: “La gente espera mucho del periodismo. No solamente espera que sea entretenido sino que refleje la verdad”.

LOS DESAFÍOS

Estos tiempos que vivimos en Bolivia son tiempos de desafío.

Llegué a Bolivia encandilado por las oportunidades que vislumbraba para el país el advenimiento de un gobierno netamente indígena. Parecía que moría una era y empezaba a aparecer otra. Parecía el momento en que Bolivia se lanzaba a las grandes cruzadas, entre ellas la educativa, aprovechando las ventajas derivadas de la difusión del conocimiento a través de la novedad que se ha afincado en este siglo: la internet. Una novedad que, por definición, nos muestra el presente, apunta al futuro y nos ofrece el archivo de la historia no como instrumento para volver atrás sino para nutrir masivamente el conocimiento.

Ahora, como muchos, me siento ofuscado por la magnitud y frecuencia de nuestros desencuentros y de nuestros enfrentamientos. Éstos son cada vez más violentos y más sangrientos. Tres muertos y trescientos heridos en Sucre hace pocos días; otro en Cochabamba, a principios de año; un número aún impreciso en Huanuni, decenas de heridos en Cobija. Periodistas, camarógrafos y fotógrafos golpeados brutalmente, emisoras de radio y televisión atacadas, cámaras, oficinas y equipos destruidos. Y amenazas, casi siempre anónimas y cobardes, sobre la integridad de quienes trabajan en esta profesión.

En este diciembre de 2007 me pregunto cómo lograremos salir de esta espiral suicida. Al igual que probablemente todos nosotros, periodistas, no tengo una respuesta. No se ve ninguna luz efectivamente pacificadora al final del túnel, mucho menos un ungüento capaz de restañar rápidamente nuestras heridas.

Y esa es una realidad que debe genuinamente angustiarnos.

Sin embargo, como periodistas debemos insistir en el perenne aprendizaje de caminar por el sendero, angosto pero fecundo, que nos impone la búsqueda de la mayor objetividad posible. Y en ese empeño, no debe desalentarnos la violencia que se ejerza contra los periodistas. Debe amedrentarnos no ser capaces de difundir la verdad que aparece antes nuestros ojos o aquella que resulta de nuestras investigaciones.

Las empresas y organizaciones profesionales pueden y deben ayudar a que los periodistas, especialmente los más jóvenes, fortalezcan la calidad de la información y que le aseguren credibilidad. Las empresas serán fuertes en la medida en que gocen de la credibilidad de su público. Debe existir, obviamente, un presupuesto fundamental: en el largo camino hacia la igualdad, una sociedad y sus representantes deben aceptar la libre información como un fenómeno regular de la vida cotidiana que no admite recortes ni condicionamientos.

Vivimos, decía antes, una época de grandes desafíos. En nuestra vida profesional han irrumpido nuevas herramientas de nuestro trabajo que antes ni las imaginábamos. La red cibernética, para citar el más reciente de estos años. La red mundial de Internet ha encogido al mundo. Pero también aquí hay ganadores y hay perdedores.

Una sociedad de baja penetración en la internet es un retrato de su presente pero también una mirada a su futuro, si no procura apretar el paso y marchar más rápidamente para incorporarse de lleno a este nuevo eslabón de la civilización.

No hacerlo es como haberse quedado en el cine mudo, sin llegar a las pantallas redondas, mucho menos a la televisión digital que ya se asoma con vigor en países vecinos.

Para citar algunas cifras: El uso de la Internet en América Latina y el Caribe llegó este año al 20,8% de su población de 556 millones de habitantes. El porcentaje respecto a la población fue del 55,2% en Australia y Oceanía; 42,7% en Europa y 70,2% en América del Norte. En Bolivia, el uso de la Internet respecto a su población llegó al 5,1%, delante de Paraguay, con el 3,5%, pero lejos del 43,4% de Chile y del 21,1% de Perú.

Pero el panorama no es tan sombrío, pues nuestro crecimiento entre 2006 y 2007 fue del 300%, frente al 281% de Chile y 144% de Perú.

Hemos, pues, caminado y podemos seguir acortando las distancias. No hay que aflojar el ritmo. Al contrario, es fundamental acelerar el paso, pues nuestra base de crecimiento es mucho menor.

Porque, con el advenimiento de nuevas tecnologías aplicadas a la información, nuestros horizontes de libertad se amplían al surgir nuevos canales de comunicación. Podemos ver y saber de los acontecimientos “en tiempo real”, es decir instantáneamente. El tránsito informativo es tan veloz, masivo e intangible que no existen “cortinas de hierro” capaces de frenarlo por entero. Es un poderoso antídoto contra dictaduras y totalitarismos. El periodismo, en verdad, se ha revitalizado con el periodismo internet, que ha traído una oportunidad adicional de comunicación.

Si como periodistas logramos crear conciencia en la sociedad sobre la importancia de vencer este desafío de la era digital, y si profundizamos en los niños y nuestra juventud el conocimiento de esta herramienta, nuestra caminata para emparejarnos con el mundo podría ser más breve. Es un desafío que nos puede ayudara vencer otros desafíos. Pues al ayudarnos a ampliar nuestras ventanas del conocimiento, tal vez percibamos mejor lo que como sociedad perdemos al enfrentarnos y lo que ganamos al superar civilizadamente nuestras confrontaciones.

PALABRAS FINALES

En los años primordiales de mi profesión –de NUESTRA profesión- , dependíamos mucho de la rapidez con que escribíamos en nuestras Hermes, Olimpias y Remingtons. Cerrábamos la edición agobiados, pero aún con ánimos de envolvernos en tertulias post-cierre. Eran también los años felices de Jaime, Paulo, Kit, Norita, Sonia, Ana María, los varios Marios y Raúles, Armando, Roycito y de toda aquella legión de colegas que ha sido parte imborrable de mis primeros años de profesión. No quiero hablar de más nombres por miedo a las odiosas e involuntarias omisiones con que la memoria suele cobrarnos el paso de los años.

Entiendo este premio también como reconocimiento a los bolivianos de “tierra afuera”. He visto a muchos de ellos - forzados a emigrar por razones políticas o económicas- que silenciosamente siguen desde el exterior el curso de los sucesos en su país y cruzan los dedos para que, por fin, Bolivia encuentre su verdadero camino, de una manera democrática y civilizada.

Y, por último, y no por eso lo menos importante, personalmente lo entiendo como el reconocimiento que entrego a Cristina y a mis hijos, Paola y José aquí presentes, compañeros de un capítulo que llevó 27 años en darle la vuelta hasta retornar y echar de nuevo raíces en Bolivia.

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