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Irreconciliables

Irreconciliables

sábado 02 de febrero de 2008, 13:42h

Mucho ha tardado Hillary Clinton en mirar a Barack Obama a la cara. En los múltiples debates que los candidatos demócratas han protagonizado desde hace más de un año, él siempre la llamó por su nombre y dirigía hacia ella la mirada cuando era su turno para hablar. Hillary, sin embargo, prefería referirse a él como “senador Obama”.

 Y ha sido apenas en los últimos encuentros que empezó a levantar los ojos para enfrentarse a él, sin que se le note demasiado el enorme esfuerzo que debe hacer para controlar el torrente de agresividad que Barack Obama le produce.

 En cada debate con el que se ha torturado a los precandidatos a la presidencia de Estados Unidos –y ya deben sumar varias decenas– en los últimos meses, Hillary Clinton ha aprendido una lección. Después de cada humillación sufrida, ha salido fortalecida y ha ido perfeccionando el arte de encontrar las palabras apropiadas en el momento en el que las necesita.

 En la exhausta carrera que supone competir por el trabajo de ser presidente de Estados Unidos, Barack Obama ha obligado a Hillary Clinton a sacar a relucir el soldado de batalla que ella es. Y es que Obama es para la senadora de Nueva York el camino espinoso que ella pensó que podría recorrer descalza. Pero Hillary es de reacciones rápidas y ha sabido reponerse de las heridas.

 Educada en una familia en la que ningún mérito era suficiente porque siempre se podía ser mejor, Hillary lleva consigo una gran caja de vendas que la ayuda a amoldarse a las circunstancias: llorar si hay que demostrar un poco de emoción y sacar los trapos sucios del contrincante, aunque de esta labor el encargado fue Bill Clinton.

Hillary recibió el diploma de su aprendizaje intensivo –aquí no hay mucho tiempo para reflexionar- durante un debate que la cadena de televisión CNN organizó en Carolina del Sur antes de las primarias de ese estado el pasado 26 de enero.

 Las acusaciones que Clinton y Obama se hicieron durante varios minutos en tono agresivo, demostraron por primera vez que ambos tienen coraje y que no son –afortunadamente- los hipócritas educados que a la gente le gusta ver.

 Obama entró al debate de ese día tras varias semanas de estar defendiéndose de acusaciones hechas por Bill Clinton, no siempre acertadas, sobre lo que Obama dijo o dejó de decir. Así es que cuando Hillary le censuró por haber hablado bien de Ronald Reagan, le imputó que era imposible sacarle un respuesta comprometida y le recordó las veces que en el Senado había votado “presente” en vez de pronunciarse a favor o en contra de un proyecto de ley, Obama estalló.

 Para entonces John Edwards todavía estaba en la contienda y sus intervenciones sirvieron para moderar a los otros dos. Sin embargo, el tono de aquel debate no gustó a muchos estadounidenses que interpretan un sincero intercambio de acusaciones como jugarretas sucias.

 No obstante, el precedente ya estaba sentado y todos esperábamos un debate frontal y agresivo durante el encuentro que Hillary Clinton y Barack Obama sostuvieron en Los Angeles este jueves, ya como los únicos competidores por la nominación demócrata a las elecciones generales del 4 de noviembre.

 Por primera vez, un afroamericano y una mujer defendían su derecho a ocupar la oficina Oval de la Casa Blanca, y la expectativa era enorme. La decepción, sin embargo, fue mayúscula.

 Ambos, especialmente Obama, se pasaron de educados, y al final el debate se convirtió en una declaración del poderío del partido demócrata y en una crítica avasalladora a quienes no estaban presentes: George W. Bush y los candidatos republicanos.

 Está claro que a cuatro días del “super martes”, la jornada de elecciones primarias que incluye a 22 estados del país, ninguno de los dos quiere parecer antipático. Hillary destaca en las encuestas en la mayoría de los estados, pero hasta el momento Obama ha dado muchas sorpresas y basta que se presente en un estadio o en una universidad, para que se meta en el bolsillo a todos los asistentes. Así es que esta vez nos quedamos con las ganas de verles otra vez con las espadas en alto.

Pase lo que pase el 5 de febrero, Hillary Clinton y Barack Obama entrarán en la historia como los líderes de una de las carreras políticas más fascinantes y genuinamente competitivas que no sólo Estados Unidos, sino el mundo entero, ha visto jamás.

 Mientras que a Hillary la mueve la ambición, Obama se mantiene en pie gracias a un ego descomunal que, dicen, es su mujer, Michelle, la que se encarga de desinflarlo cada cierto tiempo para devolverle los pies a la tierra.

 Por supuesto, ambición y una sólida autoestima son elementales para creerse merecedor de dirigir una nación como lo es Estados Unidos. La pena es que sólo uno de los dos tendrá la oportunidad de ser presidente. Porque Hillary y Barack son irreconciliables y la animadversión que sienten el uno por el uno no le permitirá a ninguno acompañar al elegido en el camino: Obama finge cuando le susurra a Hillary al oído, buscando la foto que diga “todo está bien”;  y aunque Hillary ha aprendido a mirar a Obama a la cara y lo llama por su nombre, su sonrisa es falsa y sus ojos no tienen ni una pizca de sinceridad.

 (La autora es periodista y editora de Diario Hispano de Nueva York)

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