lunes 14 de abril de 2008, 19:17h
Esta mañana se han vuelto a reproducir los comentarios sobre la puesta en escena de la promesa –o juramento—del presidente del Gobierno y de los ministros en el Palacio de la Zarzuela. ¿Es apropiada la presencia de una Biblia y de un crucifijo junto a la Constitución como parte – la central—del atrezzo de la ceremonia?
El de hoy de los ministros del nuevo gabinete, como el de Rodríguez Zapatero el pasado sábado, son solemnes actos de Estado. Ciertamente, pero lo son de un Estado constitucionalmente aconfesional (artículo 16.3 de la vigente Constitución: “Ninguna confesión tendrá carácter estatal”) lo que, más allá de la tradición religiosa que tenga a bien mantener la Familia Real (amparada por todos los derechos y libertades, incluyendo los de conciencia, religión y culto, que la Carta Magna reconoce, sin excepción, a todos los ciudadanos) hace peligrar la legalidad vigente, al menos en sus aspectos formales.
Pero es la misma Constitución la que permite que los cargos públicos “por su conciencia y honor” utilicen, a su libre albedrío, la fórmula de jurar o de prometer. Es decir, fue el propio legislador –en este caso las Cortes Constituyentes, en 1978— el que deja que el interesado, en este trance oficial, se decante por una u otra fórmula. Está claro que si pronuncia el “juro por mi conciencia y honor” las connotaciones religiosas son evidentes (jurar es poner a Dios por testigo, según el DRAE). No así en el caso de prometer. Sólo desde esta óptica está justificada la presencia solemne de símbolos religiosos en el acto que nos ocupa. Porque tampoco es cuestión de montar dos mesas para la jura y/o promesa. Una de ellas sería por lo civil. La otra, con Biblia y crucifijo, por lo religioso.
La presencia, por tanto, de símbolos religiosos (¿qué pasaría si un/a ministro/a fuese de confesión musulmana, o judía, o budista?) está más que justificada en la credencia del juramento o promesa. Y a estas alturas no debería escandalizar a nadie, por sanamente laico que se sienta.
[Estrambote artístico-literario: el crucifijo de La Zarzuela –visto por televisión y fotografía—no parece tener grandes méritos artísticos. En cambio, el ejemplar de la Biblia presente en los actos de juramento o promesa de los ministros, tiene un notable valor bibliográfico, ya que se trata de la llamada Biblia de Carlos V. Claro que está en lengua latina. Y esto lleva al columnista por el terreno literario. En 1569, en la ciudad suiza de Basilea, se imprimía la primera versión castellana completa de la Biblia. El traductor, Casiodoro de Reina, fue un fraile jerónimo exiliado que había abrazado la fe de la Reforma luterana, por lo que fue condenado a muerte, in absentia, por la Inquisición que, en 1562, había hecho quemar su imagen en Sevilla. En el año 1602, Cipriano de Valera, ex jerónimo como Reina (fallecido en 1594), amigo suyo y también protestante, revisó la anterior versión de la Biblia castellana (conocida en su primera edición como la Biblia del Oso). El trabajo de ambos sobre las Sagradas Escrituras tiene toda la fuerza y la grandeza del mejor castellano del Siglo de Oro. Sólo por eso, esta Biblia, la de Reina-Valera, debería estar presente en el acto del juramento o promesa del presidente del Gobierno y de los nuevos ministros]