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Prensa y Gobierno

Prensa y Gobierno

martes 06 de mayo de 2008, 21:09h

¿Debe la prensa alinearse en casos de conflicto entre Estados con la versión oficial del Gobierno de su país? No hacerlo, ¿equivale a hacer el juego al otro Estado y en esa medida traicionar los intereses de su nación? Estas preguntas que aparentemente los procesos de globalización y de transformación de las sociedades industriales en sociedades del conocimiento habían dejado atrás han vuelto con fuerza en Sudamérica de la mano de los gobiernos socialistas bolivarianos del siglo XXI, que plantean permanentemente, en el más puro estilo de la Guerra Fría, la teoría de la conspiración. Es el imperialismo de los EEUU, por ejemplo, el que ha causado la actual confrontación que vive Bolivia y no los errores de un Gobierno y de un movimiento que no han sido capaces de lidiar con las diferencias. La teoría de la conspiración es cortesana: borra por completo las responsabilidades mientras culpabiliza al gran Otro de todo lo que sucede. Es maniquea: todos los problemas vienen de los demás, de los que no piensan igual. En este contexto, es fácil entender por qué la prensa es continuamente atacada y satanizada.

La prensa libre e independiente tiene afortunadamente más historia que los gobiernos recién llegados al poder que dividen al mundo en buenos y malos. En nombre de esa lógica, jamás, por ejemplo, debió haber sido publicada la foto de un corresponsal de Associated Press -“la prensa del imperio- en que un general vietnamita hace 40 años mataba en una calle de Saigón de un disparo en la cabeza a un prisionero del Vietcong. La foto dio la vuelta al mundo y, como señalaba Gabriel Iriarte, “sirvió para demostrar la brutalidad de Washington en la guerra de Indochina”.

¿Cómo era posible que una agencia de prensa de los EE UU golpease de manera tan dura al Gobierno de su país empeñado en hacer creer en plena Guerra Fría que estaba luchando por la democracia? ¿No debieron haber sido tratados los periodistas de agentes comunistas?


¿No fue también una traición que hace 40 años un periódico mexicano publicase horrorizado las fotos y los testimonios de una matanza brutal que comprometía el prestigio internacional del Gobierno de esa época? ¿No eran periodistas antipatria en ese momento Julio Schérer García, Vicente Leñero, Helena Poniatowska? ¿No era un traidor a los intereses nacionalistas del Estado mexicano un embajador llamado Octavio Paz, que renunció a su cargo en Nueva Delhi en repudio de lo que ahora conocemos como la matanza de Tlatelolco? Años después, el derecho a la discrepancia sentado de forma ejemplar en 1968 costó la vida a Excélsior, que dejó de ser el foro de opinión por excelencia donde coincidían izquierdistas y derechistas, amigos y críticos del poder, racionalistas y bohemios con la única condición de tener pensamiento.

Durante décadas, la izquierda se autoerigió como la abanderada del pensamiento crítico.

Por eso su cercanía al poder, ya que no su posesión, no debiera obnubilarla. Resultaría lamentable que hoy exija como lo políticamente correcto repetir los discursos oficiales.

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Editorial publicado por el diario Hoy de Quito

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