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Tirofijo: Historia de un guerrillero que murió en su ley

Tirofijo: Historia de un guerrillero que murió en su ley

jueves 29 de mayo de 2008, 23:50h
Cuando Manuel Marulanda Vélez (“Tirofijo”), el legendario guerrillero colombiano,  decidió enfrentar en 1964 a los ricos y poderosos terratenientes colombianos al frente de un puñado de hombres mal armados apostados en una región selvática, en lo que calificó de autojusticia, no pensó nunca que 44 años después terminaría sus días sin poder cumplir con la prometida revolución campesina que él soñó, orientándose en el modelo de otro legendario, el Che Guevara.

Años y años de tira y afloje, de combates continuos con miles de muertos y destrucción, de familias desarticuladas y de un aparato estatal contagiado con una revolución imposible, en el marco de un proceso que luego se consolidó económicamente con la   cocaína,  que contaminó a políticos, funcionarios públicos, empresarios, la alta sociedad, militares y policías y hasta a un presidente de la República. Este proceso corrupto tuvo además impacto en toda América Latina que sufrió el efecto del narcotráfico con todas sus consecuencias humanas.

Colombia ha sido el escenario de esta tragedia,  confirmando así su propia larga historia de  violencia, guerras y revoluciones cruentas motivadas en gran parte por las desigualdades sociales, donde se persiguió fundamentalmente la expansión del poder político conservador, por un lado, y liberal por otro, y mostrándose con énfasis la represión de la oligarquía. No olvidemos la magistral narrativa de Gabriel García Márquez al describir la vida sin rumbo del coronel Aureliano Buendía en “Cien años de Soledad”. Así, debe subrayarse en este contexto que la lucha armada colombiana, como expresión de los conflictos sociales, es un hecho histórico mucho más antiguo que las organizaciones guerrilleras.

No se sabe con exactitud cómo ni cuándo murió “Tirofijo” (78), porque antes de llorar la desgracia era más urgente para la guerrilla restablecer la continuidad,  comprendiéndose que la sucesión era indispensable para iniciar una nueva etapa sin descuidar ni un minuto la lucha armada, menos en momentos en que los enfrentamientos con el Ejército regular son ahora cada vez más intensos. Un portavoz dio como causa de muerte un paro cardiaco, aunque se sabía que “Tirofijo” sufría de un avanzado cáncer de próstata. A su vez, el día de su muerte, el 26 de marzo, las fuerzas regulares efectuaron un intenso ataque contra un campamento guerrillero donde supuestamente habría estado presente el líder desaparecido.

La muerte de Marulanda conduce a una reflexión necesaria al confirmarse una vez más que la vía armada o la  violencia organizada no constituyen soluciones populares válidas para llegar al poder, lograr justicia y cambiar las prioridades políticas, económicas y sociales. No está demás repetir que la violencia sólo trae más violencia y destrucción moral, como se ha visto en Colombia. Este camino, con excepción de Cuba, pero bajo otras circunstancias políticas, no ha sido viable hasta ahora en ningún otro país latinoamericano. El tema tiene semejanzas con otras problemáticas y modelos, como, por ejemplo, decir que el neoliberalismo por la vía del mercado puede  acabar con las desigualdades económicas de un pueblo. Todo lo contrario, aumenta más aún las diferencias entre ricos y pobres, como lo reconocen hoy sus  seguidores.

Con la sucesión, el liderazgo de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) quedó en manos de un intelectual que reemplazó al autodidacta Manuel  Marulanda, como es Guillermo Sáenz, alias “Alfonso Cano” (59 años de edad y 30 años en la guerrilla),  conocido por la izquierda latinoamericana como ideólogo de la guerrilla y con estudios de derecho y antropología.

Cano no estaba en el primer lugar de sucesión, puesto reservado para Luis Edgar Devia, alias “Raúl Reyes”, pero el destino quiso otra cosa. El comandante Reyes murió en un campamento guerrillero instalado en territorio ecuatoriano que fue atacado por la aviación militar colombiana (1 de marzo pasado), incidente que dejó 26 muertos y resquebrajó las relaciones entre Colombia y Ecuador y Venezuela.

Mientras Marulanda era más militar que político, Cano es todo lo contrario, lo que permite concluir que con el relevo podría cambiar el tono y el contenido de un supuesto nuevo diálogo de paz que podría llegar a concretarse entre la guerrilla y el gobierno colombiano, aunque para esto se prevé que habrá que esperar meses o tal vez años.

Cano estudió en Bogotá y estuvo fuertemente vinculado en los años sesenta a la juventud comunista. En el proceso de paz impulsado por el presidente Belisario Betancourt, entre 1982 y 1986, el nuevo líder fue portavoz de las FARC y  dirigente de la Unión Patriótica, un partido de izquierda que formó parte  de dicho proceso. Sin embargo, todo terminó en un fiasco cuando unos tres mil miembros de ese partido fueron asesinados por grupos paramilitares, entre ellos los candidatos presidenciales Jaime Pardo y Bernardo Jaramillo.

Hay que decir además que para abrir un nuevo proceso de paz será necesario superar varios obstáculos dentro de las FARC, como es la posición de su actual jefe militar Jorge Briceño, alias "Mono Jojoy", cuyo pensamiento radical comunista le impide acceder a una conversación con el gobierno colombiano y menos con el presidente derechista Alvaro Uribe, a quien acusan de estar entorpeciendo el intercambio humanitario y la salida política del conflicto tras haber intensificado masivamente los ataques bélicos contra la guerrilla en el marco de su política de “seguridad democrática”.

Por último, debe reconocerse que Cano asumió el liderazgo de las FARC en el peor momento de la organización, con serios rasgos  de debilitamiento  tras sufrir muchas  pérdidas humanas y daños materiales por ataques realizados por las Fuerzas Armadas colombianas  que operan con apoyo de Estados Unidos. La deserción es notoria: 3.200 en los últimos seis meses. En 1998, las FARC tenían 21.000 efectivos, cifra que hoy no pasa de los 9.000.

A esta debilidad se agrega otra, la decadencia moral que padecen muchos guerrilleros que ven hoy un oscuro panorama ante la intensidad de los bombardeos y la pérdida de tres altos dirigentes de la guerrilla, muertos todos en marzo último (Reyes, Marulanda, y Manuel Muñoz, alias “Iván  Ríos”, este último asesinado por un subalterno que luego huyó de la selva y habría cobrado por este hecho una millonaria recompensa).

La infiltración de los cuadros combatientes de las FARC, implementada con técnicas modernas de EE UU llegadas con el denominado “Plan Colombia” (antidrogas) y también a través de la ayuda que se recibe después que las FARC quedaron incluidas   en la lista de organizaciones terroristas de EE UU y la Unión Europea, es otro tema que preocupa hoy a la élite  guerrillera.

Fuentes estratégicas colombianas indican que en la mira de las eliminaciones por asesinato estaría el mismo jefe militar Jorge Briceño. Esta situación, ha llevado a un sinnúmero de guerrilleros a huir de los campamentos empleando la misma violencia que aprendieron en la espesa selva colombiana para luego entregarse a las autoridades y vender información privilegiada sobre los movimientos de la guerrilla. Este fue el caso del malogrado comandante Iván Ríos y podría repetirse con Briceño.

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Walter Krohne
Periodista
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