Los aranceles del hambre

Pese a la innegable voluntad de mejorar las cosas que anima a buena parte de los reunidos en Roma, creo que la cumbre de la FAO no va a resolver el problema del hambre en el mundo. Ni lo va resolver, ni, lo que es más triste, tampoco va a poner las bases para conseguirlo así que pase unos años. Bien están las ayudas comprometidas por algunos de los países representados  -el objetivo es recolectar 1.200 millones de euros .

El dinero, sí llega a destino y no se pierde en manos de gobernantes corruptos ayudará a sobrevivir a unos cuantos miles de personas, pero, ya digo, no resolverá el problema de fondo: la miseria. Miseria que, paradójicamente, en el caso de buena parte de los estados africanos se da en países llenos de recursos y es el  amargo fruto de la corrupción e ineficacia de las elites locales, pero, sobre todo, del peso de los sistemas proteccionistas con el que la Unión Europea y los EE.UU protegen sus propias producciones agrícolas.

Dicen los expertos en alimentación y comercio internacional que sí los gobernantes de los países desarrollados que participan en la cumbre de Roma en lugar de comprometer limosnas decidieran quitar los aranceles  que gravan los productos procedentes de países del Tercer Mundo, en una o dos generaciones - cincuenta o sesenta años-, se habría solucionado el problema del hambre. ¿Por qué no lo hacen?  Esta es la pregunta que quedará sin respuesta en la cumbre de Roma.