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La historia del PP está poblada de sobresaltos

jueves 05 de junio de 2008, 09:32h
La historia del PP está llena de sobresaltos desde sus orígenes. Con dientes de sierra y varias metamorfosis, la fuerza política impulsada desde el principio por Manuel Fraga ha ido logrando consistencia con los años y ha disfrutado ocho años del poder con José María Aznar al frente. Los problemas han reaparecido con la pérdida del mismo en 2004, en circunstancias extrañas, y el fracaso de Mariano Rajoy, al frente del cartel, para recuperarlo en las pasadas elecciones de marzo. Un partido de aluvión como éste, en el que confluyen distintas sensibilidades, se administra bien ganando y experimenta crisis internas cuando vienen mal dadas.

La prehistoria del Partido Popular o su antecedente germinal hay que situarlos en los últimos años del franquismo. A comienzos de los 70 Fraga interesó a un grupo de personas para montar, una vez aprobada la ley de Asociaciones Políticas -los partidos seguían prohibidos- una asociación, con el aséptico nombre de Gabinete de Orientación y Documentación, S.A. (GODSA), que daría lugar en 1976 a la Asociación Política Reforma Democrática. El ex ministro aperturista de Franco trataba de prepararse para el cambio de régimen, pero se apoyó en las viejas figuras del franquismo -Laureano López Rodó, Federico Silva, Cruz Martínez Esteruelas, Gonzalo Fernández de la Mora…- constituyendo en el mes de marzo de ese año, en forma de federación, con lo que se denominó “los siete magníficos“, Alianza Popular. En el congreso de diciembre de ese año se disuelven todas las asociaciones menos ADE -Acción Democrática Española- del democristiano conservador Federico Silva, que además es elegido presidente de este conglomerado, con Manuel Fraga de secretario general.

Así concurren a las primeras elecciones, el 15 de junio de 1977, ganadas por la UCD de Adolfo Suárez, seguida del PSOE de Felipe González, en las que AP obtiene unos muy discretos resultados: un 8,2 por ciento de los votos y dieciséis diputados. El pueblo no apoyó a los que aparecían como representantes del viejo régimen. Las divisiones ideológicas internas se ponen de manifiesto a la hora de elaborar la Constitución, con Fraga de “padre” de la misma y los duros de su propio grupo votando en contra. Esto provocó la primera crisis seria. En las elecciones generales de 1979 Fraga encabezó el cartel de una nueva agrupación, que se llamó Coalición Democrática (CD) y los resultados fueron aún peores: un 6 por ciento de votos y diez diputados.

LAS DIMISIONES DE FRAGA

Tras el fracaso Fraga dimitió en la Coalición y se replegó en Alianza Popular, y en diciembre de ese mismo año se renovó la organización, siempre con Fraga al frente, y Jorge Verstrynge de secretario general. Esto, unido a la dimisión de Adolfo Suárez y la crisis de UCD dio buen resultado, y AP se convierte en las elecciones de octubre del 82 en la primera fuerza de la oposición, con el 26 por ciento de los votos y 107 escaños. La vertiginosa liquidación de UCD motivó que gran parte de sus cuadros y militancia se fuera incorporando al partido de Fraga. En las elecciones de 1986 mantuvo el tipo, aunque perdió dos escaños. El referéndum para la permanencia en la OTAN, de ese mismo año, había producido sin embargo algunas desavenencias internas, tras proponer la abstención o el voto en blanco. Pero fue el fracaso en las elecciones vascas de ese mismo año lo que provocó una profunda crisis en la organización, con la crecida -luego se vio que efímera- del CDS de Suárez y la dimisión del temperamental Manuel Fraga.

En un congreso agitado en febrero de 1987, se impone la candidatura del joven abogado Antonio Hernández Mancha, frente a la encabezada por el ex diputado de UCD Miguel Herrero y R. de Miñón. Antes, el 2 de septiembre del 86, había dimitido Verstrynge, que, tras buscar cobijo inútilmente en el CDS, se pasó al PSOE. En su lugar fue elegido secretario general Alberto Ruiz-Gallardón, en el que siempre ha confiado Manuel Fraga. Gallardón ocupó la Secretaría General un año escaso. Esta breve etapa de Hernández Mancha, que ni siquiera era diputado, se redujo a capear el temporal y administrar la crisis, mucho más seria y preocupante que la actual.


NACE EL PARTIDO POPULAR

Manuel Fraga se vio obligado a retomar las riendas, y en el congreso de enero de 1989 se lleva a cabo la refundación de AP como partido único, con el nombre de Partido Popular, en el que confluyen fuerzas conservadoras, liberales y democristianas, centrando el mensaje y aspirando a situarse en el “centro reformista”. De la Secretaría General se hace cargo Francisco Álvarez-Cascos. En septiembre de ese mismo año el partido da un paso que luego se demostró decisivo: José María Aznar, a la sazón presidente de la Junta de Castilla y León, a cuyo puesto había accedido gracias a los votos del CDS, tras un almuerzo secreto en el despacho del notario Félix Pastor Ridruejo -quien en uno de los vaivenes llegó a ser presidente de los populares- es elegido candidato del partido a las elecciones generales a propuesta del propio Fraga, quien cinco meses después le cedería también la presidencia del partido y él se conformaría con el título irrenunciable de presidente-fundador.


EL PODER CON AZNAR

Tras dos fracasos, a la tercera fue la vencida, y José María Aznar alcanza el poder con el apoyo de los nacionalistas vascos, catalanes y canarios en 1996. Felipe González cayó tras el escándalo de los GAL y una cadena de corrupciones -Banesto, Kio, Filesa, Ibercorp, Urralburu, caso Roldán, gobernador del Banco de España…- y una economía con serios problemas. Las primeras medidas del nuevo Gobierno, con Rodrigo Rato de vicepresidente económico, se centraron en la liberalización de la economía y la reducción del déficit público para cumplir las condiciones del Tratado de Maastricht, hasta meter a España en el grupo de los primeros países en adoptar el euro. El reajuste económico dio resultado y la situación económica en España vivió una etapa floreciente. La supresión del servicio militar obligatorio fue otra de las decisiones más populares y de más largo alcance.

José María Aznar volvió a ganar las elecciones el año 2000, esta vez con mayoría absoluta. En esta segunda etapa el Gobierno de Aznar endurece su postura con los nacionalistas y sufre un mayor desgaste, fruto de los propios errores y de la presión de la oposición socialistas-nacionalistas, que se endurece por momentos. La actitud altanera de Aznar, que había anunciado que no concurriría a un tercer mandato, con detalles como la boda “regia” de su hija, enrareció más el clima. La reforma laboral, contestada con una huelga general, el hundimiento del “Prestige”, con el “Nunca mais” y la impopular alineación con Bush -foto de las Azores- en la guerra de Irak, generaron una creciente pérdida de apoyos externos y un cierto desconcierto dentro.


EL FRACASO DE RAJOY

El atentado del 11 de marzo de 2004, en vísperas de las elecciones, la gestión del mismo por parte del Gobierno y el aprovechamiento de esta circunstancia por parte de los socialistas, fueron elementos que contribuyeron a la perdida del poder, lo que significaba el primer fracaso de Mariano Rajoy, colocado a dedo por Aznar como candidato. Fue una derrota inesperada para muchos. El aislamiento a que fue sometido el PP durante la primera legislatura de Zapatero por parte de las fuerzas de izquierda y nacionalistas, cuya representación más llamativa fue el “Pacto del Tinell”, y la política del presidente Zapatero en materia antiterrorista -tanto en el diálogo con ETA como en la gestión del juicio del 11-M-, así como en el desarrollo autonómico y en el ostensible desprecio a los proyectos y realizaciones del Gobierno anterior, le sirvieron a Rajoy para, ejerciendo una oposición muy dura, mantener aglutinado en esta etapa al partido, que cuenta con más de 700.000 afiliados de muy distintas sensibilidades.

Su segunda derrota este año, aunque ha mejorado los resultados anteriores, y su confesado propósito de formar su propio equipo, mantener la independencia de criterio frente a determinados medios, moderar el estilo de oposición al Gobierno y tender puentes a los nacionalistas para salir del actual aislamiento ha hecho que estallara la guerra interna. Una crisis más. Se pone en cuestión, más que los principios, el liderazgo y la estrategia. Sin tensión se resquebraja la militancia y, sobre todo, los cuadros; con tensión excesiva no se alcanzará el poder. Sólo recuperando el poder, a la vista de la experiencia anterior, volverá la calma. Una vez cuestionado el liderazgo, el cambio se puede hacer de forma ordenada o de mala manera. De todo ha habido en la historia de este partido.
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