Un total de 43 jefes de Estado y de Gobierno han terminado de formar esta unión de países de las dos orillas del Mediterráneo y de lograr un espacio de paz en Oriente Próximo. Todo, bajo la ‘capitanía’ del imparable presidente francés,
Nicolas Sarkozy, quien se puede anotar el tanto de lograr un acercamiento diplomático entre Siria y Líbano, totalmente roto, y conversaciones entre Israel y Palestina.
Al menos quedan las palabras. Palabras de elogio y alabanza, claro, hacia
Zapatero. De él dijo Sarkozy que ha tenido
"valentía" y
"gran altura de miras" por apoyar la Unión por el Mediterráneo pese a que podría haberse opuesto y haber exigido la continuidad sin cambios del Proceso de Barcelona. Realmente son bonitos calificativos, pero son los mismos que ofreció, por ejemplo, al primer ministro israelí,
Ehud Olmert, por
"haber hecho así un gesto para la paz".
Lógicamente desde el Gobierno de Zapatero se ve de otra manera. Se mostró
"muy satisfecho" con el éxito al creer que se da un
"impulso histórico" al Proceso de Barcelona de 1995. Pero la realidad es que España ha pasado de ser la organizadora, anfitriona y protagonista de esta alianza a mera invitada con peso -eso sí-.
La esperanza, conservar Barcelona como sede
Por lo que ha luchado Zapatero en la cumbre es al menos por impulsar la candidatura de Barcelona para albergar la sede del futuro secretariado de la nueva Unión por el Mediterráneo.
El Gobierno ya lo había planteado oficiosamente semanas atrás al Ejecutivo francés, que no se opone a ello.
“Barcelona tiene todas las legitimidades para ser la sede: histórica, política y geográfica, tiene la mejor carta de presentación”, ha subrayado el ministro de Exteriores,
Miguel Ángel Moratinos, que estuvo presente en la cita.