El trato al inmigrante iberoamericano: la gran sombra

El hermanamiento de todas las naciones de Iberoamérica es un proyecto de convivencia entre las dos orillas que, además de carecer de prepotencias y pretensiones 'imperialistas', es enormemente ilusionante. Pero todo tiene sus pegas. En este caso, es la parte española si atendemos a cierto trato a los inmigrantes que proceden del continente americano.

Primero, porque el único crecimiento real para España sigue estando en Iberoamérica, o en América Latina -hasta de la semántica hemos logrado hacer un conflicto- y casi la única vía de penetración de muchos países latinoamericanos hacia Europa pasa todavía por el 'puente' español.

La España oficial postula una relación nueva y positiva con los países de América Latina, y lo vamos a comprobar cuando comiencen las celebraciones conmemorativas del bicentenario del proceso de independencia de estas naciones. Sin embargo, hay agravios en el alma de algunas poblaciones que me parece que no dejan de tener alguna, o mucha, justificación. Existe un incorrecto trato que se da a quienes aspiran a inmigrar a tierras españolas. O a quienes, sin pretender quedarse en esas tierras, simplemente quieren viajar por razones familiares, de negocios o por el mero placer de conocer el país.

El trato a estas gentes es francamente malo. Los consulados españoles, en general, simplemente no responden o lo hacen de manera insuficiente e incompleta, dificultando en lo posible los trámites exigidos a quienes desean viajar a España.

Si bien es cierto que todo tiene un límite en la entrada de inmigrantes, incluso por su propio beneficio, éstos han sido decisivos para engrandecer la economía española y permitirle unas tasas de crecimiento que doblaba las de los países de la zona euro. Hay que exigir un mejor trato y un mayor cuidado a la hora de ver quiénes quieren venir a visitarnos, por qué y para qué. Seguimos necesitando pensar en Iberoamérica para que el proyecto de convivencia sea una realidad consolidada.