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Sospechas (XVII)

jueves 28 de mayo de 2020, 08:00h

P E R R O S

Hasta las primeras salidas y los primeros paseos casi genéricos que ha obligado el encierro del Covid 19, el perro, los perros urbanos son los seres vivos que más han chuleado públicamente al bichejo de marras.

Aprovechando las licencias-privilegios urbanitas del encierro, hay perros a los que les han acompañado, por separado, todos los miembros de la familia y todos los días con el objetivo último de respirar aire callejero más-menos contaminado.

Mi relación con animales domésticos nace desde que nací del vientre de mi queridísima madre. De niño, mi casa, nuestra casa era vieja, fea y destartalada…pero era mi casa. Mi padre era autónomo agropecuario, mejor dicho, es más gráfico y hermoso decir que era campesino, o labriego, para el caso es lo mismo.

Un par de gatos y un par de perros eran compañeros de crecimientos, despertares y curiosidades mías.

Los gatos, cuando había-hacía frío, formaban parte de lo más cercano a la lumbre…un par de troncos de leña precalentando en vertical para arder mejor, unas tenazas, un puchero, una parrilla, una cazuela, una sartén, un badil, una trébede, un fuelle, una escoba casi enana, un caldero calentando agua… y uno o dos gatos solía ser la fotografía de los bajos de la chimenea. Claro, las dos perras estaban felices en la cuadra o en el corral acompañando-compartiendo espacios nocturnos con ovejas, cabra, vaca, cerdos, un caballo y burro ocasionales, mulos, conejos o gallinas. Aquello era como un vivero ecológico de animalitos pobres pero contentos y sanos.

Los gatos no tenían nombre, bastaba con llamarles michinos. Las dos perras, madre e hija se llamaban Linda. Linda madre tenía una habilidad y un olfato especiales para cazar alguna libre o algún conejo, despistados o echando una siestecita arropados por una aliaga o un tomillo…la juventud de Linda no era suficiente para cazar como la madre. Lloré cuando murió la Linda madre y cuando abandoné a la Linda hija. Mi padre, mi madre y sus cuatro hijos-hijas de entonces nos trasladamos a Barcelona.

Las dos-tres primeras viviendas que habitamos los primeros años en la Ciudad Condal no reunían condiciones, ni había medios, ni sitio había para tener animales domésticos de compañía.

A finales de año de 1.975, mi santa trabajaba en Telefónica y yo en L´Oreal, creo que éramos buenos trabajadores, pedimos y nos concedieron permiso para el mismo trabajo en Madrid. Nos gustaba mucho Barcelona, pero estaba muy lejos de nuestras raíces en Soria y en Zamora, estaba muy lejos para un Seat 850 y aquellas carreteras.

En Madrid volví-volvimos a tener animalitos en casa, en un piso suficiente había medios y huecos, -aunque nunca coincidieron a la vez-, para galápagos, un ratón hámster, un matrimonio de canaria-canario, una perra que la bauticé con el nombre de Linda, una gata de angora y otra gata común que se llamaba Perla. Perla era una joya, cariñosa, mimosa, pulcra…era una reliquia de y para mi segunda hija. Mi hija lloró cuando murió, nos gastamos casi mil euros para intentar extirparla un cáncer mortal. Los tres últimos días de su vida fueron de dolor, lamento y tristeza. Hace diecisiete años que no tengo, ni tendré, animalitos queridos-cautivos en la gran ciudad.

Estas conexiones y aprendizajes míos con bastantes “animales”, está a años luz de la sabiduría de Félix Rodriguez de la Fuente, pero, sospecho, que sé tanto o más de “animales” que muchísimos animalistas. Pocas lecciones de conocimientos, vivencias y respetos me pueden dar de los animales expuestos. Claro que voy a los festejos taurinos…voy a celebrar la vida, la suerte y la muerte de todos los días y de todas las horas en todos los lugares del mundo. Aplaudo la bravura del toro, del torero y el peligrosísimo mérito-misterio del toreo. Nunca pito, el silencio es la actitud y aptitud correctas cuando no hay un mínimo de fortuna en los alberos.

De todas esas experiencias he sacado una conclusión-opinión personal, –ojo, mi opinión ni es la única, ni la mejor, en nada, pero es mi opinión-, los animales tienen hábitat, personalidad y vida propicia-propia…habría que reflexionar al respecto. Respeto a los amos-protectores de animales urbanitas; pero, aunque los tengan en cárceles-jaulas de oro, de plata o de bronce sospecho que ni han estado, ni están, ni estarán tan alegres y felices como con sus colegas en sus espacios naturales.

Me viene a la memoria, la muerte del canario o la canaria hace cuarenta años. La jaula encima de una silla, la abro para echar agua, alpiste, limpiarla, o para acariciar a los pajaritos, no recuerdo bien, se escapa el canario o la canaria, sale como un proyectil en busca de su verdadero destino, se estrella contra el luminoso cristal-ventanal del salón y cae muerto al instante. Solté de inmediato y con cuidado a su viudo-viuda.

Precisamente porque amo tanto a tantos animales, -menos a culebras, lagartos y escuerzos-, prefiero su sobria libertad a su ostentoso encarcelamiento.

Antes con mis hijas y ahora con mis nietas-nietos, cuando vamos a la provincia de Soria y de Zamora y estamos más-menos cerca-lejos de animales… disfrutamos de sus cantos, de sus alertas-alarmas, de sus vuelos o de sus nidos… imposible contemplar esas bellezas esta primavera.

¡Allá cada cual con su ciencia y conciencia! ¡Que cabronazo y traidor es el coronavirus y sus escuelas-secuelas!

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