Hoy, haciendo visera con la mano, alcanza la vista a vislumbrar un poco más allá del estruendoso popurrí de armas y escaramuzas que ha sido la confluencia entre Podemos y Sumar; un cerco napoleónico que, durante días, ha mantenido cubierto el horizonte de las izquierdas, impidiendo ver, ni de puntillas, cualquier cosa que hubiera más allá.
Mientras se disipan los humos, alcanzan los ojos, entrecerrando un poco los párpados, a un hito no menor, señalado en el calendario. Un objetivo que (esperemos) sea capaz de unirlos al menos en lo formal. Me refiero al 28 de junio y su insignia arcoíris, clavada como una avanzada duramente conquistada, en el corazón más retrógrado y opresor de la sociedad.
Habrá batalla por decorar con los siete colores del arcoíris las fachadas de edificios institucionales cuyos mandamases, amparados en el blanco y negro -¿Ideológico?- de ciertas togas, unidas a líderes/as de “la libertad” se negarán como cada vez que tienen mayoría, a que luzcan las coloridas insignias, inventándose cualquier excusa de catálogo (sospecho que Almeida y Ayuso tienen un catálogo de frases muertas para hacer su voluntad) que sirva para justificar la ausencia de color en su postura política.
El colectivo LGTBI se juega en las generales el retorno al gris ideológico y oscuro de los armarios cerrados, ataúd mental de la libertad, cuyos clavos excitan con irrevocable atracción sexual a filonazis y protofascistas ansiosos por buscar víctimas que den sentido a su desorden mental. El mismo desorden que extiende sus tentáculos bajo las oscuras sotanas de la iglesia para excitar con su taca-taca la represión y el discurso LGTBIófobo, agitado con fuerza por muchos de sus miembros, que demostrado está, no tenían problema en aliviar sus atribuladas conciencias con más de mil casos de abuso sexual a menores. Los ataúdes son así, metes algo que está vivo dentro y patalea por salir. A veces, de la forma más macabra imaginable.
Aprobada la “ley trans” no hemos visto hordas de curas corriendo a cambiarse de sexo, ni niños dándose cabezazos contra las paredes (igual sí, algún padre de misa diaria) ni nada de nada, lo cual, dicho sea de paso, es un poco decepcionante para la película de terror que pregonaron desde algunos medios. Y todo, teniendo en cuenta que, según Feijóo, era más sencillo cambiarse de sexo que sacarse el carné de conducir. Todavía no sabemos, a fecha de hoy, qué problema tiene nadie en el partido de la “libertad” con que las personas sean libremente lo que sientan ser. Igual es que la única libertad que defienden es la de imponer el blanco y negro sobre los demás (más el blanco, seamos sinceros, que de racismo también hay dosis institucional) “Aman a Dios, y joden al prójimo” que recitaba mi abuela cuando tocaban a misa en el pueblo.
Para el colectivo LGTBI, las elecciones que vienen, con el auge de la extrema derecha, son mucho más que meter en una urna en una papeleta, pero si algo nos enseña la historia, es que por más oscura que sea la tormenta, al final, siempre sale el Sol, y donde hay Sol frente a tormentas, reluce con fuerza el arcoíris. Se lo dice uno que estuvo acampado allí.
Si (
No(
