www.diariocritico.com

El difícil camino de hacer política en los márgenes: la lucha por la recuperación de la lucha de clases en el siglo XXI

miércoles 19 de noviembre de 2025, 14:07h

Hacer política hoy desde la izquierda que quiere transformar la sociedad y antiimperialista, desde aquellos que no hemos renunciado a la centralidad de la lucha de clases y la defensa intransigente de los trabajadores, se ha convertido en una tarea hercúlea, una travesía por el desierto institucional y mediático. Este es el relato de una lucha doble: contra un enemigo de clase evidente y, de forma más insidiosa, contra aquellos que, desde supuestas trincheras progresistas, han vaciado de contenido la tradición obrera y han entregado las banderas de la reivindicación social a un identitarismo burgués y globalista.

El Asedio a la Tradición Obrera: Dinero, Censura y la Falsa “Progresía”

Comenzamos por el contexto más inmediato: la gran dureza de construir sin dinero, sin apoyos, sin medios y en medio de una censura sutil pero eficaz. No hablamos solo de la falta de recursos, sino de un ecosistema completo diseñado para marginalizar las voces disidentes que no se pliegan al relato hegemónico. En este marco, las fundaciones globalistas y think-tanks financiados por capitales a menudo opacos han desempeñado un papel nefasto. Bajo la máscara de apoyar a “fuerzas progresistas”, han logrado algo que ni las derechas más reaccionarias consiguieron en décadas: romper el espinazo de la tradición de lucha obrera.

Estas fundaciones, con sus becas, sus congresos y sus publicaciones, han fomentado una “izquierda” domesticada, desprovista de análisis de clase y obsesionada con una agenda fragmentaria, identitaria y cultural. El objetivo, consciente o no, es claro: temen que la lucha de clases se reactive. Y con razón, pues una clase obrera consciente de su poder es la única fuerza capaz de desafiar el orden neoliberal que estos mismos poderes defienden.

El resultado lo vemos en los partidos que se autodenominan de “las fuerzas progresistas”. Los partidos woke, identitarios y abanderados de la cultura de la cancelación han expulsado a la clase obrera de sus órganos de dirección y, lo que es más grave, de sus espacios de pensamiento. Se ha instaurado la dictadura del título universitario. Hoy se entiende que para pensar, escribir y teorizar sobre la sociedad hay que ser un profesor universitario o un doctor en ciencias sociales. El obrero autodidacta, el sindicalista de base, el dirigente vecinal que surge de la fábrica o del barrio, ha sido destronado. Su saber experiencial, forjado en la necesidad y la solidaridad, es despreciado como poco sofisticado.

Mientras, las industrias que fueron el corazón del movimiento obrero han cerrado, y los barrios que lo albergaron han sido marginalizados y empobrecidos, o bien gentrificados hasta que sus antiguos moradores fueron expulsados. Para ocultar esta realidad, se ha vendido la falsa imagen de que quien tiene un trabajo, aunque sea precario y mal remunerado, es “clase media”. Es un triste eufemismo, un invento vergonzante para no nombrar a la clase asalariada, a quienes viven exclusivamente de vender su fuerza de trabajo. Se nos dice que somos “clase media y trabajadora”, un oxímoron que solo busca diluir la conciencia de clase y el conflicto inherente al sistema capitalista.

La Proletarización de las Capas Medias y el Falso Refugio de la Extrema Derecha

Ahora, esa “clase media” inventada ve con pavor cómo sus vástagos en Occidente, y en España de manera muy clara, se proletarizan aceleradamente. No pueden acceder a la vivienda, no pueden formar una familia, y su futuro se presenta como una pendiente de precariedad. Y ante esta angustia existencial, la respuesta de una parte de estos sectores es, erróneamente pero comprensiblemente, apoyar a la extrema derecha.

Es un apoyo paradójico y trágico. Apoyan a una extrema derecha que es profundamente neoliberal o libertaria en el sentido más cruel: niega el Estado para favorecer el derecho a la explotación y saquear los servicios sociales públicos. Pero, ¿por qué ocurre esto? Porque la propia “izquierda verde-progresista” se ha encargado de negar el derecho a existir de estas personas. En lugar de ofrecer un relato de clase que una a los desposeídos, prefiere sermonearles sobre su supuesto privilegio o imponerles una agenda cultural que les es ajena. Mientras, nosotros debemos afirmar con fuerza la necesidad de recuperar el espíritu y la cultura de clase: solidaria, comunitaria, internacionalista y autodidacta.

Resulta cínico escuchar a sesudos sociólogos progresistas afirmar que “ya no hay clase obrera” en ciudades llenas de cajeras de supermercado, de repartidores de plataformas (falsos autónomos, en realidad esclavos de crueles algoritmos), o de becarios que sobreviven gracias a la economía familiar. Toda esa generación, esa nueva y multifacética clase obrera, es la que, hastiada, puede aupar a la extrema derecha. Lo hará por hastío, harta de ver el “y tú más”, de ver la política profesional convertida en un teatro vacío y en un nido de corrupción más que posible.

El Espejismo del Antiglobalismo de Derechas y un Modelo Esperanzador

Es crucial desmontar aquí un mito: las extremas derechas son antiglobalistas. Es incierto. Son, en el mejor de los casos, la expresión de otro tipo de globalismo: un globalismo conservador en la retórica y profundamente pro-imperialista y pro-sionista en la práctica, lo que las sitúa en un campo geopolítico opuesto al de la auténtica emancipación de los pueblos. Basta observar la actuación de Giorgia Meloni en Italia, que ha mantenido a raya su retórica anti-inmigración para no contrariar los intereses de la Unión Europea y la OTAN, y ha sido una firme aliada de la política exterior estadounidense e israelí.

Frente a este panorama desolador, emerge con fuerza digna de admiración la labor del Workers Party of Britain, liderado por George Galloway. Su reciente victoria electoral, entrando en el Parlamento Británico, no es un hecho aislado. Es el resultado de un trabajo paciente, elección local a elección local, construyendo partido desde abajo, haciéndose presente en los barrios marginalizados. Y lo hace defendiendo una causa que la “izquierda oficial” ha abandonado por miedo o por complicidad: la causa palestina. Lo hace, además, en la nación que creó y generó la colonización de Palestina y se la entregó al sionismo internacional, un sionismo que, no olvidemos, es muy poderoso en las esferas del poder británico.

Ese referente, ese modelo de Galloway, nos podría unir y ayudarnos a trabajar. Es el camino para quienes queremos recuperar barrios y pueblos para la izquierda obrera, para la fuerza del Trabajo organizado. Es la demostración práctica de que se puede volver a poner en el centro las luchas de clases en defensa de lo concreto: salarios dignos, pensiones que permitan vivir, una sanidad pública robustecida y, en definitiva, dignidad vital para los desposeídos.

Y hoy, gracias al neoliberalismo, los desposeídos y abandonados ya no son solo los obreros y obreras más humildes de la industria tradicional. Son también, y en masa, las amplias capas populares saqueadas por las plataformas de empleo “uberizadas”, los pequeños comerciantes arruinados, los jóvenes expulsados de sus barrios por el negocio turístico y la especulación, o taxistas, agricultores y camioneros que malviven cada vez en peores condiciones gracias a políticas como las de la Unión Europea y su nefasta y clasista negociación de normativas que solo benefician a los grandes conglomerados.

Conclusión: Prioridades Invertidas y la Urgencia de lo Concreto

Para finalizar, un ejemplo sangrante de esta inversión de prioridades. El dinero que Pedro Sánchez, presidente de un gobierno que se dice progresista, ha prometido hoy a Zelensky para la guerra de la OTAN en Ucrania, es el mismo dinero que se niega a destinar a construir cientos de miles de viviendas sociales y a rescatar una sanidad pública que se desangra. Es la constatación definitiva de que cierta “izquierda” ha elegido su bando: el del imperialismo atlantista y la gestión neoliberal, traicionando sus fundamentos históricos.

El camino es difícil, sí. Hacer política en los márgenes, sin los recursos del poder, es una tarea de Sísifo. Pero es el único camino posible para quien no quiera claudicar. Se trata de reconstruir, ladrillo a ladrillo, la conciencia de clase, de tejer redes de solidaridad en los territorios, de hablar el lenguaje de las necesidades materiales y de recuperar, con paciencia y determinación, la bandera de la lucha de clases para el siglo XXI. No hay atajos. Solo el trabajo obstinado de quien sabe que la historia, al final, la escriben los que no se rinden.

*Carlos Martínez es politólogo, de Soberanía y Trabajo, fue sindicalista del metal y los puertos.

Carlos Martínez García

Politólogo y ex portuario. Miembro de la plataforma socialista pro PSF.

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios